Ibsen Martínez: Volver a cuándo
La llamada no-ficción puede distorsionar: los hechos pueden realinearse. Pero la ficción nunca miente.
Esto afirmaba V. S. Naipaul, premio Nobel de Literatura de 2001, al discurrir sobre su oficio. Es cierto que Sir Vidia era aficionado a la provocación intelectual, pero en esto, tan central a la tarea de un gran novelista e insuperable observador profesional del Tercer Mundo, no creo que bromease. Pensé inmediatamente en su proverbio no bien terminé de leer —por segunda vez en cosa de semanas— la novela Volver a cuándo (Siruela), de la venezolana María Elena Morán. El título ya habla de la irresistible intuición poética con que la autora ganó en Madrid la edición de 2022 del consagratorio Premio de Novela Café Gijón.
Su argumento puede declararse brevemente, no así la suprema hechicería puesta en su composición. Morán nació en Maracaibo en 1985 y es guionista de alta competencia—un filme, de cuyo guion es coautora, cosechó premios este año en Cannes—. Su excepcional dominio de la escritura dramática irriga deltaicamente todos los capítulos su novela.
Un día, a fines de la década pasada, Nina abandona Maracaibo, su ciudad natal, y en busca de un destino mejor cruza la frontera del Brasil. Deja a Elisa, su hija preadolescente, al cuidado de Graciela, su madre. Graciela ha enviudado recientemente y sobrelleva mal el duelo en medio de la catástrofe de la red eléctrica del país que, en memorable ocasión, llegó a dejar sin luz eléctrica a casi todo el territorio, por completo —frigoríficos, quirófanos, laboratorios de bioanálisis, salas de neonatos, líneas de metro, oficinas públicas—, durante semanas enteras.
Separarse de su hija mientras se emigra en procura de un empleo que permita tenerla consigo y darle una vida decorosa y educación prestante, no entraña, desde luego, un abandono desalmado. Es la circunstancia de muchísimas emigrantes solas que arrostran penurias sin cuento, expuestas a la xenofobia. El campamento de acogida en Brasil es incendiado por lugareños xenófobos.
«Si Elisa estuviera con ella, tal vez sería más fácil —piensa Nina—, pero […] tendría que ser una niña con el sello del desprecio». Prefiere no arrastrar por ahora a su hija al desamparo de la emigración. Nina y Camilo, el padre de la niña, han sido fervientes activistas del chavismo cuyo compromiso con la revolución bolivariana se acendró, justamente, en los tumultuosos años que precedieron la muerte del «Comandante Eterno».
Camilo ha llegado a ser, joven aún, parte del alto funcionariado chavista a cargo de los planes sociales. Camilo es interfaz viviente entre el Estado y la muchedumbre de los excluidos y los vulnerables. Nina y Camilo se han separado, con alguna trepidación, poco antes de la muerte de Chávez, en 2013. En esto, sin duda, descansa la osada singularidad de esta novela que transmuta en gran estilo una parte —solo una parte— de la experiencia personal de la autora.
Uno de los pasajes más regocijantes, por su maestría al narrarlo, dispone que entre Camilo y Nina, quien vive ya en un doble desencanto, del régimen y de su marido, ocurra lo que Valle-Inclán habría llamado una “reconciliación cobarde” y poco duradera. El disparador del reencuentro son las aparatosas honras fúnebres de Hugo Chávez.
La lengua literaria de Morán se goza a ratos en los modismos y desinencias del habla de su patria chica, Maracaibo, donde se vosea como en Antioquia o Managua o Buenos Aires. Logra con ello una extraordinaria fluidez narrativa. La parla de izquierdas y la Vulgata marxista son objeto de su ironía pero no menos que las letanías clasistas de nuestras derechas. La perspicacia emocional que Morán dedica a las tres mujeres de esta historia es conmovedora. Pero es en el examen de sus personajes masculinos donde la acuidad de su mirada brinda lo más cautivante de su escritura. Mi favorito es un coyote llamado Perro que opera en la frontera entre México y los Estados Unidos.
Con Camilo, Morán ha redondeado un idiosincrásico ejemplar de lo que, a falta de otra expresión, llamaré «masculinidad de izquierda latinoamericana, después de Seattle». No es una caricatura, es el personoide de un arquetipo autoritario y manipulador que en una pugna interna cae en desgracia con el régimen.
Tiene entonces la ocurrencia de secuestrar a Elisa y llevarla ilegalmente, con zalamerías y promesas, ¡a los Estados Unidos!, ¿dónde más van los exchavistas? Camilo espera que el secuestro allane una reconciliación marital. “Seremos tres o no seremos nada”, dice el campanudo excamarada. Allí, en Houston, viven sus adinerados padres a quienes parasita.
La reacción de Nina, a su vez exchavista impecune en el Brasil de Bolsonaro, es, naturalmente, batirse por la custodia de su hija. No incurriré en un spoiler de lo que sigue pero no tema el lector: María Elena Morán no nos depara un Kramer contra Kramer chavista sino una de las mejores novelas sobre el desencanto político en nuestra región, escrita con muchísimo más que mera solvencia, por una joven novelista de nuestro tiempo.
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