El 1 de octubre de 2019, en el portal Analítica,
el columnista identificado con su correo electrónico hacheseijaspe@gmail.com dio a la publicidad un extenso artículo titulado “¿Xenofobia?”, que
comenzó así:
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-Noticias
recientes en la prensa, la televisión y los medios sociales nos informan de las
dificultades, desprecios y abusos que sufren algunos paisanos nuestros que han
debido abandonar el nativo suelo en búsqueda de un lugar en el mundo en el cual
sea menos traumática la existencia y se tenga más posibilidades de proveer de
alimentos a sus familias. Añaden más las noticias: que esas acciones
infames provienen tanto de particulares como de agentes de la autoridad.
Y la queja se vuelve más amarga cuando leemos que tales maltratos se originan
en países que, hasta hace poco, nos enviaban sus menesterosos para que se
establecieran entre nosotros y pudieran prosperar lo suficiente para vivir
dignamente y poder remitir algo de dinero a los parientes que dejaron atrás.
Luego
recordó:
-Desde
el mismo momento en que apareció el Nuevo Mundo en los mapas europeos, los
venezolanos recibimos bien a los que arribaban. Y llegaban de todas
partes: del Oriente Próximo, los que denominamos impropiamente “turcos”, aunque
eran sirios, libaneses y palestinos en su mayoría —el apodo se debe a que todos
llegaban con pasaportes del Imperio Otomano, que empezaba a derrumbarse—;
españoles, primero catalanes y vascos, cuando la Guerra Civil, luego gallegos y
canarios que huían de la pobreza y demás perturbaciones ocasionadas por la
posguerra; por iguales motivos nos llegaron los italianos, griegos, franceses y
eslavos del sur, impelidos por otra guerra, la Segunda Mundial; antes nos
habían llegado los judíos ashkenazim que
lograron escapar de su patria antes de que los nazis los volvieran ceniza y
humo en los crematorios de los campos de concentración (sefarditas hubo entre
nosotros desde los tiempos de la conquista).
Seguidamente
indicó:
-Aunque siempre hubo colombianos
entre nosotros, en la década de los setenta se incrementó su número porque
comenzó la “Venezuela Saudita”, rica como nunca (hasta que llegó la siguiente
bonanza en tiempos de Boves II). Por ese mismo motivo aparecieron entre
nosotros los ecuatorianos, peruanos, dominicanos y haitianos. Por la
misma razón, más el ingrediente de las dictaduras militares, abundaron
inmigrantes del Cono Sur. Tanto es así, que llegó un momento en que los
datos censales informaban que, de cada siete personas que pisaban nuestro
suelo, una no había nacido en él.
A
todos los recibimos como sangre nueva que iba a colaborar con el progreso de
Venezuela. La mayoría de ellos no tenía sino una muy elemental
instrucción, pero unas inmensas ganas (y necesidad) de trabajar, de acometer
trabajos menestrales. Había también, hay que reconocerlo, gente con tercer
y cuarto nivel de instrucción. De todos los países, pero especialmente
chilenos y argentinos que, apenas llegados, empezaron a desempeñarse como
profesores universitarios y profesionales en toda regla. Aunque, al igual
que sucede con nuestros paisanos ahora, bastantes comenzaron trabajando por
debajo de su nivel de conocimientos: ingenieros laborando como maestros de
obra, médicos como camilleros…
Apuntó
además:
-Por
eso duele lo que les pasa a nuestros paisanos de la diáspora. Pero
tenemos que estar claros en un par de cosas: primero, que no son los países los
que tratan mal a los extraños, son individualidades —pocas, pero ruidosas—; por
cada peruano o ecuatoriano que maltrata, hay diez que comprenden la crujía que
pasan nuestros paisanos y los ayudan. Hace dos semanas, explicaba en esta
columna cómo se han organizado muchos colombianos para ayudar a los caminantes
que avanzan hacia sus destinos por las empinadas carreteras andinas.
Y,
segundo, que los agravios, atropellos, perjuicios y hasta lesiones que reciben,
no son causados tanto por xenofobia sino por aporofobia: no los maltratan por
ser extranjeros sino por ser pobres; por la amenaza que representan al
ofrecerse en el mercado laboral compitiendo con los sectores más pobres del
país de acogida.
Duele,
también, que entre nosotros haya individualidades que catalogan a nuestros
migrantes como poco venezolanos, como traidores a la patria. En esas
recriminaciones hay algo que es muy poco cristiano; una inmensa falta de
caridad, de ponerse en la situación del otro. Veámoslos como gente
valerosa, que siente una responsabilidad muy grande con los que dejan atrás;
como personas que han decidido vivir una vida de estrecheces para que los suyos
no pasen hambre. Alegrémonos, también, porque algunos debieron de irse
por dignidad; por huir de un régimen donde la sola forma de pensar pone en
peligro la existencia.
Asimismo
explicó:
Sobre el tema abundó David Uzcátegui
el 1 de agosto de 2022 en el mismo portal en un extenso texto titulado “La
injusta xenofobia contra los venezolanos”, que inició así:
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-A
raíz de la creciente ola migratoria de venezolanos en la última década, hemos
comenzado a observar un fenómeno preocupante, doloroso y creciente. Se trata de
la xenofobia de la cual son víctimas nuestros compatriotas en algunos de los
destinos que finalmente alcanzan.
Luego
explicó:
-La
xenofobia es el rechazo u odio al extranjero o inmigrante, cuyas
manifestaciones pueden ir desde el simple rechazo, pasando por diversos tipos
de agresiones y, en algunos casos, desembocar en asesinatos.
La
mayoría de las veces se basa en el sentimiento exacerbado de nacionalismo,
aunque también puede ir unida al racismo, o discriminación ejercida en función
de la etnia. Según los antropólogos, la prevención frente al extranjero sería
un rasgo evolutivo arcaico.
Después
indicó:
-Con
más de seis millones de venezolanos dispersos por el planeta, de acuerdo a la
Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, la vulnerabilidad a
nuestros coterráneos en terceras naciones es creciente.
Tenemos
que recordar que, al margen de su consideración ética, la xenofobia puede ser
un delito. Numerosos Estados tienen tipificadas como tales las conductas
racistas y xenófobas.
Con
sobrada razón la indignación de nuestro gentilicio se incrementa con todo este
panorama plagado de injusticias. Y es que Venezuela fue el país más abierto a
la migración durante sus años de mayor prosperidad.
Seguidamente
apuntó:
-Desde
hace mucho tiempo atrás se comenzó a correr la historia de este país de gente
amable, de clima perfecto y de riquezas que bastaban y sobraban, no solamente
para sus pobladores, sino para quien quisiera llegar y trabajarlas.
Ese
que tomara la decisión de hacerlo, podría ver bienestar más allá de lo
imaginado, en tanto y en cuanto se esforzara en salir adelante. Fue así como
recibimos significativas olas de migrantes.
Tras
el descubrimiento de considerables reservas petroleras, en 1922, en la década
de 1940 comenzó una primera ola migratoria desde la Europa en guerra, que,
gracias al aumento permanente del nivel de vida en el país, generado por la
renta petrolera, continuó incrementándose.
De
hecho, creció más a partir de la postguerra. Entre 1948 y 1961, ingresaron a
Venezuela 920 mil inmigrantes, principalmente españoles, italianos y
portugueses, cuando el país apenas contaba con unos 5 a 7 millones de
habitantes. Era gente que huía de la devastación, del hambre, de todo el horror
que es capaz de causar el ser humano cuando se deja captar para el mal.
Y
en los años 60 y 70 recibimos a numerosos grupos humanos desde Suramérica.
Ellos escapaban también de persecuciones políticas crueles, decididas a acabar
incluso con sus vidas.
Esos
migrantes fueron recibidos aquí con los brazos abiertos. Se entretejieron con
nosotros, formaron parte activa y medular de nuestra sociedad. Prosperaron y
nos hicieron prosperar.
Y
a continuación expresó:
-Enriquecieron
la construcción, el comercio, la gastronomía, la creciente industria petrolera,
las artes. Muchos de nosotros estamos emparentados con algunos de ellos e
incluso dieron origen a nuestras legendarias reinas de bellezas, por una mezcla
de razas que fue bendecida.
Increíblemente,
son muchas de estas naciones las que hoy estigmatizan a nuestro gentilicio. No
vamos a generalizar, porque no queremos cometer el mismo pecado que se comete
en nuestra contra; pero una cantidad representativa de sus habitantes reacciona
con odio y miedo hacia el extranjero. Y ahora, el extranjero somos nosotros.
Los
episodios masivos de agresiones a venezolanos, incluso quemando sus
pertenencias, están más allá del dolor descriptible e imaginable para todos
nosotros.
A
propósito de la situación de los venezolanos en Chile, las Naciones Unidas
piden que no se utilicen “hechos aislados para fomentar la discriminación y la
violencia contra personas refugiadas y migrantes”.
Y
finalizó señalando:
-Quisiéramos
que fueran bien recibidos los nuestros en otras tierras. Porque la enorme
mayoría simplemente quiere trabajar y hacerse de un espacio que se le ha negado
en su propio país. Solamente desean aportar a la nación que los reciba, a
cambio de la seguridad que aquí no pudieron encontrar. Que sus hijos crezcan
con educación y salud, poder enviar dinero justamente ganado a los parientes
que no pudieron acompañarlos.
Eso
es todo, y es algo bueno para el país receptor, que obtiene mano de obra
dispuesta a laborar y se beneficia de la fuga de cerebros que padecemos. El
rasgo ingenioso y emprendedor de nuestros compatriotas también ha sido
reconocido en numerosas latitudes a estas alturas. Es el ejemplo de República
Dominicana, que anunció el año pasado la regularización de más de cien mil
venezolanos, a los que considera una fuerza laboral calificada.
Sigue
estando en nosotros, en cada ser humano, la racionalización y contención del
sentimiento xenófobo, el miedo al diferente.
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