La segunda profecía para el tiempo de Adviento se encuentra en el libro de Daniel.
El libro relata, en el capítulo 2, el sueño de Nabucodonosor, en el que el rey ve una piedra que destroza una gran estatua hecha de oro, plata, bronce y, por último, de hierro y barro mezclados. La piedra después creció y “se convirtió en una montaña y llenó toda la tierra” (Dn 2, 35). El rey se muestra turbado hasta que Daniel le da la interpretación correcta: “En tu lugar se establecerá después otro reino inferior a ti; y luego otro tercer reino de bronce (…). Habrá después un cuarto reino (…). En los días de esos reyes el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido y ese reino no pasará a otro pueblo; destruirá y acabará con todos los demás reinos, y él permanecerá por siempre” (Dn 2, 39-45).
Después de Nabucodonosor vinieron los persas, luego los griegos con Alejandro, luego los romanos que, con hierro, redujeron a polvo a todos sus adversarios, antes de que Israel fuera dividido en el siglo I, entre el hierro de Roma y el barro de Herodes.
La venida de la humilde Virgen María abre el reinado mesiánico que «jamás será destruido y subsistirá eternamente». Blaise Pascal escribirá, aludiendo a la profecía de la pequeña piedra que se convierte en montaña: «Se predice que Jesucristo sería pequeño en su principio y que luego crecería».
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