El ritmo
Para 2050, cuando yo ya no esté en el planeta o sea un anciano chuchumeco de casi 100 años, lo más probable es que los terrícolas vivirán en pleno algo cercano a la catástrofe del clima. En contraste, hoy, cuando aún no se ha cerrado la ventana de oportunidad, las soluciones al tema van a paso de tortuga. Sí se puede, pero no.
Asociado al cambio social o a problemas difíciles de la vida en común, el ritmo lo es casi todo. Pues bien, es preciso insistir en que las soluciones al asunto del clima tienen un ritmo demasiado lento. Por si acaso, ha habido un par de procesos planetarios recientes que se abordaron de forma muy acelerada. La pandemia del coronavirus, que era una amenaza muy seria para millones de personas, dio lugar al descubrimiento de vacunas eficaces tras apenas un año de trabajo, las cuales pusieron fin, en términos prácticos, a la pandemia. Poco después, Vladimir Putin tuvo la genial idea de borrar a Ucrania del mapa y por ahí derecho de intentar volver a ejercer una gravitación casi soviética sobre Europa, pero los soldados ucranianos, ayudados por unas potencias de Occidente aupadas por sus pueblos en masa, frenaron en seco a las tropas rusas y ahora las tienen en retirada variable. O sea que las acciones mancomunadas sí se pueden.
Pasemos al tema del cambio climático. Cientos de procesos beneficiosos para el clima ya están descubiertos y diseñados. Sin embargo, su implementación tendría que ir en raudo paralelo simplemente porque no existe nada que se asemeje a la bala de plata que lo arregle todo. Hablamos de la captura de carbono, o sea del CO2 que ya está en la atmósfera, captura que es preferible hacerla apenas el gas se genera; hablamos de la reducción progresiva de la extracción de combustibles fósiles, empezando por el más dañino de todos: el carbón; hablamos de la producción de hidrógeno, mejor el verde que el azul, si bien el azul también es necesario, siempre y cuando se capture el CO2 que el uso del gas natural genera como resultado de esta segunda producción.
Otros temas son la reducción de la natalidad, la reducción del consumo per cápita de los productos intensivos en carbón o energía, los cambios dramáticos en el uso de los suelos, la promoción y desarrollo de especies adecuadas, como manglares o árboles de la selva, el desarrollo e implantación masiva de microorganismos vegetales que consumen CO2 sobre las superficies del océano. Más temprano que tarde, se tendrán que considerar asimismo las opciones de la geoingeniería, es decir, las tecnologías que evitan que un exceso de luz solar brille sobre la Tierra.
Pese a que todo lo atrás mencionado está avanzando, la cruda verdad es que lo hace a un ritmo en extremo pausado, de suerte que los efectos globales de la acción humana hoy todavía implican la acumulación adicional de gases de efecto invernadero, en particular CO2. Ojo, que para mantener el aumento de la temperatura en máximo 1,5° C, comparando con la que había a comienzos de la revolución industrial, el ritmo actual no sirve ni de lejos, pues hay que llegar a lo que se conoce como el “cero neto” de acumulación de nuevos gases. Según eso, para 2050 muchos se van a freír en su indolencia y en su parsimonia, es decir, en las nuestras. ¿O acaso algo por el estilo del Covid o de Putin sacudirá pronto a la humanidad y la pondrá a revolar en cuadro? Es doloroso reconocerlo, pero eso está muy lejos de ser lo más probable.
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