Los desplazados, por Aglaya Kinzbruner
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Llegan de día, llegan de noche. Llegan a toda hora, cansados, sostenidos por la esperanza. Sicilia se ha llenado de africanos (Marruecos, Egipto en un principio y ahora también los subsaharianos), asiáticos (Paquistán, Sri Lanka) y refugiados del este de Europa (albaneses, rumanos, ucranianos). Es gente perseguida en su país o que sencillamente quiere una vida mejor.
Italia no es el mejor país del mundo para conseguir trabajo y, en todo caso, si uno se muere de ganas de trabajar, mejor sería Milán. Pero, ¿qué sucede? Me cuenta un conocido que vive en Mesina, que la Onlus, una fundación sin fines de lucro para la utilidad social, la iglesia y la sociedad en general se han encargado de la comida, los servicios médicos, las medicinas y otras necesidades de estas personas.
La iglesia es la de Sant’Antonio de Padua que ofrece almuerzos y cenas. En el verano los refugiados se acomodan para dormir en los parques, en los portones de los edificios o también en tiendas de campaña tendidas sobre la arena de la playa. Se duermen y se despiertan con el murmullo de las olas. En el invierno la iglesia les busca alojamiento. Él siempre les lleva una focaccia con mozzarella y cannoli. Y con este recibimiento la gente se ha ido quedando.
Los otros países europeos se hacen los desentendidos. Nadie quiere inmigrantes ilegales. Y, al fin y al cabo, la culpa es de Italia que les ofrece frittata con champiñones y pasta con petit pois.
Los desplazados han llegado a ser el gran problema del siglo XXI y es un problema que está ahí para quedarse. De Venezuela se han ido ya ocho millones de personas con los siguientes destinos, en orden de magnitud, Colombia, Perú, EEUU, Ecuador, Chile, España, Brasil, Argentina, Panamá, República Dominicana, México e Italia. Mientras las condiciones de vida no mejoren en su país, no van a volver aunque tengan un «guayabo» grandísimo.
A algunos les ha ido muy bien. El ingeniero eléctrico Leo Rafael Reif, nacido en Maracaibo, fue por once años presidente del MIT, una de las mejores universidades del mundo. Tampoco se puede quejar Gustavo Dudamel, músico, director de orquesta, etc. pero no es el caso de la mayoría. La mayoría la pasa bastante mal. No entendemos por qué en las negociaciones en curso no se menciona cómo ayudar a una diáspora que viene a ser poco más o menos que un tercio de la población total del país.
Cuando Giuseppe Verdi se encontraba en el peor momento de su vida, después de la muerte inesperada de su joven esposa y sus dos hijos, un empresario Giovanni Merelli, le trajo el libreto de la ópera Nabucco. A Verdi le gustó el libreto y éste señaló el comienzo de su subida vertiginosa a la gloria.
El primer éxito de esta ópera ocurrió entre los mismos trabajadores de la Scala cuando oyeron por primera vez su aria más famosa, Va pensiero. Salieron de allí promoviendo la ópera y diciendo que esa aria era absolutamente sublime. El libreto cuenta la historia de cómo Nabucodonosor en el 587 AC se llevó los judíos presos y exiliados a Babilonia.
*Lea también: La razón o la fuerza, por Rafael A. Sanabria M.
El aria Va Pensiero es segunda en importancia al himno de Mameli y se canta en todas las escuelas. Su importancia se debe a que en esa época, en el 1847 el norte de Italia estaba dominado por los austríacos y toda la historia, de ese coro en particular aumentó la percepción del deseo de libertad del pueblo. Señaló quizás el inicio del Risorgimento.
Esa percepción de libertad fue la que sintió el pueblo hebreo cuando en el 1948 se declaró el establecimiento del Estado de Israel. Sin embargo, eso motivó a muchos estados árabes a expulsar los judíos de su territorio, 900.000 para ser exactos. Fue la aliya (inmigración a Israel) más grande que hubo y esos fueron vientos de guerra que duran hasta el día de hoy. Muchas cosas pasaron en esas tierras, empezando con las cruzadas para liberar a la Tierra Santa, lo cual resultó en tremendo saqueo.
Y así se sucedieron los desastres, uno tras otro. Debo admitir que lo más genial me parece el Muro de los Lamentos. Todos necesitamos tener un sitio donde ir a llorar.
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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