Las grandes cualidades y oscuros desafíos de la humanidad, por Luis Ernesto Aparicio M.
Bien por conocimiento básico o por academia, sabemos que los seres humanos tenemos la capacidad de razonar, aprender, recordar y utilizar todo el conocimiento posible y la información, de forma más compleja que el resto de los seres vivos que nos acompañan en este pequeño espacio llamado la Tierra.
Nuestra inteligencia nos permite resolver problemas, por muy complejos que parezcan, tomar decisiones y adaptarnos a entornos cambiantes, colmados de retos y grandes o pequeñas dificultades. Para eso la naturaleza nos ha dotado de una estructura nerviosa y motora que aún continúa asombrando al ser humano del día a día y al que ha ido más allá.
Los humanos contamos con sistemas de comunicación altamente desarrollados, que incluyen el habla y la escritura. Esto nos permite la transmisión de información compleja, la colaboración en grupos grandes junto a la creación de culturas diversas y sus sociedades. También somos inherentemente sociales, con la capacidad de comprendernos y relacionarnos entre nuestros iguales.
Podríamos agregar que poseemos la capacidad cognitiva conocida como «empatía», que nos permite comprender las emociones y perspectivas de los demás, lo que facilita la construcción de relaciones. Poseemos, por si fuera poco, la maravilla de crear arte, tecnología, música, literatura y un incuantificable número de cosas.
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Hasta aquí, luce que los humanos somos unos seres llamados a ser la forma de vida terrestre que posee todas las cualidades y virtudes para llenar todas nuestras fases de las evoluciones venideras. El cuadro antes mencionado, nos dice que perviviremos y nos mantendremos como los rutilantes e irreemplazables seres superiores.
No obstante, esas maneras que nos destacan tienen su contracara, ese lado que a pocos se nos ocurre explorar en nuestro interior, pero que si somos capaces de determinar en otros. Los acontecimientos que, en este preciso momento, cuando usted me lee, están ocurriendo en algunos rincones del planeta, son una muestra de la existencia de las contradicciones humanas.
Ya todos habrán de identificar que estoy hablando de lo que ocurre en Oriente Próximo en ese perverso y oscuro conflicto que se va desarrollando entre un triángulo de violentos en dos partes y el tercero, el más vulnerable el de los inocentes. Seres humanos que pisotean o han perdido la virtud de la empatía y solo ven por sus intereses individuales, sean económicos o políticos.
El ataque entre las partes, tan violento en una como en la otra, va dejando estelas de muerte y dolor a los que siempre son los perdedores, los inocentes que nada tienen que ver con lo que uno hizo al otro. Y cuando me refiero a los perdedores absolutos, me refiero más a niños que adultos.
Pero lo que ocurrió en Israel y lo que continua en Gaza, no es la única versión de como el ser humano también tiene la capacidad de infligir daño al otro, tanto física como emocionalmente. Lo que ocurre en Armenia, concretamente en Nagorno Karabaj, está pasando por debajo de la mirada de todos.
Los armenios en esa zona también lucen como casi arrasados en una especie de limpieza étnica por parte del ejército de Azerbaiyán durante las últimas tres décadas, debido al aparente tendido de un gasoducto que deja otra pintura surrealista de lo débil que son aquellas cualidades de los seres humanos que pudimos disfrutar al principio de este escrito.
Este conflicto tampoco resta a lo que ocurre en otras regiones, en donde la destructividad y la agresión del ser humano contra su congénere se hace latente. Tal es el caso de Rusia contra Ucrania, que ahora queda minimizada –al menos en cuanto a noticias, por el posible estallido del barril de pólvora en el Oriente Próximo– pero que ha dejado la misma huella destructora del ser humano.
A estos se suman la Guinea Ecuatorial y su gran cantidad de torturados y desaparecidos de un régimen que lleva cuatro décadas en el poder y que apuesta más a una guerra civil en ese país. En la misma lista de violencia y desapariciones, se encuentran algunos países de nuestro hemisferio como México y Ecuador, en donde las bandas armadas del narcotráfico actúan como fuerzas de guerra en contra del otro, sobre todo del inocente.
Las grandes virtudes de los seres humanos se van desvaneciendo en la medida que el siglo veintiuno avanza, período que, por cierto, lucía como una oportunidad de evolución y consolidación del ser humano sobre la tecnología y los grandes avances científicos.
Sin embargo, estos adelantos, solo han permitido mostrar que el ser humano ha dedicado su tiempo para continuar el camino de su destrucción.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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