La necesidad de terminar con el arte subsidiado en Argentina
Desde el kirchnerismo y la izquierda plantean que si se terminan los subsidios se morirá el cine independiente. ¿No será "dependiente" del Estado entonces?
El modelo estatista inflacionario en Argentina llegó a su fin. Con la victoria de Javier Milei y la presentación del DNU y la ley “Bases” se abrió un necesario debate para salir definitivamente de la crisis: ¿Qué tiene que hacer y que no debe realizar el Estado con fondos públicos? Lógicamente, hay una coincidencia en la sociedad que es necesaria una reforma ambiciosa, pero nadie quiere ceder sus privilegios particulares. Todos quieren que la desregulación y los recortes le lleguen a los demás. Si embargo, el gobierno entiende que el programa es a todo o nada.
El kirchnerismo y la izquierda, únicos espacios que pretenden que no cambie nada, han arremetido contra la idea de terminar con las instituciones que subsidian diversas producciones artísticas, que deberían funcionar con financiamiento privado (como el resto de la economía sana). Aseguran que sin recursos públicos, se terminaría con el “cine independiente” en el país. Es curioso, si algo “independiente” se termina sin un apoyo concreto particular -mucho más si proviene del Estado-, lejos de ser independiente, estaríamos hablando de algo absolutamente “dependiente”. A pesar de esta afirmación, el populismo tiene sus palabras y términos sagrados, que los usa hasta el cansancio aunque sea una evidente contradicción en la práctica.
Sobran los argumentos para terminar con toda esta locura. El primero, principal y más razonable es que un país con la mitad de los niños por debajo de la linea de pobreza, no debería estar utilizando fondos públicos para estas iniciativas. La paradoja del progresismo es que se llena la boca hablando de los pobres, pero nada dicen cuando los más humildes financian vía impuestos estas cuestiones, al comprar la poca comida que pueden llevar a sus mesas. Plantean una disociación total de cuestiones que vienen completamente de la mano.
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Aunque este es el argumento más escuchado en el debate político, existen otros motivos que invitan a pasar la página y a terminar con el arte subsidiado. Como algunos valientes e inteligentes artistas señalaron, el arte debe ser contestatario, rebelde y verdaderamente independiente al poder de turno. Si las producciones necesitan el visto bueno de la autoridad política, lo único que podemos esperar es una manifestación artística cómoda para el poder de turno. No es casual que las producciones financiadas durante el kirchnerismo sean en sintonía del relato que se bajó desde el Estado en aquellos años oscuros de la Argentina.
Aunque sea más difícil de visualizar por lo contrafáctico (“lo que se ve y lo que no se ve“, según Bastiat) existen muchas razones, vinculadas al mundo artístico, para ir del modelo corporativo al de libre mercado. Para empezar, en lugar de pensar solamente en el subsidio perdido, las personas dedicadas al rubro deberían considerar como se abaratarían los costos si se deja, por ejemplo, el modelo de sustitución de importaciones. Otro “kiosko”, el de los industriales locales. Hasta hoy, equiparse para hacer producciones artísticas y audiovisuales era prohibitivo. La tecnología los materiales para producir resultaban caros y de mala calidad. Desde una cámara, hasta las luces, pasando por los insumos para los efectos y los maquillajes, todo lo bueno resultaba prohibitivo en Argentina. En el ámbito musical pasa lo mismo con los instrumentos. De conseguir los insumos a los precios del mundo civilizado, las producciones locales independientes podrían dar un salto de calidad. Hay mucho más para ganar que para perder con lo que propone el nuevo gobierno.
Finalmente, si Argentina abraza la economía de mercado, el incremento en las tasas de capitalización del país generará mejores salarios y un aumento en el poder adquisitivo. Las inquietudes artísticas de las personas tienen lugar cuando las necesidades básicas se encuentran satisfechas. Una sociedad que no pasa hambre y que no debe preocuparse por el techo es más proclive a consumir teatro, cine y música que un pueblo que tiene prioridades vinculadas a la mera supervivencia.
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