Desmontando el mito proteccionista que beneficia a pocos y empobrece a los argentinos
Ante la inminente apertura de las importaciones, vuelven a reeditarse los insólitos mitos que datan del Siglo XVII.
Ante el anuncio que el gobierno argentino dejará de limitar las importaciones, vuelve al debate un antiguo mito, que no tiene ninguna evidencia empírica: el de la necesidad de la sustitución de importaciones. Se trata del viejo mercantilismo ya refutado desde la época de Adam Smith, que por una razón muy concreta no pasa de moda: el interés de los beneficiarios que se enriquecen a costa de las personas que tienen que comprar todo nacional, caro, de mala calidad, con pocos productos importados a precios desorbitantes, con motivo de los arbitrarios aranceles.
La libertad de comercio no debería estar vinculada a cuestiones ideológicas. Fue Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista en Argentina, uno de los grandes defensores del libre cambio. Argumentaba hace un siglo, que si el Estado limitaba las importaciones, el empresariado local se aprovecharía de los trabajadores. Tenía razón. Desafortunadamente, sus sucesores ignoran su legado.
Los que defienden las barreras arancelarias, la prohibición de importar libremente y los cupos habilitados por los políticos, argumentan que si se quitan las restricciones, el país “importará todo y no producirá nada”. Este absurdo no resiste el más mínimo análisis. Comparemos la economía de una persona con la nacional, para corroborar que la producción es el paso previo fundamental para poder importar después.
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En la economía de cualquier argentino hay un paralelismo con las importaciones y las exportaciones nacionales. Lo que importa es todo lo que compra. Lo que exporta es su trabajo, que le permite adquirir los bienes y servicios que consume, que vendrían a representar sus “importaciones”.
Si fuera posible “importar todo” y “no exportar nada” estaríamos en una situación envidiable. Significa que podríamos seguir adquiriendo bienes y servicios sin necesidad de producir nuestros propios recursos para adquirirlos. Esto podría suceder uno o dos meses hasta que nos corten la tarjeta de crédito o hasta que nuestros ahorros finitos lleguen a cero. Como máximo, cuando nos corten el crédito, ya que no estaremos en condiciones de pagar ningún préstamo o deuda.
¿Cómo creen que Argentina podrá financiar sus importaciones “si no produce nada”? ¿Con pesos emitidos por el banco central? Difícil.
Descartada la falacia de importar sin exportar, permaneciendo en la analogía de la economía personal, también podemos ver qué es lo que pasa si mantenemos nuestros ingresos (exportación), pero si suprimimos lo que “importamos” del mundo exterior. Un experimento corroboró, para ilustrar esta situación, el altísimo precio que pagaría una persona si tuviera que fabricar desde cero un sándwich de pollo. Es decir, produciendo desde el pan hasta el animal: 1500 dólares. Es decir, el mundo de importar sin exportar es científicamente imposible y el mundo de exportar sin importar es terriblemente ineficiente.
El debate del libre comercio versus el proteccionismo fue saldado hace siglos en el mundo civilizado, Sin embargo, es importante resaltaar que el mito proteccionista ha sobrevivido en Argentina por la asociación entre empresarios e industriales prebendarios, vinculados a los políticos de turno, que les permiten cazar en el zoológico.
El Decreto de Necesidad y Urgencia y la “ley ómnibus” que el gobierno envirará al Congreso es la oportunidad de romper las cadenas que empobrecen a todo un país, mientras se enriquecen unos pocos.
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