A 25 años del huracán Mitch, América Central sigue sin aprender sus lecciones
ACAJUTLA, El Salvador – Han pasado 25 años desde que el huracán Mitch dejó un rastro de muerte y destrucción en América Central, como lo han hecho otras tormentas tropicales, pero la región sigue sin estar preparada para enfrentar fenómenos climáticos de esa envergadura, que cíclicamente la golpean con fuerza devastadora.
Expertos en gestión de riesgo de la región, así como pobladores de comunidades costeras, señalaron a IPS que América Central no ha aprendido aún la lección de prepararse mejor ante los embates de tormentas y huracanes, un cuarto de siglo después del paso de Mitch, un huracán categoría 5, el más letal.
“Lamentablemente, la situación no ha mejorado mayor cosa”, afirmó a IPS, desde Ciudad de Guatemala, Marco Granado, secretario ejecutivo de la Concertación Regional para la Gestión de Riesgos, que aglutina a cinco instancias nacionales en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. “Ya deberíamos estar mejor preparados”, agregó.
“Las familias vivimos aquí porque la pobreza no nos permite ir a vivir a otras partes”: Marlene Canjura.
El huracán Mitch desoló América Central en octubre de 1998, es considerado el segundo más devastador en el hemisferio y dejó un saldo de 11 000 muertos.
La fuerza destructora de Mitch tumbó más de 1000 puentes y destruyó más de 1000 kilómetros de carreteras, entre otros daños a infraestructuras privadas y públicas. Las pérdidas millonarias representaron 13 % del producto interno bruto (PIB) centroamericano.
El costo de la reconstrucción fue estimado en 7000 millones de dólares por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Pobreza en La Coquera
“El paso de Mitch me quedó marcado, porque recuerdo que vivíamos a la orilla de la playa y pude ver que entre la basura y los escombros había un cadáver”, rememoró Marlene Canjura, una lideresa de la comunidad La Coquera, un asentamiento de pescadores del municipio de Acajutla, en el oeste de El Salvador.
La Coquera, donde viven 300 familias, se erige a la orilla de la playa, en el océano Pacífico, y a un costado de la desembocadura del río Sensunapán. Y cuando una tormenta de relevancia azota la zona, las aguas del mar o del río, o ambas, inundan la comunidad y las personas deben evacuar sus hogares.
“Las familias vivimos aquí porque la pobreza no nos permite ir a vivir a otras partes”, acotó Canjura, de 44 años, dedicada a la elaboración de artesanías con el caparazón de pequeños caracoles de mar.
Otros entrevistados del poblado concordaron en que la responsabilidad ante la vulnerabilidad de la región recae, en mayor medida, sobre gobiernos y élites económicas cuyos intereses pesan más que el interés colectivo de desarrollar un modelo que respete el medio ambiente, por ejemplo.
“No hay políticas de gobierno que vengan a mejorar la situación, por eso El Salvador es altamente vulnerable”, dijo Canjura.
Desde el 29 de octubre, la costa pacífica de América Central se mantuvo bajo lluvias constantes por la influencia de la tormenta tropical Pilar, que permaneció frente a sus costas hasta el 1 de noviembre.
La presencia de la tormenta activó en el istmo las redes de atención de emergencia y desastres tanto gubernamentales como civiles.
“Cualquier situación climática, por muy leve que sea, siempre va a afectar mientras los gobiernos de turno no favorezcan con políticas a la población”, insistió Canjura, sentada junto a su esposo, el pescador Jorge Pérez, de 52 años, que no ha podido salir a faenar por la situación climática.
“Tenemos como 12 días de no poder ir a pescar, porque antes de la emergencia el mar ya estaba muy picado, debido a los vientos”, señaló Pérez a IPS.
El Salvador, el más pequeño de las siete naciones centroamericanas, declaró la alerta roja en todo el país, pues Pilar avanzaba amenazadoramente hacia sus costas.
Finalmente, Pilar no golpeó con la fuerza prevista al desviarse hacia el oeste y no tocar tierra, pero fue suficiente para recordar a los centroamericanos que la región sigue básicamente igual de vulnerable que hace 25 años cuando Mitch impactó de manera destructiva.
“Estamos así, vulnerables, por falta de voluntad de los gobiernos, no tienen interés para mejorar las condiciones de vida de los pobres”, subrayó Cristina Ramos, otra lideresa comunitaria en La Coquera.
Ramos se dedica a vender pescado fresco, pero sin actividad pesquera, ella tampoco tiene ingresos.
“Como no hay producto, no podemos trabajar”, sentenció, resignada, Ramos, de 37 años, y madre de una niña, de dos años, y un niño, de 10. Dijo que, de momento, logra sortear la situación con los pocos ahorros que ha logrado mantener, producto de la venta.
Con el paso de Pilar, en El Salvador, algunos ríos se desbordaron, hubo daños en algunas casas y tres personas perdieron la vida.
En La Coquera, varias casas construidas con palmas de coco y carpetas pláticas, a la orilla de la playa, fueron tumbadas por las olas del mar, que derrumbaron previamente una pequeña borda de llantas de hule y sacos con arena.
En el barrio de La Playa, en el centro de Acajutla, a unos metros del mar, las olas continuaron dañando las construcciones de casas y pequeños negocios de comida, afectados por tormentas en 2015.
Los daños en la agricultura en la región aún se están contabilizando, pero se prevé ya una afectación en la siembra postrera de frijol, que justo estaba ya apunto de salir, en noviembre.
Aproximadamente la mitad de las familias de La Coquera tuvieron que refugiarse en albergues gubernamentales o se fueron temporalmente donde familiares que viven en zonas más altas, como lo hicieron decenas de familias en el resto del país.
Ramos decidió no evacuar y quedarse para estar atenta a cualquier situación de emergencia que se presentara en la comunidad.
Ahí se tiene instalado un sistema de alerta temprana, con parlantes montados en varios puntos del asentamiento para anunciar sobre algún riesgo inminente.
Líderes de la comunidad recibieron formación en prevención de desastres de la salvadoreña y no gubernamental Mesa Permanente para la Gestión de Riesgos.
Personal de esa organización se desplazó a La Coquera, el 1 de noviembre, para monitorear la situación de emergencia causada por Pilar.
Letra muerta
América Central, con 43 millones de habitantes, es una de las regiones más vulnerables del mundo ante los fenómenos climáticos extremos, según reportes de expertos sobre el cambio climático, incluyendo los del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC).
“Estamos ubicados en la ruta de los huracanes, tanto de los del Atlántico, como del Pacífico, como fue el caso de Pilar”, afirmó a IPS desde Managua la activista Rosamaría Matamoros, de la nicaragüense Mesa Nacional de Gestión de Riesgo.
Pero también en los desastres influyen las malas prácticas humanas, como la deforestación o formas de agriculturas inadecuadas, como sucedió con el deslave en una ladera del volcán Las Casitas, en el departamento de Chinandega, en el oeste de Nicaragua.
Ahí murieron unas 1000 personas en octubre de 1998, cuando Mitch golpeó ese país.
“Esa combinación de vivir en zonas de riesgo, en conjunto con prácticas inadecuadas, son un generador de riesgos”, apuntó Matamoros. “El deslave se dio porque no había suficiente cobertura vegetal, había deforestación”, destacó.
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Los gobiernos de los siete países de la región han diseñado políticas en principio encaminadas a prevenir y disminuir los riesgos, pero la realidad es que en la práctica esas normas no se han materializado en acciones, o al menos no en su parte medular, por ejemplo el respeto al ambiente.
Ese es el caso de la Política Centroamericana de Gestión Integral de Riesgo de Desastres, aprobada en junio de 2010 por los jefes de Estado de América Central, en una cumbre en Ciudad de Panamá.
En su actualización de 2017, esa norma plantea el establecimiento de “una región resiliente en armonía con el ambiente para el pleno desarrollo de la vida, reduciendo la pobreza y las desigualdades, y así avanzar hacia el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con una perspectiva holística, integradora y multidimensional”.
“Como documento está bien, pero en la práctica hace falta prepararnos de verdad”, sentenció el guatemalteco Granado, para quien el anhelo planteado en la citada política no pasa de ser uno de los tantos compromisos que adoptan los mandatarios de turno cuando se reúnen de manera oficial, pero que no se cumplen a cabalidad.
Por su parte, Magdalena Cortez, de la salvadoreña Mesa Permanente para la Gestión de Riesgos, señaló que para que aquella política regional avance los países deben invertir recursos financieros en ordenar aspectos como el uso de los suelos, a través de leyes de ordenamiento territorial, y de ese modo anticiparse a los eventos climáticos.
Pero eso, sostuvo a IPS, “amenaza a los intereses económicos de grupos de poder en los países y de la región”.
“Nosotros hemos hecho un esfuerzo de organización en las comunidades, de concientización sobre cómo conocer los riesgos, pero los Estados siguen generando más y más vulnerabilidad”, destacó.
Mientras tanto, la tarde del 1 de noviembre las lluvias se disipaban y el cielo salvadoreño ya mostraba unos tibios rayos de sol, lo que alegró sobremanera al pescador Jorge Pérez y a la vendedora de pescado Cristina Ramos, pues pronto podrían volver a sus trabajos.
ED: EG
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