Del otro lado del río Potomac, en Washington (Estados Unidos), hay dos grandes “templos” llenos de estatuas de hombres famosos representados algo así como dioses. Sin embargo, los monumentos a Jefferson y Lincoln no son símbolos de la reverencia de los estadounidenses por esos ex presidentes, dice el P. Hanley del Seminario Mount St. Mary en Emmitsburg, Maryland. “Los honramos porque han hecho grandes cosas por nuestro país. Es más o menos lo mismo con María, excepto que tenemos una visión más sobrenatural porque honramos a María como alguien que sabemos que todavía está viva y escuchándonos”.
“Nuestra Señora es la obra suprema de Dios —dice el P. Hathaway, rector de la Basílica de Santa María en Alexandria, Virginia— por su ausencia de pecado, el papel que desempeña en el misterio de la salvación: traer a Cristo a la tierra, alimentándolo y continuando siendo Madre de la Iglesia. Venerarla es, por tanto, algo muy agradable a Dios”.
A Dios Padre le gusta incluir a sus seres queridos en sus obras, dijo el P. Rampino, estudiante de la Universidad Católica de Washington. «Cuando pedimos algo al Señor a través de los santos, no es como si estuviéramos reuniendo un equipo de abogados celestiales para defender nuestro caso ante Dios, quien preferiría no darnos lo que queremos, pero que, si lo convencen personas que son de su agrado, probablemente lo haga», dijo. «¡Algo parecido sucede con la Virgen que estuvo asociada a los proyectos más grandes de Dios! Al honrarla, honramos la obra de Dios, honramos la belleza de su plan”.
El obispo Burbidge, de la diócesis de Arlington, en Virginia, pidió a los católicos de la diócesis que tuvieran una estatua de María en su casa. "Somos seres humanos; necesitamos señales, recordatorios", dijo. “Por supuesto que podemos acudir directamente a Dios (en oración), todos lo sabemos. Pero siempre es mejor tener a María como amiga en el Cielo”.
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