#OPINION Por Humberto González Briceño: El 4 de febrero de 1992 y el asalto del chavismo al poder
Luego de un cuarto de siglo de régimen chavista en Venezuela es obligatorio examinar y estudiar en forma exhaustiva no sólo las estrategias fracasadas de la falsa oposición sino además el contexto en el cual el chavismo toma el poder y lo retiene en contra de la voluntad de la mayoría de los venezolanos.
No se puede abordar lo primero sin antes entender y descifrar lo segundo pues el chavismo presenta el último modelo conocido y exitoso para tomar el poder en Venezuela.
La pertinencia de este examen debe liberarse desde el comienzo de las fáciles tentaciones de copiar las estrategias y las tácticas chavistas por el solo hecho de que hayan funcionado en el pasado.
Más bien lo que habría que hacer es analizar por qué el chavismo usó unas tácticas y no otras y el proceso que condujo a su elaboración para encontrar las pistas que nos ayuden a articular una tesis estratégica única y original tal como a ellos les tocó hacer en esa época.
Esta discusión tiene una eminente actualidad hoy cuando la falsa oposición y su candidata siguen encerrados en el laberinto de la legalidad chavista, en medio de negociaciones y elecciones, sin la menor perspectiva de construir una vía que nos ayude a sacar al chavismo del poder.
Una parte de la falsa oposición ya se acostumbró a ser oposición.
Es la oposición funcional de la que tanto habla Sánchez Berzain porque su función es legitimar al régimen y marcha a ritmo que este le imprime entre negociaciones y elecciones.
La dirigencia de esta oposición ya sacó sus cuentas y llegó a la conclusión que no hay forma de salir del chavismo en el corto plazo por la vía electoral y entonces apuestan a esperar a que el derrumbe llegue solo inspirados en aquel mantra político que dice “no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista”.
Preocupante tesis porque el chavismo ya lleva 25 de 100 y más desalentador si se mira a una Cuba que lleva 60 de 100.
Hay otro sector de la falsa oposición que en forma irreflexiva, improvisada e ingenua simplemente trata de copiar el modelo chavista de asalto al poder quizás pensando que si funcionó una vez bien podría funcionar dos veces. Este sector se mueve pendularmente entre la idea de una insurrección cívico militar (tipo 4 de febrero de 1992) y una masiva movilización electoral (tipo diciembre de 1998).
He aquí la pertinencia de examinar el contexto en el cual el chavismo toma por asalto el poder.
Se ha escrito y documentado en forma abundante sobre los detalles que llevaron al golpe de estado de febrero de 1992 y el proceso que condujo a la victoria electoral de Hugo Chávez en diciembre de 1998.
Argumentos y detalles que pueden ser consultados en la bibliografía disponible sobre el tema pero que no vamos a repetir en los estrictos límites de este artículo. Lo que si consideramos medular para el análisis es la idea en la cual coinciden epígonos y críticos de estos eventos en virtud de la cual la vulnerabilidad del régimen de Estado de partidos es lo que permite el acceso de Hugo Chávez al poder y la instauración de su régimen político desde 1999.
Un autor experto en la génesis e historia del chavismo como Alberto Garrido aporta importantes documentos y análisis propios sobre este proceso sin dejar de repetir que las debilidades políticas e institucionales del sistema al cual se enfrentaba Chávez fueron claves para su derrota.
Esto es muy importante para refutar a los espontáneos e improvisados que despachan el tema proponiendo una rebelión cívico militar como las de antes (Antonio Ledezma en declaraciones a Patricia Poleo, agosto de 2023) o quienes creen que basta con participar masivamente en unas elecciones para ganarle al chavismo así como Hugo Chávez lo hizo en 1998.
Desde el punto de vista estrictamente militar el 4 de febrero de 1992 fue un fracaso, pero sus promotores, con la ayuda de algunos medios de comunicación, lo vendieron como una victoria, aunque nadie salió a apoyar en la calle.
Lo grave es que como resultado de esa campaña mediática los traidores a la patria no fueron degradados y sentenciados sino convertidos en héroes, recuperando su libertad y plenos derechos políticos con garantías para seguir actuando dentro del régimen que trataron de derribar.
Militares activos en esa época tales como Mario Iván Carratú Molina han explicado con detalles que todo el proceso conspirativo y el posterior perdón de los golpistas ocurrieron en conocimiento y con la anuencia de la alta oficialidad militar y la dirigencia política.
En el caso de los militares algunos callaron lo que sabían y otros fueron cómplices de la conspiración por rivalidades internas o por un extraño pudor democrático que los arrastraba a defender los derechos humanos de sus compañeros de armas.
En lo político hubo un evidente revanchismo en contra del entonces Presidente Carlos Andrés Pérez orquestado por su propio partido Acción Democrática (¡Que historias debe tener Ramos Allup de esas reuniones!) y eficientemente aprovechado por Rafael Caldera quien en su obsesión por ser presidente no dudo ni un minuto en otorgarle legitimidad histórica a los golpistas, sin reparar que así le clavaba un puñalada al corazón del mismo régimen que a él le había endiosado.
Con un régimen político (el Estado de partidos) cuyos operadores estaban dispuestos a destrozarlo para zanjar sus rivalidades resultaba casi obvio que Hugo Chávez se moviera de su táctica insurreccional-militar hacia una electoral.
En ese terreno Chávez tuvo todas las garantías, el apoyo mediático que quiso y mucho más para derrotar a un régimen político que fue incapaz de defenderse a sí mismo y su propia institucionalidad.
Si Hugo Chávez se hubiese encontrado con un régimen político que en ejercicio de su constitucionalidad y legalidad le hubiese juzgado, condenado y degradado este jamás hubiese podido llegar al poder.
Por el contrario Chávez se encontró con un ejército de colaboracionistas y tránsfugas que cambiaron de bando y le facilitaron la vía al poder.
No solo se le permitió a un traidor a la patria postularse y ser electo presidente sino que además, por si eso fuera poco, el estamento político y judicial de la época permitió la violación de la Constitución vigente de 1961 para facilitarle a Chávez imponer fraudulenta su propia Constitución (sobre esto la magistrada Cecilia Sosa Gómez también debe tener historias!).
Se puede apreciar que el régimen chavista de hoy es muy diferente al Estado de partidos de ayer. El Estado chavista impone su legalidad a sangre y fuego. Decide quiénes serán los candidatos, organiza las elecciones, cuenta los votos y proclama al ganador.
Todo esto es legal, Y si alguien está en desacuerdo que vaya y apele ante el Consejo Nacional Electoral chavista o el Tribunal Supremo de Justicia Chavista.
Aquí no funciona tratar de organizar una insurrección militar desde afuera con una Fuerza Armada organizada y adoctrinada como chavista y una oficialidad vigilada de mil maneras por el G2 cubano.
Esa no era la situación de las Fuerzas Armadas de la era “democrática” donde Hugo Chávez y sus compinches discutían libremente sus planes conspirativos con sus superiores.
Tampoco funciona la táctica electoral que usó Chávez en 1998 porque este es un sistema electoral viciado y diseñado a la medida de las farsas electorales del chavismo.
Nada que ver con el CNE de 1998 donde varios miembros de su directiva estaban envalentonados con la candidatura de Chávez.
Fueron las debilidades institucionales, jurídicas, políticas, y militares del Estado de partidos las que facilitaron el asalto del chavismo al poder.
Todo lo demás que se pueda decir para explicar esta situación forma parte del mito de la insurrección popular o el mito de la avalancha electoral.
Con este argumento no queremos decir que el régimen chavista es imbatible. No. El régimen chavista en este momento tiene profundas y graves debilidades sobre todo en la institución militar, pero se le percibe como fuerte si se le compara con la falsa oposición que tiene al frente.
Algunas lecciones que se pueden aprovechar del 4 de febrero y el asalto del chavismo al poder son:
1) Hay que caracterizar al adversario y definir con precisión sus vulnerabilidades para atacarlo en esos puntos;
2) No se puede caer en el simplismo de hacer algo porque Chávez lo hizo y le funcionó. Hay que pensar en nuevas estrategias y nuevas tácticas que respondan a una realidad y una coyuntura que son totalmente diferentes.
Una cosa es enfrentar y derrotar al Estado de partidos donde la mayoría de sus facciones colaboraron con el chavismo y otra muy distinta es confrontar al Estado chavista siempre dispuesto a usar su pseudo legalidad y la violencia para atornillarse en el poder.
Humberto González Briceño
Maestría en Negociación y Conflicto
California State University
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