Voto y cambio, por Simón García
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Vivimos un escenario político difícil y complicado. Difícil porque libramos una lucha democrática en condiciones no democráticas. Y complicado por dos hechos determinantes. El primero es que la naturaleza autoritaria del gobierno genera en sus beneficiarios, una fuerte resistencia a ceder un poder ejercido para acumular privilegios e impunidades.
La segunda complicación es la existencia en la oposición de diferente visiones y teorías sobre el cambio, incluidos quienes participaron en la exitosa celebración de las primarias del 22 de octubre.
El deber opositor es esclarecer este panorama, orientar a los ciudadanos sobre el objetivo principal y ayudar a que participen en la consecución de los medios necesarios para alcanzar ese objetivo. Sin confusiones ni incertidumbres.
Se trata de una situación política y existencial. Política porque tiene que resolver un conflicto de poder entre los intereses del gobierno y el 80% de la población que lo rechaza. Existencial porque la continuación del presidente Maduro por seis años más, implica que a los estratos C y D se les va a poner la papa más dura y los del E van a ser arrojados por debajo de la línea de sobrevivencia. Las burbujas de bienestar no resuelven, son puro maquillaje para atrapar votos.
Este es un momento en el cual los actores políticos y sociales interesados en cambiar de modelo económico e institucional deben distinguir y luchar por acercar el cambio deseable al cambio posible. Si predomina lo ideal sobre lo real imperara una política fundada en ilusiones y en el desprecio a logros intermedios a nombre de obtener lo máximo y de una vez. En las condiciones de Venezuela eso no existe.
Esa política nos tiene hoy metidos en una indefinición y nos solicita una confianza que implica pasividad, que ocasiona un vacío de campaña y que permite que el plan de Maduro corra solo.
El deseo y la convicción de la gente es que resulta posible hoy cambiar a Maduro por un gobernante que le abra otro rumbo al país. Esa intuición de posibilidad es el piso para construir mayoría sólida, unión para ganar y no una unidad que se plantea como requisito a priori.
Todo parece indicar que en la gente está en marcha un proceso unitario superior, no porque quiera colocarse por encima de los partidos sino porque se sustenta en una aspiración que pueden compartir opositores y chavistas: conquistar el derecho de todos a vivir mejor.
El objetivo, cambiar el gobernante, es deseo que une a venezolanos con diferentes afinidades políticas desde simpatizantes de la “revolución” a ciudadanos de a pié. Así que la definición descriptiva de opositor podría consistir en cualquier venezolano que quiere votar por un candidato que pueda ganarle electoralmente a Maduro. Esa clase de unidad nace de compartir el objetivo y la disposición de conquistar la democracia por medios democráticos.
La situación se encarata porque la oposición está a un tris de sustituir el objetivo principal de salir de Maduro por el objetivo secundario de fortalecer un liderazgo particular frente a otros. Error inducido artificialmente porque todos los datos de la realidad indican que el liderazgo de María Corina no está en discusión. Más bien la vía de su fortalecimiento está en que pueda dejar de actuar como una candidata desde afuera del proceso electoral y asuma la conducción del país descontento para aumentar la votación por el cambio.
Sectores opositores minoritarios amenazan con imponer un clima que conduzca a la abstención sin llamar a la abstención. Hay dos discursos extremistas que suscitan confusión y desánimo: los grupos que concentran sus ataques contra el liderazgo de María Corina y los que viven para matar la posibilidad de que Manuel Rosales sea candidato. Unos y otros actúan, así sea desde buenos motivos, para ocasionar el peor desenlace para este proceso: permitir la derrota electoral del 80% de la población.
Para esclarecer la situación y simplificarla hay que tener un candidato antes del 20 de abril. Ese es el paso necesario para consolidar la votación que existe e intentar aumentarla con soluciones a la crisis y la propuesta de un modelo de transición que permita realizar el programa de cambios con estabilidad. Eso requiere un candidato que asegure votos y logre acuerdos con los demás poderes públicos e instituciones del Estado para llevar a cabo pacíficamente la alternancia gubernamental. A estos fines es fundamental la capacidad de interlocución del candidato con la Fuerza Armada como garante del cumplimiento de la Constitución Nacional.
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Se puede tener un juicio crítico sobre ese candidato o aceptarlo con dudas, pero no hay que ponerse ningún pañuelo en la nariz para respaldar al opositor que entre los inscritos aparece en este momento como el mejor para ganarle a Maduro: Manuel Rosales. Es un demócrata, un opositor partidario de una negociación con el poder, gobernador del Estado con más votantes y miembro de uno de los partidos que integran la Plataforma Unitaria. Exiliado y preso, ¿que otros certificados mostrarle a los que piden pureza?
Las acciones de María Corina para alimentar la esperanza sobre su candidatura o la de la profesora Yoris no abonan a la efectividad de la campaña. No parece lógico mantener la incertidumbre hasta el 18 de julio, a menos que sea un vuelvan caras.
Los partidos de la Plataforma Democrática deben darle a los venezolanos su decisión antes del 20 de abril. Parece un error apartar el candidato que existe a nombre de candidaturas que nunca van a existir.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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