Circulo por la Avenida Nacional, bello nombre para una calle otrora hermosa, flanqueada por edificios que solían llamar la atención por sus detalles arquitectónicos y que ahora solo viven en el recuerdo de unos pocos pues, o son una ruina, o sucumbieron bajo las piedras de demolición. Para complementar el deplorable estado de las construcciones que se sitúan justo en una de las entradas a la ciudad están los cerros —qué digo cerros, verdaderas montañas— de basura que desaparecen únicamente cuando el camión, que es negocio privado de algún funcionario, se digna a pasar a recogerla a medias. Jamás se la llevan completa. No están diseñados para tal fin.

No me gusta la basura de la Avenida Nacional, pero me molestan más los ´pataconcitos´ que están a todo lo largo de los límites de uno de nuestros principales atractivos turísticos: las ruinas de Panamá la Vieja. Allí, sirven de adorno a los pequeños parques infantiles que luchan por ocupar un lugar dentro de aquel maremágnum de desechos.

A veces tengo la impresión de que la basura es ya parte del paisaje y la vemos sin mirarla. Hemos dejado de notarla. Siempre está. No digo que esta indiferencia sea lo apropiado, pero no me queda claro qué se podría hacer para eliminar los desechos que muchos panameños irresponsables sencillamente dejan por cualquier lado y que el gobierno no recoge.

Pero hay una imagen mucho más trágica, más horripilante y a la que no me acostumbro a pesar de verla casi a diario y es aquella de los desamparados que un poquito más adelante se aglomeran en su estado de permanente suciedad a consumir toda suerte de drogas, a plena luz del día, ostentando su vicio ante quienquiera que pase por allí. Hombres y mujeres, ora en harapos, ora desnudos, algunos peleándose entre sí, lo que parece el último rescoldo de una pipa de la que todos quieren extraer el retazo de un viaje al más allá.

No faltan los que manipulan agujas y otros instrumentos con el mismo fin. Y, puede ser que, si uno es afortunado, logre evadir a los que se tiran a la calle vociferando, llevando piedras en la mano para defenderse de quién sabe qué. Quizás te encuentres con alguno sentado alegremente en medio de la concurrida avenida, todo es posible. Lo que jamás he visto es un miembro de la fuerza pública ni representante alguno de cualquiera de las autoridades de la ciudad, que en mi inocente forma de pensar debían hacer acto de presencia para poner algo de orden. Porque conocen la situación, la conocen perfectamente, pero prefieren hacerse de la vista gorda y dejar que los desamparados se jueguen la vida.

Son muchos y pudiéramos concluir que están allí y en ese estado por decisión propia, pero quién en su sano juicio puede pensar que nadie escoge deliberadamente caer en el vicio de las drogas. No me extrañaría que cada cierto tiempo esas mismas autoridades que no hacen nada por poner un alto al consumo descarado que se ve a diario pasen recogiendo cuerpos de aquellos que no sobrevivieron su propia debilidad. Así estamos.

ELLAS