La tradición enseña que, así como la muerte entró en el mundo por culpa de una mujer, el mundo se salva por el “sí” de una mujer. Por tanto, no es la persona como mujer quien debe cargar con la culpa de la falta original.
Si esto hubiera sido así, se quiera o no, las mujeres de todas las generaciones habrían tenido que cargar el oprobio consigo, asumiendo por semejanza con Eva la culpa de la falta original. Ser mujer habría significado ser “indigna”, encarnar la culpa.
Pero la elección de María nos mantiene alejados de este error y nos obliga a una justa apreciación de la admirable dignidad que porta la mujer. Porque también de una mujer nace el Hijo de Dios, por quien el mundo se salva; mujer que es elevada así a la más alta dignidad de las criaturas, por encima de todas las criaturas.
«El nudo debido a la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que la virgen Eva tenía atado por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe» (Catecismo de la Iglesia Católica, § 494).
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