Yo, el candidato, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Nosotros, estos ciudadanos que habitamos el planeta tierra, a lo largo de los años de contiendas políticas, fuimos y somos testigos de desfiles de candidatos a lo que fuere. Desde lo más común, como una junta de condominio, hasta posiciones tan importantes como la presidencia de países pequeños, inmensos, ricos y pobres. Cada posición ha tenido una particular lista de candidatos que suelen estar siempre listos para cuando suene el silbato de la carrera electoral.
Para ejemplos podemos decir que en nuestro continente hemos disfrutado de la presencia de candidatos presidenciales familiares del conde Drácula, tal y como lo fue aquel hombre que aparecía vestido como una especie de Samurái con todo y catana (espada japonesa). Se trataba de Jonathon Sharkey, un norteamericano que aseguraba ser un vampiro y que estuvo presente entre los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos en 2012.
Y si miramos esa lista del 2012, encontramos a un colombiano (Fabio Correa) que se hacía llamar Mosheh Eesho Muhammad Al-faraj Thezion, quien proponía la creación de un ejército espacial –puede que pensando en que las próximas batallas de la humanidad se librarán en el espacio-–y además acabar con el Servicio de Rentas Internas (IRS). Hablaba como una máquina en cada entrevista y odiaba sonreír al tomarse una fotografía.
En los saltos de la historia, encontramos a muchos más, como David Edward Sutch, o como le encantaba presentarse –y así quedó en su registro como candidato–: Screaming Lord Sutch, quien creo y lideró el partido del Monstruo Raving Loony del Reino Unido. Este curioso personaje fue candidato a primer ministro desde 1960 hasta su muerte en 1999.
Pero a Stuch lo acompañaban otros personajes que más adelante se presentaron en tiempos de Boris Johnson, como Elmo (Plaza Sésamo), Cabeza de Papelera –John Harvey– y el inolvidable Lord Buckethead –cabeza de cubo–, quien estuvo presente durante la campaña donde resultara electa Margaret Thatcher.
Nuestros países también han tenido candidatos, sino iguales al menos parecidos a estos curiosos personajes. En Venezuela, por ejemplo, conocimos de un candidato que confesaba ser el representante de los practicantes de la brujería –aunque luego supimos de uno que llegó a ser presidente y sin decirlo–, un animador de revistas musicales, un albañil, sin olvidar al famoso «loco Ramos» de 2006.
Y uno no tanto extravagante, pero que, viviendo en el extranjero por muchos años y sin experiencia política previa, llegó a su país y se convirtió en presidente. Se trata del uruguayo Juan Carlos Wasmosy en las elecciones de 1993. Pero fue la voluntad de los ciudadanos de Uruguay, la que convirtió en su primer mandatario del periodo democrático.
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Hay expertos que infieren que el mantener a candidatos como los nombrados forma parte del juego político, que su presencia fortalece al sistema democrático de países como Inglaterra y los Estados Unidos, por ejemplo, por lo que es importante incluirlos. Y más allá, hay que motivarles para que participen en la medida que ellos deseen y las circunstancias lo amerite.
Según, candidatos de distintas procedencias y con propuestas poco convencionales, habla mucho sobre la libre elección, por aquello de que el elector pueda ser capaz de identificar, incluso simpatizar, con el que mejor ajuste en sus principios, creencias y hasta carga valorativa. Es uno de los beneficios de la, hoy día, débil democracia.
Ahora bien, a la tesis de los expertos sobre la participación de estos curiosos candidatos, le agregaría el hecho de que las posiciones electas, sobre todo las presidenciales, no dejan indiferente a ningún tipo de persona. Cada uno desea, a su manera, recibir el reconocimiento de las personas por intermedio del voto y ser presidente. De allí que es sumamente poderoso el hecho de convertirse en el candidato.
De allí que las candidaturas, están y son la orden del día y con ellas las promesas, no importa que sea la creación de un ejército espacial o el resolver los problemas de la calle principal de mi barrio o convertir el palacio de gobierno en casino. Todo aquel que este presto a «sacrificar» su nombre al proponerse como candidato, definitivamente lo hará convencido de que es el hombre o la mujer necesaria.
Por supuesto, en la maraña de candidaturas, se encuentran quienes verdaderamente provienen de un liderazgo formado y consolidado en el trabajo político. Sin embargo, todo dependerá de la selección del conglomerado al momento de confirmar o no al candidato. Para lograrlo, el ciudadano debería concentrarse en el debate público y transparencia, evaluación de capacidades y la revisión de programas y propuestas de cada uno.
El fondo del asunto de querer ser candidato también pasa por aquello de es que unos deciden montarse y ser como son, otros deciden enfundarse un disfraz y otros pues…simplemente nunca son, ni serán, lo que dicen que son. Lo que sí es seguro es que todos dirán: ¡Yo, el candidato!
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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