La minoría misógina, otro año más
Este artículo de opinión integra la cobertura de IPS sobre el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo.
NUEVA YORK – Una minoría de la población mundial padece misoginia y continúa oponiéndose a los esfuerzos para lograr la igualdad de género y empoderar a mujeres y niñas. No se puede permitir que la minoría misógina socave las políticas de igualdad de género apoyadas por grandes mayorías del público en todo el mundo.
Según encuestas nacionales en diferentes regiones del mundo, una gran mayoría del público apoya la igualdad de género y dice que es muy importante que las mujeres en su país tengan los mismos derechos que los hombres.
Las mayorías que apoyan la igualdad de género varían desde máximos de 90 % o más en países como Canadá, Suecia y el Reino Unido hasta mínimos de aproximadamente 55 % en Kenia, Rusia y Corea del Sur (Imagen 1).
Entre la minoría misógina, muchos consideran a las mujeres inferiores a los hombres, las tratan como su propiedad personal, les niegan el control sobre sus vidas y sus cuerpos, restringen sus derechos políticos, sociales y económicos y, con demasiada frecuencia, las ridiculizan, intimidan y abusan físicamente de ellas.
Los misóginos también suelen desestimar los principios fundamentales de la igualdad entre hombres y mujeres consagrados en documentos, tratados, declaraciones e instrumentos internacionales, como la Declaración Universal de Derechos Humanos. Los misóginos también tienden a oponerse a las leyes y políticas de igualdad de género que se incorporan en muchos tratados regionales e instrumentos nacionales.
La lucha actual por la igualdad de género sigue una larga historia de opresión de las mujeres mediante el uso de la autoridad, la ley, la fuerza física y la violencia por parte de los hombres. En muchas sociedades de todo el mundo, a las mujeres y las niñas se les ha impedido injustamente alcanzar la plena igualdad y disfrutar de sus derechos humanos básicos.
En casi todas las sociedades del pasado, las mujeres estaban bajo el control de sus padres y maridos y se les impedía tomar decisiones personales y alcanzar la igualdad con los hombres.
En general, las mujeres tenían pocas opciones para mantenerse a sí mismas fuera del matrimonio y se casaban o se las obligaba a casarse normalmente a edades relativamente jóvenes, con el objetivo principal de tener relaciones sexuales, tener hijos y mantener o trabajar en un hogar familiar.
Recién a principios del siglo XX los países comenzaron a aprobar leyes que garantizaban a las mujeres el derecho a votar y presentarse a las elecciones. El primer país que permitió que las mujeres votaran fue Nueva Zelanda en 1893. Aproximadamente una década después, le siguieron Australia, Finlandia, Dinamarca e Islandia.
Un par de décadas después, a las mujeres se les concedió el derecho al voto en Estados Unidos y el Reino Unido. Aproximadamente un siglo después, los países que más recientemente han permitido a las mujeres participar en las elecciones son Bután, Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos.
Hacia mediados del siglo XX, más de la mitad de todos los países habían concedido a las mujeres el derecho al voto, aunque algunos inicialmente tenían restricciones para mujeres de determinados orígenes según la edad, la educación, el estado civil o la raza. Hoy en día, ninguno de los casi 200 países del mundo prohíbe a las mujeres votar por su sexo (Imagen 2).
Varias organizaciones han compilado clasificaciones e índices que indican la posición de los países en materia de igualdad de género y derechos y bienestar de las mujeres. Entre los países con algunas de las calificaciones más altas en materia de igualdad de género y derechos básicos de las mujeres se encuentran Dinamarca, Finlandia, Islandia, Nueva Zelanda, Noruega, Países Bajos, Suiza y Suecia.
Por el contrario, algunos de los países con las calificaciones más bajas en materia de derechos e igualdad de las mujeres también suelen sufrir conflictos civiles, lo que socava los esfuerzos encaminados a la igualdad de género y el bienestar de las mujeres. Entre esos países se encuentran Afganistán, Chad, República Democrática del Congo, Somalia, Sudán del Sur, Sudán, Siria y Yemen.
Particularmente digna de mención es la terrible situación de la igualdad de género en Afganistán. Es el único país del mundo que prohíbe la educación y el empleo femenino.
Los factores socioculturales, las prácticas y creencias tradicionales en Afganistán han contribuido a la terrible situación del país en materia de igualdad de género tanto en la educación como en el empleo. A las niñas se les prohíbe asistir a la escuela secundaria y el empleo de las mujeres está prácticamente prohibido, con excepciones en las áreas de salud y educación.
Además de las diferencias entre países, las diferencias significativas en la igualdad de género y la condición de la mujer también pueden variar dentro de los países. En Estados Unidos, por ejemplo, algunos de los estados que han alcanzado los niveles más altos en bienestar, salud y seguridad de las mujeres son Connecticut, Maine y Massachusetts, mientras que en el otro extremo del ranking se encuentran Alabama, Arkansas y Luisiana.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
Aunque las mujeres representan 50 % de la población mundial de ocho mil millones de personas, su representación entre los gobiernos y su participación en la política es considerablemente menor. En todos los niveles de la toma de decisiones y la formulación de políticas, especialmente en las áreas de defensa y economía, las mujeres están subrepresentadas.
Se reconoce ampliamente que la educación de niñas y mujeres es una de las mejores inversiones del mundo, ya que proporciona una base básica para toda una vida de aprendizaje, avance y empoderamiento de niñas y mujeres. En todo el mundo, las tasas de matrícula escolar en los niveles primario, secundario y terciario son cada vez más iguales para niñas y niños (Imagen 3).
Alrededor de dos tercios de todos los países han alcanzado la paridad de género en la matriculación en la escuela primaria. Sin embargo, las tasas de finalización en muchos países en desarrollo son más bajas para las niñas que para los niños. Además, se estima que en todo el mundo 129 millones de niñas, 32 millones en el nivel primario y 97 millones en el nivel secundario, no están escolarizadas.
En el nivel de educación terciaria, la matrícula de mujeres ha aumentado considerablemente y las alumnas superan en número a los varones. Sin embargo, las estudiantes están mayoritariamente inscriptas en artes, ciencias sociales y humanidades en lugar de cursar carreras en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas.
Con respecto a la participación en la fuerza laboral formal, existe una brecha de género considerable, con tasas para hombres y mujeres de aproximadamente 75 y 50 %, respectivamente. Sin embargo, la mayor parte del trabajo realizado por mujeres fuera de la fuerza laboral formal a nivel mundial no es remunerado.
El nivel de participación femenina en la fuerza laboral varía considerablemente entre regiones. Si bien en la mayoría de las regiones más de la mitad de todas las mujeres entre 15 y 64 años participan en el mercado laboral, solo una cuarta parte o menos lo hace en las regiones del sur de Asia, Medio Oriente y África del Norte.
Las mujeres también tienen más probabilidades de dedicar el doble de tiempo que los hombres a cuidar y realizar tareas domésticas. Entre los niños de 5 a 14 años, las niñas también dedican mucho más tiempo que los niños a quehaceres domésticos no remunerados.
Otro avance importante que ha influido considerablemente en la igualdad de género fue la introducción de métodos anticonceptivos modernos para las mujeres a partir de la década de 1960. Esos métodos, especialmente las píldoras anticonceptivas orales, los dispositivos intrauterinos y los implantes, permiten a las mujeres elegir el número, el momento y el espaciamiento de sus nacimientos.
Esa capacidad, a su vez, redujo el miedo a un embarazo no deseado, redujo la incidencia del aborto y proporcionó a las mujeres un control sobre su vida reproductiva similar al de los hombres. El control de las mujeres sobre su reproducción también les permitió seguir estudios superiores, carreras, empleo, recreación, viajar, decidir sobre estilos de vida y participar más plenamente en la sociedad.
En el pasado reciente se han logrado avances notables en materia de igualdad entre mujeres y hombres. Sin embargo, el mundo no está en camino de alcanzar el Objetivo 5 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas de lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y niñas para 2030.
Al ritmo actual de progreso, se estima que se necesitarán cientos de décadas para lograr la igualdad de género, en particular cerrar las brechas en la protección legal y eliminar las leyes discriminatorias. Para reducir ese largo período será necesario realizar inversiones en políticas y programas destinados a acelerar el progreso.
Además de esas inversiones, es preciso proteger y hacer cumplir los derechos básicos de las mujeres. Se deben eliminar las prácticas que oprimen a las mujeres y reconocer y promover las decisiones personales y opciones de vida de las mujeres.
Además, lo que es más importante, no se puede permitir que las actitudes, objeciones y comportamientos de la minoría misógina del mundo socaven las políticas de igualdad de género solicitadas y apoyadas por grandes mayorías del público en todo el mundo.
Joseph Chamie es demógrafo consultor independiente. Fue director de la División de Población de las Naciones Unidas y autor de numerosas publicaciones sobre temas de población, incluido su libro más reciente: “Nacimientos, muertes, migraciones y otros asuntos importantes sobre población”.
T: MLM / ED: EG
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