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EL NUEVO JUAN RAMÓN
L |
a Editorial
Península, nos da el número de 268 de Ediciones de Bolsillo, en 260 páginas,
una Nueva Antología de Juan Ramón Jiménez,
Premio Nobel de 1956, con prólogo-estudio de Aurora de Albornoz, en donde se
traza una ruta itineraria de la producción del poeta español.
Alejándose de Platero y yo, y de Segunda
Antolojía, obras de personal preferencia de Juan Ramón Jiménez, la encargada
de la obra ha hecho la selección de las creaciones posteriores a 1922.
La aguda antologadora, nos lleva por
la poesía del Juan Ramón modernista, de esa que comparte con Darío la
influencia en el verso de habla castiza del siglo XX, cuyo reconocimiento está
dado por la generación poética del 27, que grabó los resultados en el
termómetro del arte.
Juan Ramón Jiménez, el de Espacio, Dios deseado y deseante, Diario
de un poeta recién casado, Hacia la
obra total, se deja conocer mayormente a través del celoso y concienzudo
tamizaje que hace Aurora Albornoz. Se encuentra en la obra una cascada poética
de luz y de tinieblas en base a sustantivos y adjetivos claros y oscuros. La
palabra de Juan Ramón Jiménez es certera, penetrante, creadora y rectificadora
de la “cosa misma” que representa, que confluye consigo en los momentos básicos
“creación” y “depuración”.
En esta parte, Aurora de Albornoz,
señala que de las distintas versiones que el purista Juan Ramón tiene de muchas
de sus obras – a las que ha pulido una y más veces, no siempre con fortuna,
pues en varias se ha barroquizado al perder su espontaneidad, pese a que él
mismo dijera cierta vez del poema: “no le toquéis ya más, que así es la rosa-
ha tomado aquellas que para su sensibilidad están mejor logradas.
Para
su demarcación –en cierta manera- ha observado las épocas que en los últimos
años Juan Ramón solía clasificar su obra: “sensitiva”, “intelectual” y “época
suficiente” o “verdadera”, relievando la búsqueda de la expresión sencilla –que
como en Martí se encuentra lo más sólido de su obra, que viene de la tradición-
en tránsito a la novedad; muchas de ellas en base a la arquitectura parnasiana
y profundidad simbolista, con un dulce ritmo interior y desnudo total de
elementos superfluos.
Las Baladas tienen “música humana, menos íntima que la música de las
cosas”, que se perfecciona hasta rematar en Estío,
que es el triunfo de la sinfonía y la canción.
Pasea su mirada ingenua y poética por
las ciudades, el mar –“desorden sin fin, hierro incesante”-, los niños, la
noche, haciéndolos eternos, con esa sabiduría muy suya que –en la forma- lo
hace experimentar con diversidad de estrofas, metros y ritmos, llegando
–fundamentalmente- a la síntesis de la razón y la conciencia de los contrarios.
Para ello crea una serie de vocablos, recurre al desplazamiento calificativo,
al empréstito literario, al “collage” que es el ligado de palabras y frases
hechas sin intención estética, en la obra literaria.
En los poemas tomados de Dios deseado y deseante, demuestra el anhelo
y fatiga por investigar al Ser Supremo con el que llega a identificarse.
Crea la obra clara, ya separada de las
tinieblas, con toda la gama de palabras claves, y termina en la perfección
suficiente “del hombre último con los dones que hemos supuesto en la divinidad
encarnada”.
Alcanzar esa divinidad, no es
conocerla únicamente, sino participar de ella y, aunque Dios está en la meta y
es el motor de su lucha, Juan Ramón brinda una visión estética de Él, en vez de
religiosa.
No consta en la Nueva Antología, Platero y yo,
ni Españoles de Tres Mundos, que son
acabadas manifestaciones de prosa lírica del autor.
(Papel Literario de El Nacional, 29-11-73).
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