Despedidas “diplomáticas”
Los embajadores de Francia, Romain Nadal, y de Colombia, Armando Benedetti, concluyeron en este mes de julio su labor en el país en representación de sus respectivos gobiernos. Nadal llegó a Caracas en junio de 2017 tras haberse desempeñado como segundo secretario en la embajada francesa en Madrid. Benedetti, ficha clave en la campaña que llevó a Gustavo Petro a la presidencia colombiana, estuvo menos de un año por estos lados.
Nadal, en su partida, dijo que deja su corazón en «el Ávila, en Roraima, en Petare, en Catia…». Benedetti destacó, en cambio, los esfuerzos que adelantó para mostrar la inclemencia de las sanciones económicas aplicadas contra el régimen venezolano.
El funcionario francés, licenciado en derecho con un diploma del Instituto de Estudios Políticos de París y Caballero de la Legión de Honor, es un diplomático de carrera que se vinculó al Ministerio de Relaciones Exteriores de su país desde 1995. Durante sus seis años en Venezuela apoyó a organizaciones internacionales y francesas en la financiación de proyectos de la sociedad civil venezolana en campos tan diversos como la promoción de los derechos civiles y políticos, igualdad de género, derechos LGTB+, desarrollo sostenible, telemedicina para poblaciones indígenas, inclusión de personas con discapacidad y promoción del deporte. Su labor fue ampliamente aplaudida fuera de los círculos del poder.
Armando Benedetti integró a principios de los noventa la sección política del diario El Tiempo de Bogotá y años después, postulado por el Partido Liberal, llegó a la Cámara de Representantes y más tarde al Senado, cuya presidencia ejerció, pero ya como miembro del Partido de la U –la U del expresidente Álvaro Uribe–. En 2020 se sumó a Colombia Humana e hizo llave con Petro, una relación que se agrió tras la filtración de unos audios que comprometieron al presidente y arrojaron dudas sobre la financiación de la campaña electoral. Petro le pidió la renuncia a la embajada en Caracas.
Benedetti justificó el contenido de las polémicas filtraciones porque se dejó llevar “por la rabia y el trago”. Nunca, como se supo entonces, se imaginó como diplomático en Caracas sino integrando el círculo cercano a Petro, del que fue excluido. Aun así se atribuye la reanudación de las relaciones con Venezuela, interrumpidas durante el gobierno de Iván Duque. Vocero por igual de su país y de Miraflores, el paso fugaz de Benedetti por Caracas contrasta con la reconocida tradición diplomática de su país.
Aunque las funciones de los embajadores son evidentemente políticas, están sujetas al derecho internacional y a una práctica universal basada en el respeto mutuo. Cada país acreditante tiene sus propios intereses en relación con el país receptor y, en la práctica, los embajadores reproducen las políticas y orientaciones ideológicas del gobierno que representan.
De estilos distintos, Nadal y Benedetti representaron también a gobiernos distintos. El diplomático francés expresó con naturalidad los principios y valores democráticos y el respeto de los derechos humanos que animan a su país, como nación integrante de la Unión Europea; mientras Benedetti, además del descuido en las formas que pregonó muy pronto desde su cuenta de Twitter, representó al primer gobierno de izquierda en la historia colombiana, asociado, por tanto, a esa corriente y a algunos de sus voceros, como el brasileño Lula da Silva, que tiene su propia “narrativa” de la realidad venezolana y auspicia una relativización del concepto de democracia.
De Nadal se sabía cómo pensaba y actuaba sin desmedro de las formas, de Benedetti solo cuando se le iba la lengua.
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