Juan Bautista es el único santo, además de la Virgen María, cuya santidad celebramos en su nacimiento. Como la Virgen, se encuentra íntimamente ligado al misterio de la Encarnación redentora. El evangelio de la infancia de san Lucas nos cuenta que, en el momento del episodio de la visitación de la Virgen a su prima Isabel, embarazada de Juan Bautista, este saltó en su vientre.
La Santa Tradición siempre ha reconocido el signo de la purificación del precursor, un momento de gracia excepcional. A través de este encuentro secreto, providencial y carismático, entre Cristo y el humilde encargado de bautizarlo, Juan Bautista habría recibido de algún modo la gracia del futuro bautismo de Jesús. El pasaje del Evangelio de hoy subraya el hecho del nombre "Juan" impuesto por el ángel durante la anunciación a Zacarías en el Templo. Ahora bien, este nombre significa precisamente: “el agraciado”, el portador de la gracia. Después de la Virgen, de hecho, es el primero en ser perdonado. María lo fue de manera específica, como Madre del Redentor, incluso antes de su concepción, como reveló mucho más tarde a santa Bernardita.
Por tanto, el nacimiento de Juan Bautista está vinculado, como el de la Virgen María, a la encarnación de Cristo Salvador. Su misión consistirá en anunciar a sus contemporáneos que ha llegado el tiempo prometido de la gracia de la Salvación. Según el Cántico de Zacarías (su padre), su vocación será preceder al Mesías Salvador y prepararle los caminos, especialmente mediante la institución del bautismo en agua. El objetivo de su misión será, por tanto, demostrar al Pueblo Elegido que ha llegado el momento de la liberación de los pecados, porque Dios viene a revelar al mundo la magnificencia de su misericordia a través del perdón.
Como la Virgen María, Juan Bautista, por gracia profética, supo reconocer que el Mesías no solo venía de Dios, que lo representaba, sino que Él mismo era Dios. Vino a compartir la condición humana caída.
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