Explorando el metaverso, por Laureano Márquez P.
Twitter @laureanomar
Trasminado[i] de ignorancia, quien esto escribe pensaba que esto del metaverso era una suerte encuentro internacional de poesía cuyo lema podría haber sido: «…porque nuestra meta es el verso», pero no. La palabra «metaverso» está compuesta de otras dos: «meta» y «verso». La primera viene del griego μετά, que quiere decir «más allá» y la segunda hace referencia al universo. Así, metaverso viene a ser como un universo alternativo generado tecnológicamente, más allá del que nos resulta familiar desde que apareció sobre el planeta el homo sapiens, trasminando la cultura y el saber.
A ver si nos entendemos: hay un universo real, bueno que suponemos real, en el que se desarrolla nuestra existencia física, con árboles de los que te puedes caer y romperte una pierna, lluvia que moja, etc. Frente a éste, en el que uno vive, come y descome, hay otro, alternativo, creado artificialmente, en el que también se podría vivir, casi sin tener contacto con el primero, abstrayéndose de él totalmente, como hacen algunos adolescentes cuando uno llega de visita a la casa y solo levantan la cabeza del teléfono celular si alguien de su familia (la mamá, el papá, la abuela), crecido en el universo anterior, los sacude diciendo: «¡chico, saluda!» y entonces emiten una suerte de gruñido, acompañado de un gesto de desprecio que no pueden ocultar en el trato con personas reales, e inmediatamente se sumergen de nuevo en sus teléfonos a trasminar por la realidad virtual.
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Los universos virtuales que el metaverso crea tienen posibilidades prácticamente ilimitadas. De hecho, se podría vivir allí, usar monedas virtuales e incluso se habla de llegar al extremo de que sea en algún momento factible descargar toda tu vida real y convertirla enteramente en virtual, es decir, te apagas en el universo, al que insisto en llamar real, para encenderte en el metaverso.
Creo que podríamos llegar, incluso, al momento en que el verdaderamente real sea el virtual, entonces, ya desprovistos de las pesadas cargas de nuestros cuerpos materiales y convertidos en señales electromagnéticas, o como quiera que se llame, trasminaremos mundos en los que nuestros cuerpos de carne y hueso, por decirlo así, jamás podrían llegar.
Es fascinante y aterradora a la vez esta posibilidad a la que algunos llaman el «nuevo mundo», tal cual se denominó a la América descubierta por Colón. Leo en Internet: «Imagina vivir un concierto como si estuvieras a un metro de distancia del escenario, pero sin salir de la casa; probarte la ropa sin ir a la tienda; o trabajar en una oficina virtual de la misma forma que en la oficina física. El metaverso promete cambiar la forma en la que interactuamos». Ciertamente suena genial. ¿Será este el inevitable paso de nuestro trasminar tecnológico? ¿Estaremos todos tendidos en nuestra cama con un casco de realidad virtual? ¿Se lee en el metaverso? ¿Existe Dios allí? ¿Se puede hablar y escribir libremente o hay que centrarse en la evasión rebuscada a propósito de temas tecnológicos indescifrables? ¿Qué sucede si hay un apagón y no queda nadie afuera de carne y hueso en el mundo real para arreglar la falla? En fin, son muchas las inquietudes. Por lo pronto sigo tomando notas para mi obra, El Ciberquijote de la web.
En un lugar de la web de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo trasminaba un internauta de los de Android ZTE Nubia Red Magic 6r, casco de realidad virtual VR, identidad meta flaca y token metaverso corredor…
[i] Acabo de conocer esta palabra leyendo a Stefan Zweig y me moría de ganas de usarla. Trasminado: abrir camino por debajo de la tierra, penetrar o pasar a través de algo
Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.
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