San Samaan, curtidor y zapatero tuerto, vivió en el antiguo Cairo a finales del siglo X. Humilde de apariencia, trabajador, puro de corazón, fue a quien Dios eligió para realizar un gran milagro: el traslado de la colina de Mokattam en Egipto y así salvar a su Iglesia y llevar en alto la cruz de Cristo. Habría permanecido desconocido para todos, excepto para Dios, si no hubiera sucedido algo que lo convirtió en instrumento de su voluntad.
En aquella época, el gobernador Al-Mu'iz Li-Din Illah, apasionado de los debates literarios, estaba muy interesado en las controversias religiosas. Solía reunir periódicamente a líderes religiosos de las comunidades musulmana, cristiana y judía para debatir en su presencia. Un miembro del entorno de Al-Mu'iz provocó una polémica entre representantes de las comunidades cristiana y judía por motivos personales. En esta ocasión se sugirió al califa poner a prueba a los cristianos con un versículo del evangelio de san Mateo: “Les aseguro: si tienen fe como un grano de mostaza, dirán a este monte: ‘desplázate de aquí allá’, y se desplazará, y nada les será imposible” (Mt 17, 20).
El Califa Al-Mu'iz llamó a Amba Abram, líder religioso de los cristianos, y le dijo que demostrara que las palabras de Cristo eran verdaderas y que la religión cristiana era correcta, moviendo la colina Mokattam hacia el este, lo que permitiría la extensión de la nueva ciudad de El Cairo. En caso de negarse o no poder lograr la hazaña, la comunidad cristiana tendría que elegir una de las siguientes alternativas: convertirse al Islam o abandonar Egipto.
El patriarca consternado pidió y recibió del califa un plazo de tres días antes de darle su respuesta. Rogó a Dios que lo inspirara y llamó al pueblo copto y a toda la Iglesia de Egipto a ayunar con él durante tres días, desde el amanecer hasta el atardecer y a orar fervientemente para evitar esta prueba. Al amanecer del tercer día, la Virgen María se apareció a Amba Abram en sueños y le dijo:
“No temas, pastor fiel, las lágrimas que has derramado en esta iglesia, los ayunos y las oraciones que tú y tu pueblo habéis ofrecido no han sido en vano. Levántate y ve a la puerta de hierro que da acceso a la plaza del mercado. Allí encontrarás a un hombre tuerto con un cántaro de agua. A través de él se realizará el milagro." Este hombre no era otro que el curtidor tuerto del viejo El Cairo, a quien la piedad popular canoniza como san Samaán.
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