El 28 de julio está cada vez más cerca. Dos meses y a votar. O eso se espera, se quiere confiar, se anhela. La incertidumbre acompaña cada acto de este proceso político desarrollado bajo un régimen autoritario que desde el día uno -digamos el 5 de marzo, cuando se conoció un cronograma electoral absolutamente ventajista- puso en práctica un amplio manual de mañas. Un manual importado al que se ha incorporado el recetario marrullero local.

Desde aquella fecha de principios de marzo, ya se ha recorrido más de la mitad del camino. Si aquello fue duro, y se sorteó con éxito, lo que falta será aún más empinado porque lo que está en juego es nada menos que poner fin a un ciclo político ruinoso y divisor, impresentable a los ojos del mundo democrático y que se ha constituido en un incordio, incluso, para gobiernos vecinos que comparten -o han compartido- un tronco ideológico común.

No hay ninguna duda de que la amplia mayoría de los venezolanos -incluido ese país que se ha extendido por noventa territorios en el mundo- rechaza el gobierno de Nicolás Maduro y quiere un cambio político en paz, con orden, que recupere la vida normal de una nación y estimule el regreso de los millones y millones que se han ido durante la última década.

A esa situación de desenlace político se llega con un liderazgo legitimado y admirado, que encarna María Corina Machado, la líder abrumadoramente ganadora de la primaria opositora del 22 de octubre de 2023, que ha mostrado temple y sagacidad, coraje indomable y desprendimiento político; con una candidatura presidencial asumida por Edmundo González Urrutia, un diplomático venezolano de largo recorrido, exponente de un discurso a la vez firme y sereno para lograr la recuperación del país y la reconciliación de los venezolanos de bien; y una unidad opositora en torno a partidos de viejo y nuevo cuño que lejos de fragmentarse, como anticiparon voces nada inocentes, ha entendido la responsabilidad histórica del momento político.

El trabajo se realiza a dos bandas: los recorridos de María Corina que movilizan a la gente más humilde de este país y a los que ya se sumó el candidato González Urrutia, y el vasto, amplio y múltiple esfuerzo organizativo para contactar a los miembros de las mesas de votación, para que cumplan con su deber ciudadano y se preparen para hacerlo; la designación y formación de testigos y la integración de ese extraordinario contingente de 600.000 personas (el 600K)  para promover y estimular el voto y su defensa en ese contexto descrito de arbitrariedades y abusos políticos y electorales.

La victoria por la que lucha la oposición democrática hay que consolidarla el Día D, ese domingo 28 de julio en el cual los ojos del mundo estarán puestos sobre Venezuela. Para que retorne a la senda democrática de la que nunca debió apartarse. Al gobierno de Maduro hay que exigirle que cumpla con el compromiso pactado en los Acuerdos de Barbados de concurrir a las urnas, de no abortar la ruta electoral y de respetar el veredicto de los venezolanos. Si ese veredicto es desfavorable, como señalan todos los estudios de opinión serios, le corresponderá pasar a la oposición con la garantía de que las leyes y la Constitución recobrarán su vigencia para todos los venezolanos.