Silencio en Cuaresma, por María García de Fleury
800 Noticias | Marco Arriaga
Vivimos en un mundo ruidoso, una banda sonora de conversaciones comerciales en competencia, es toda una cacofonía de mensajes que forman y reforman nuestra atención y nuestros deseos. En una cultura adicta al ruido, el silencio resulta sorprendente e incómodo. Esto es especialmente cierto, sobre todo para los que pertenecen a la generación milenial.
La cuaresma, aun en medio del ruido, es una temporada de abnegación, un periodo de espera y de introspección. La práctica del silencio puede ser una quietud activa e intencional que vuelve a centrar nuestra atención en la cruz y en Cristo crucificado. El silencio y la quietud no deberían ser conceptos extraños a la iglesia. Dios habla en la quietud. El profeta Elías en el Monte Carmelo se encontró con Dios, no en un terremoto, tampoco en un fuego, ni en un viento furioso, sino en una suave brisa. En el Monte Sinaí, Moisés, alejado de su pueblo, solo sintió la presencia del Señor de espaldas.
Para el mundo, el silencio implica debilidad y quietud, implica capitulación. Una persona silenciosa, alguien que se niega a participar en el intercambio de ruidos e ideas, carece de trayectoria, aparentemente carece de poder y autoridad. Eso fue lo que creyeron las autoridades romanas respecto al silencio de Jesús. En su respuesta a Pilato, Jesús no hizo grandes gestos ni respuestas propias de un rey. En la presencia silenciosa de Cristo, vemos que el silencio es una forma en que se mueve el Espíritu Santo. La temporada de Cuaresma avanza a una velocidad diferente, la velocidad del silencio y la quietud que trae renovación. Es un buen tiempo para hacer un retiro espiritual, un tiempo de silencio.
Comienza el miércoles de ceniza con el recordatorio de que estamos hechos de ceniza y a las cenizas regresaremos. Este énfasis en la fragilidad de la humanidad queda claro a través del silencio del Viernes Santo, cuando el movimiento de Cuaresma parece haber sido en vano. Solo en la tranquilidad de la mañana de Pascua se supera el ruido del mundo, cuando el silencioso, que fue sofocado por los que ejercían el poder, emergió de la tumba. Durante la Cuaresma, muchos cristianos pasan 40 días absteniéndose de algún hábito o rechazando voluntariamente algún capricho. Esto a menudo actúa como penitencia. Es un reconocimiento de que nuestras vidas están demasiado abarrotadas de frivolidad y excesos. El hábito del silencio permite responder al llamado de amar al prójimo.
El silencio no es solo la práctica de estar en silencio, sino de aprender hábitos de quietud y atención. Siglos de tradiciones monásticas se han basado y descansado en la sabiduría de la quietud y el silencio. La sabiduría de aquellos que rara vez hablan parece herir más profundamente. El silencio aleja de posiciones de autoridad y poder y coloca en una postura de receptividad. Rara vez se aprende algo nuevo mientras se habla. Los hábitos practicados durante la Cuaresma deberían parecer tontos a menos que se vean a través del lente interpretativo de la Resurrección. Escuchar el silencio, la quietud, tiene poco sentido en una cultura del ruido. Los hábitos de silencio y quietud son una invitación a alejarnos del ruido y el caos que el mundo alaba, y a llevar una vida más atenta y receptiva. Pero son hábitos que se alinean con la trayectoria de la Cuaresma, que es acercarse a Dios, y amigos, con Dios siempre ganamos.
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