Pasar de la creencia a la ciencia, por Tulio Ramírez
Durante mis estudios de Sociología, además de bañarme a diario de marxismo en todas sus vertientes, estudié algunos autores que, si bien han sido y son importantes en el mundo sociológico, eran tratados como teloneros de los ídolos del momento. Los Marx, Luckas, Adorno, Althusser, Hobsbawm y Gramsci, entre otros, eran los que ponían la música que debíamos bailar los muchachos recién salidos de un bachillerato que privilegiaba más la memoria que la comprensión.
Por supuesto, autores latinoamericanos y académicos venezolanos comprometidos de manera militante con el marxismo, también los estudiábamos con interés. Aunque no estuvieran rankeados en las ligas mayores del pensamiento marxista como los camaradas antes nombrados, eran muestras del talento regional y nacional.
Otros sociólogos como Weber, Parsons, Merton y Durkheim, estaban relegados a la banca, o cuando mucho utilizados en el noveno inning, pero no como oportunos bateadores emergentes sino como corredores ocasionales. Ponerlos en play dependía de dos condiciones, que el score estuviera abultado y que no hubiese fanáticos en las gradas.
Eran los años 70 y el mundo universitario venezolano como la mayoría de las universidades autónomas en América Latina, estaba alineado con el materialismo histórico “como ciencia” y la dialéctica “como método”. Desde la nave nodriza soviética, esta corriente de pensamiento se expandió por el mundo como la única teoría de lo social “con bases sólidas, objetivas y científicas”. Las comillas no son para ironizar ni mucho menos, son para advertir que no son palabras mías, aunque quizás lo fueron en otros tiempos.
En esa época se estudiaba a los sociólogos no marxistas como ejemplos de lo que no es la ciencia, o peor aún, se incorporaban a los currículos de las escuelas universitarias para tenerlos como pera de boxeo. Se les acusaba de ser “discursos ideológicos con un lenguaje pseudocientífico, elaborados para tergiversar la realidad, justificar la dominación y mantener en el poder a la clase dominante”. Una vez más uso las comillas por las mismas razones expuestas en el párrafo anterior.
De esas tempestades epistemológicas devienen los lodos del pensamiento único que tanto daño ha hecho a varias generaciones de profesionales de las ciencias sociales en general. Producto de la guerra fría hasta bien entrados los años 80, se instauró un pensamiento único y unificador que obstaculizó el desarrollo de la crítica, la autocrítica y el pensamiento autónomo, es decir, trabó el desarrollo de la actitud científica. Esa corriente de pensamiento desdibujó la esencia misma de la formación universitaria. De espacios académicos para la libre confrontación de ideas con recursos argumentativos y evidencias, se convirtieron en nichos para la inquisición y veto de las ideas diferentes.
Entiendo que hoy en las ciencias sociales se hacen esfuerzos para superar los catecismos que por tanto tiempo dominaron las aulas de clases. Ya no se pontifica, como se hacía tiempo atrás, a “Doctrinas reveladoras de verdades históricas”. Eran doctrinas llamadas revolucionarias pero, a la vez, contradictoriamente inamovibles.
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En las aulas universitarias se están abandonando las verdades absolutas, para someter a la prueba de la lógica y de la evidencia, toda propuesta discursiva que intenta explicar la complejidad de lo social. Ese es el papel de la academia, formar a individuos críticos, capaces de analizar e interpretar, sin rendir ciegamente votos de obediencia a doctrina alguna.
¿A qué viene toda esta aburrida perorata? Resulta que, por asomado, escuché a un joven sociólogo militante de la revolución bolivariana expresarse en un acto público de la siguiente manera, cito, “Nuestra línea de pensamiento es el marxismo ya que es la teoría científica que ilumina el camino de la práctica política transformadora a favor del pueblo. Gracias al marxismo los pueblos que lo han adoptado han logrado la felicidad plena…”. No sigo por respeto a usted, amigo lector.
Para este joven profesional, la evidencia será tomada solo si corrobora su teoría. Hechos como el derrumbe de la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín, la Cuba arruinada y empobrecida y una Corea del Norte con una Monarquía hereditaria que hizo de este país, su feudo; son meros detalles que no desvirtúan sus verdades “científicas”.
Pasar de la creencia a la ciencia no es tan fácil como desearíamos. Mientras perviva el culto a los Totems que tienen todas las respuestas, difícilmente podremos hacerlo.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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