Editorial Versión Final: Aprendamos a cultivar la venezolanidad Por Carlos Alaimo
Los traumas de la destrucción, la misma que arrojó fuera a más de 7 millones de venezolanos y que somete a malestares e indignidad a otros 23 millones dentro de nuestras fronteras, debemos asumirlos como heridas que hay sanar juntos para evitar los mismos accidentes que nos trajeron hasta aquí.
Levantamos un país que pudo ser una gran nación desde hace ya varias décadas, pero no logramos definir y arraigar una identidad sólida en nuestra sociedad.
Y decimos que pudo ser desde hace décadas, desde el plano político, con el primer gobierno de Rafael Caldera (1969-1974) y su política de Nacionalismo Democrático que halló continuidad en la primera administración de Carlos Andrés Pérez (1974-1979) y luego con Luis Herrera Campíns (1979-1984).
Con un Arístides Calvani como motor de una política para exportar democracia al continente americano. En esa etapa de la vida democrática del país se pretendió cultivar una venezolanidad que no demandaba dependencias de los polos de poder mundial, sino que sabía negociar desde posiciones firmes. Estuvimos en esa vanguardia.
Hoy, aún podemos afirmar que podremos ser una gran nación si, pese a las fuerzas que hoy destruyen al país, comenzamos ya a prefigurar un futuro cercano donde esos rasgos identitarios sean la columna del resurgimiento.
Hemos sangrado suficiente.
Hemos vivido el dolor, la angustia, el hambre, la miseria.
¿Hemos, en igual medida, aprendido de nuestros errores?
Confiamos en que sí. Queremos confiar.
Así como nuestra riqueza petrolera trajo modernidad, educación, salud, ciencia y relevancia geopolítica, forjó un tejido social que pecó de inmovilismo amparado en nuestro abundante oro negro.
No transformamos, no innovamos, no diversificamos ni económica, ni política ni socialmente. Ni siquiera fuimos capaces de construir una democracia duradera.
Pero hoy, los traumas de la destrucción, la misma que arrojó fuera a más de 7 millones de venezolanos y que somete a malestares e indignidad a otros 23 millones dentro de nuestras fronteras, debemos asumirlos como heridas que hay sanar juntos para evitar los mismos accidentes que nos trajeron hasta aquí.
Apelamos hoy a una venezolanidad como una identidad surgida del dolor transformador y no ya desde la riqueza.
Una venezolanidad que apunte a la revisión política, a repensar el país entero, a auscultar a fondo sus leyes, sus sistemas de valores, su fragmentación. Una venezolanidad que se afinque en la justicia y en la defensa inagotable de una democracia evolutiva y trascendente.
Una venezolanidad que diseñe sus propios métodos de crecimiento y de los marcos necesarios para evitarnos repetir errores históricos como el chavismo-madurismo que tanto dolor imprimen.
La venezolanidad es hoy un deber, no algo etéreo ni estético.
Y es un deber que requiere de esfuerzo para templarlo. Para que esos rasgos sean el ADN de las generaciones por venir.
Revisión y reflexión, creación de conocimiento, influencia, libertad y justicia.
Ya basta de creer en salvaciones foráneas como las únicas vías. Ya basta de hipotecar nuestro país y riquezas a cualquier potencia que nos quiera tratar como niños jugando sobre una tierra envidiada.
Aprendamos a proteger nuestros intereses y no a rebajarles su importancia frente a los de otras naciones o corporaciones.
Ya es hora de entendernos como venezolanos, de acabar con el conformismo de la miseria y aquello de reírse de la indignidad.
La venezolanidad parte de ponernos de acuerdo para acabar con esta fase oscura que sigue hiriendo profundamente al país y su gente.
Apoyemos un plan de país, miremos juntos la mejor alternativa, denunciemos, defendamos, critiquemos, exijamos.
Seamos, de una vez por todas, venezolanos. Pongamos fin al control otorgado blandamente a Rusia, Cuba, Irán, China, y también a las imposiciones de los EEUU, entre otros.
Refundemos la República con la bandera del Nacionalismo Democrático.
Carlos Alaimo
Presidente-Editor
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