CÁNTARO
Con mis
ordinarias manos de alfarero antiguo, bien mío, construí el cántaro donde
purifico el agua que extraigo suavemente para ti del aljibe que me surte del
vital líquido en la humilde covacha donde vivo desde hace milenios,
cansado ya de tanto ruido, de tanta vaciedad y de tanta indolencia.
Cerní
con cedazos de variados calibres la arcilla que extraje de la garganta, rebelde
e insumisa, de la tierra del huerto donde siembro las plantas que al
desarrollarse fructifican para proporcionarme el alimento nutricio que comparto
contigo cuando me visitas cada centuria y las flores de diferentes coloridos y
dimensiones que te obsequio para que goces de su perfume y luzcan orondas en tu
cabellera de cascada.
Tú eres
el cántaro, bien mío, que alimentas mis resecos labios sólo con las huellas
indelebles de los tuyos que quedan en su arcilla cuando lo colocas en tu
boca, que yo no limpio para sentirte siempre en mi covacha, aunque estés a
millones de leguas de distancia.
Amo a
ese cántaro, bien mío, porque en él está la humedad deseante y sensual de tus
labios.
¡Cántaro
prodigioso, bien mío, que nunca se romperá porque lo construí con
imperecedera arcilla de amor!
Y gritaremos cual niños
caprichosos.
Y tú besarás, con tus labios
trémulos de felicidad, cada porción de mi cuerpo envejecido por el paso atroz
de los años.
Y yo besaré, con mis labios
resecos y felices, cada parte de tu joven cuerpo.
¡Es que tenemos, bien mío, el don
de la ubicuidad y el prodigio de un amor sin medida!
No hay comentarios:
Publicar un comentario