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¿Está el hombre proveedor en peligro de extinción? No. Por lo menos, no de momento, pero, no descartemos su intento de borrarlo del mapa… Por Emmanuel Rincón Los países donde han penetrado las políticas progresistas viven una revolución —no feminista— sino afeminada, más allá de la ideología de género, y el expansionismo del movimiento LGBTQ, ahora escuchamos con insistencia muchas frases como “masculinidad tóxica”, “muerte al patriarcado”, “poder feminista”, entre otras; incluso en la década pasada, se generó una fuerte controversia en Estados Unidos, luego de que durante un tiempo fuera popularizada en Twitter la etiqueta #killallmen (#matenatodosloshombres). En el mainstream media europeo y estadounidense, incluso en revistas como “Men´s Healt”, se empezaron a publicar masivamente artículos que señalan que algunos hombres pueden tener relaciones sexuales entre ellos, sin la necesidad de ser homosexuales, por puro placer, algo que llaman “bud sex”. Esta confusión ha ocasionado que vivamos en un mundo más afeminado, donde la masculinidad se muestra en los principales medios de comunicación como algo negativo. Se ha intentado afianzar tanto esta narrativa, que tras darse el veredicto del caso que enfrentó al actor Johnny Depp con la actriz Amber Heard, el cual determinó que Heard había abusado del actor y lo había difamado injustamente, la prensa progresista en lugar de retraer sus acusaciones empezó a publicar artículos de “análisis” en el que argumentaban que el juicio había estado lleno de machismo y misoginia. Debido a todo este acoso, y también, por supuesto, a la popularidad y el dinero que puede brindar a quienes decidan casarse con la narrativa reinante, ahora tenemos a hombres —modelos, cantantes, empresarios—, cada vez con aspecto, vestimenta e incluso maquillaje femenino, con personalidades frágiles y débiles, que hablan pestes de la masculinidad, el capitalismo, y se declaran a sí mismos “feministas”, pese a que muchas veces este tipo de personajes son los que más daño hacen a las mujeres. El izquierdismo moderno busca satanizar cada vez más a los grupos considerados por ellos como “privilegiados”, bien sea los ricos, los hombres heterosexuales, o personas de raza blanca; y aunque todos estos hechos puedan parecer desconectados, forman parte de una misma agenda que busca confundir a las generaciones futuras, crear conflictos entre razas, clases y géneros, con el propósito de que cada vez se haga más necesaria la aparición e intervención de grandes Estados, con el propósito de presuntamente eliminar las desigualdades. El problema con lo que conocemos como “hombre proveedor” y esa masculinidad que hoy llaman “tóxica”, es que dicho modelo de individuo no necesita ni quiere la ayuda del Estado, el hombre proveedor está programado para atender, cuidar, y hacerse cargo de su familia; mientras que el hombre postmodernista, frágil, afeminado, es más conveniente para la construcción de modelos de sociedades colectivistas que son dirigidas por una planificación central. Desde hace décadas ha existido una satanización inclemente sobre los roles de género por parte de la izquierda, incluso sobre el papel de madres y padres en la vida de sus hijos, en gran parte, por esa necesidad imperiosa de “igualar”; cuando lo cierto es que los hombres y mujeres son biológica, física y mentalmente muy diferentes, poseen distintas cualidades, necesidades, talentos, fortalezas y debilidades; las mujeres son infinitamente superiores en temas sociales, tienen una mayor inteligencia emocional, son mucho más sensibles y dedicadas; los hombres son menos sensibles, más racionales, cuadrados, y están mejor facultados para el trabajo físico. Con todo esto no intento argumentar que los hogares deberían seguir infinitamente el patrón clásico de matrimonio en el que obligatoriamente, el hombre trabaja y la mujer cuida a los hijos —incluso, en muchos casos los roles podrían invertirse o preferiblemente compartirse—; el problema es la satanización del núcleo familiar como ejemplo a seguir. Una de las grandes fallas de las economías modernas, es que hoy los hogares necesitan de dos ingresos para sobrevivir, esto se empezó a acentuar luego de que —entre otros motivos—, a principios de la década de 1970, el presidente republicano, Richard Nixon, decidiera abandonar los acuerdos de Bretton Woods, según el cual, el dólar americano debía estar anclado al patrón oro, lo que dio inicio al reinado del dinero FIAT, que se mantiene hasta nuestros días; a partir de entonces, la Reserva Federal de Estados Unidos comenzó a imprimir dinero sin ningún tipo de control, generando inflación, y la fuerza laboral comenzó a perder el valor de sus salarios reales —algo que se ha agravado radicalmente en los últimos años—. Esta intervención gubernamental en la economía, y la impresión sin ningún tipo de control de masa monetaria, ha terminado convertido en un impuesto sin legislar, que los políticos utilizan cada vez que se quedan sin recursos para financiar sus agendas; desde entonces las familias necesitan cada vez más horas de trabajo para poder cubrir sus gastos y obligaciones. Las regulaciones estatales y el alto intervencionismo en la economía, no solo ha perjudicado la prosperidad de los ciudadanos, sino que indirectamente también ha afectado la salud mental de las futuras generaciones, las cuales han crecido con un alto índice de ausencia parental —una parte de estos casos por padres irresponsables que abandonan a sus hijos (algo que yo considero la verdadera “masculinidad tóxica”)—, y la otra parte, por las razones económicas anteriormente mencionadas, que han venido desatando nuevas dificultades para las sociedades, a medida que los niños sin padres comienzan a crecer. Es evidente que todo hombre y mujer, sin importar su raza o religión, debería poder dedicarse a lo que sea que le haga feliz, bien sea, criar a sus hijos, trabajar en una transnacional, ser atletas profesionales o dedicarse a la política, pues, además, no existe realmente eso de “una vida exitosa”, hay muchas formas de alcanzar el “éxito” o lo que sea que concibamos como realización personal. El problema es la satanización de la familia tradicional, nuestras sociedades afeminadas y el intento de abolir la masculinidad; todo esto degenera en una serie de trastornos sociales que van destruyendo nuestra civilización y deja, tanto a niños, como adultos, de ambos géneros, a los pies de los grandes Estados, y de aquellos hombres que juegan a ser Dios. | Selección del editor
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