Lo que hay de admirable en Catalina Labouré (1806-1876), la vidente de la calle del Bac (París), hermana pequeña de los pobres, la llaman, ¿son las apariciones, con su prestigio y su fruto? ¿No es aún más el servicio a los pobres, "nuestros amos", como decía Catalina siguiendo a san Vicente?
Ella supo encontrarlos en la pobreza misma. Remendaba la ropa de ellos y la suya propia en la misma medida: un remiendo cuidadoso, que iba de la mano de una limpieza impecable, dicen los testigos. [...] Ella no tenía ningún complejo. Se atrevía a hablar de Dios a los que ayudaba. Dar a Dios y dar el pan; dar a Nuestro Señor y dar el propio cariño a los que sufrían. Ambas cosas iban juntas, salían del mismo corazón.
Al igual que Bernardita, decepcionó a quienes hubieran querido una vidente más mística. La "mística" de Catalina era la sencillez según el Evangelio, la transparencia.
En ella, en los albores del siglo XIX, el Espíritu Santo comenzó a formar, para los nuevos tiempos, un nuevo tipo de santidad, que abrevaba en las fuentes del Evangelio: una santidad sin éxito ni triunfo humanos.
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