En este extracto de La verdadera vida en Dios, un texto místico que recibió el imprimatur y el nihil obstat de dos obispos*, Jesús se dirige a su Madre:
“¡Obra maestra de mi Padre! ¡Sublime obra maestra de Yahvé! ¡Esposa del Espíritu Santo! ¡Mi tabernáculo radiante! […] Tu Corazón es mi jardín cerrado, una fuente sellada. Tu Corazón es fuente que fecunda los jardines. Tu Corazón, oh adorable, es mi trono, en el cual he sido honrado. […] ¿Cómo puede alguna de mis criaturas renegar de Tu Corazón?
Tú, arca del poder, toda revestida de virtudes, mi cántico nuevo, mi arpa, mi ciudadela; Tú, en cuya magnificencia se deleita el creador del cielo y de la tierra; Tú que estás en nuestra presencia y te mantienes más cerca que nunca de todos los que te invocan. Sin embargo, ¿cómo pudo el hombre haber caído tan bajo y haber tomado el camino engañoso de renegar de Tu corazón?
Aquí Jesús se dirige nuevamente a cada uno de nosotros:
“Miren, no solo la he elegido para ser Reina de mis ángeles y de mis criaturas, sino que la he elegido para ser mi trono. La reina del cielo y de la tierra es el trono del Rey de reyes porque yo, el Señor de todos, le he dado el primer lugar en mi Sagrado Corazón, nacida para ser mi corona de esplendor, nacida para ser el vaso de la luz verdadera que se hizo carne del linaje de David, nacida para ser mi honra y orgullo. El Espíritu, yo y el Padre dijimos:
"María, llena eres de gracia, estamos contigo. No te esconderemos ninguno de nuestros secretos. Nuestro aliento será tu aliento, pura emanación de nuestra gloria. María, imagen de nuestra bondad, te damos nuestra paz en tu corazón. En este corazón perfecto, yo, el Hijo, triunfaré. Nuestro corazón será tu corazón, horno del fuego del amor divino. Nuestra alma será tu alma, un tesoro augusto, un paraíso para nosotros. Nuestro espíritu será tu espíritu. Sí, porque quien está unido a nosotros es un solo espíritu con nosotros.
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