50 años sin Perón: ¿Él fue la tragedia de Argentina o una consecuencia de su época?
Se cumple medio siglo de la muerte del presidente más emblemático (hasta el momento) del país. Todavía sus críticos y detractores siguen debatiendo sobre su rol y legado: ¿El mejor de todos o el culpable de todo?
Aunque pasaron cinco décadas de la muerte de Juan Domingo Perón, el peronismo, como movimiento político, sigue existiendo en Argentina. Al día de hoy permanece vigente un debate que no admite de grises. Algunos piensan que “el General” fue el político más importante de todos los tiempos, y el mejor líder de la historia argentina, mientras que otros le achacan todos los males que todavía padece el país.
Es muy difícil dejar de lado la propia perspectiva para analizar la figura del caudillo, pero, al menos, hay ciertas cuestiones medianamente objetivas que pueden analizarse para que cada uno saque sus propias conclusiones.
Para empezar, vale comenzar a recorrer la cuestión con una pregunta que no lo deja bien parado del todo al personaje, pero que se comprende al analizar el personaje: ¿Fue un “fascista” Perón? La respuesta a esto es sí. Técnicamente, su primer modelo político puede encuadrar perfectamente dentro de los marcos de lo que al menos debería considerarse al fascismo. Es decir, un estatismo exacerbado y una simbiosis entre el partido de gobierno y el mismo Estado.
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Pero, más allá de decirle fascista al proceso político que comenzó a mediados de la década del cuarenta en Argentina a ocupar el poder, hay que reconocer una cuestión no menor: el mundo se había vuelto fascista por entonces. Cada país, según su institucionalidad, pudo aguantar más o menos, mientras que en Europa se cayó bajo las garras de los proyectos totalitarios más duros.
Pero, por ejemplo, en los Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt, el gobierno también pretendió extralimitarse exponencialmente. Claro que las instituciones norteamericanas y, sobre todo, la Corte Suprema de Justicia, supieron poner en su lugar a un Poder Ejecutivo que por momento tenía más que ver con el kirchnerismo argentino que con los Padres Fundadores del país del norte.
En aquel mundo donde la democracia liberal, que tantos buenos resultados había dado, ya estaba en desuso, el corporativismo fascistoide argentino transitó un camino intermedio: no cayó en las brutales dictaduras como las de Alemania, pero fue más profundo en autoritarismo en comparación a lo ocurrido con los países más apegados al derecho. Para resumir en breves líneas, Perón llegó como vicepresidente de un golpe militar, se convalidó con una elección democrática, pero luego en el poder hizo abuso de sus atribuciones: encarceló opositores, limitó a la prensa, modificó la constitución, vulneró la propiedad privada y pretendió establecer las bases para “quedarse”, como terminaron haciendo Franco en España o Stroessner en Paraguay.
Claro que todo esto tiene su “otro lado de la biblioteca”. Hasta la irrupción del corporativismo en Argentina, el modelo liberal venía dejando un exitoso proceso de acumulación de capital. Claro que, aunque todo esto termina siendo virtuoso para toda la sociedad, no se trata de un proceso automático. Aunque es largo el debate sobre si en Argentina el proceso virtuoso comenzó a revertirse en 1928, con la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, si fue en el 30, con el primer golpe militar, en 1943 con la llegada del GOU, o ya en el 46, con la primera presidencia de Perón, lo cierto es que el peronismo profundizó el cambio de rumbo. En grandes rasgos, allí se consolidó el cambio de rumbo, pasando de un virtuoso, pero antipático, para muchos, proceso de acumulación, por un demagogo ciclo redistributivo, dirigido por el Estado. Claro que muchas personas por primera vez fueron incluidas en un mundo que hasta ese momento les era completamente ajeno. Todavía los hijos y los nietos de las personas que se vieron beneficiadas por los programas de Evita y Perón, recuerdan conmovidos las historias familiares. A esos compatriotas, hablarle con frías estadísticas y conceptos de las ciencias políticas es perder el tiempo. Se trata, para muchos, de un fenómeno absolutamente vinculado a lo emocional.
Así transcurrieron los nueve años, entre 1946 y 1955. Con dirigismo económico, populismo, inclusión de nuevos actores a la vida social y política argentina, fortalecimiento de los sindicatos y nacionalismo. Años después, la extrema izquierda y la extrema derecha pretendieron leer con sus propias anteojeras ideológicas un proceso que no podía leerse del todo en el contexto de la guerra fría que se profundizó después. Es que el peronismo, siempre fue más “peronista” que de “izquierda” o “derecha”, aunque muchos todavía no puedan verlo.
El proceso se interrumpió con el alzamiento militar de 1955 autodenominado “Revolución Libertadora”. Este momento histórico, y los años que siguieron, merece una reflexión que cada uno interpretará si es “a favor” o “en contra” de Perón. ¿Aquél gobierno merecía ser interrumpido por la fuerza, ya que había devenido en dictadura? La respuesta técnicamente podría ser “sí”, aunque muchos peronistas se enojen. Lo que no puede dejarse de lado es que muchos de los militares que lo sucedieron tenían la fantasía de ser ellos mismos los nuevos Perón. Si el modelo corporativista es lo que relacionamos con el proceso entre el 46 y el 55, podemos decir que, apartado el perro no se terminó la rabia. Desde la “Libertadora” hasta el “Proceso de Reorganización Nacional” de 1976, abundaron militares filonacionalistas que soñaban con encarnar al nuevo caudillo al estilo de Juan Domingo. Los psicoanalistas podrían escribir al respecto, ya que no se sabe si lo odiaban o lo envidiaban. Onganía o Massera son solamente algunos de los tantos ejemplos de esto. Claro que ninguno de ellos tenía el encanto, la retórica y la vinculación de Perón con buena parte de la ciudadanía. Por eso fracasaron rotundamente.
Aquí es donde la cosa empieza a ponerse confusa. Es que llegó un momento donde el populismo argentino excedió por completo a la figura del General, afectando hasta sus propios rivales. ¿Habría existido este fenómeno sin Perón? Pregunta contra fáctica que no tiene tanto sentido hacerse.
Puede que donde sí exista una responsabilidad ineludible, sea en sus años del exilio. Aunque en cierta manera maduró políticamente, nunca pudo dejar su egocentrismo de lado. Pudo haber hecho un aporte para pacificar el país, pero apostó por el caos que fomente su retorno glorioso. Lo personal, la sed de venganza y la vergüenza de haber sido echado pudo más que el patriotismo. Así empoderó al peronismo ortodoxo del sindicalismo y a la juventud socialista del peronismo, para que ambos bandos (absolutamente incompatibles) luchen por su retorno. El slogan por aquellos años del peronismo era, justamente, “luche y vuelve”.
Así lo hizo. Viejo y enfermo, con su esposa de vicepresidente, un 12 de octubre de 1973. Fue superado por el enfrentamiento entre las facciones que él mismo había empoderado y murió en medio del caos, un 1 de julio de 1974. Aunque volvió más maduro y constructivo (en comparación a su primera versión) no le dio el tiempo ni la salud para mejorar absolutamente nada. La pregunta sobre si hubiese podido solucionar los problemas, de haber contado con un mejor estado de salud, es tan inútil y contra fáctica como la otra.
Su responsabilidad es ineludible.
Sin embargo, si deseamos una nación superadora, puede que haya que aprender las lecciones de la historia dejando de lado las personas y los sentimientos que generan. En Argentina hay personas que se consideran peronistas y otros antiperonistas, entonces, es curioso que, a cincuenta años de la muerte de Perón, buena parte de los interesados en la política se dividan entre los dos bandos.
Ortega y Gasset nos dijo, antes del peronismo incluso, que los argentinos nos ocupemos “de las cosas”, en lugar de perder tiempo. La historia está allí y sus enseñanzas también. Es momento de abordarlas desde la concordia y de una manera constructiva.Puede que este nuevo gobierno argentino, que escapa de la dicotomía estéril peronista-antiperonista, sea una buena oportunidad para hacerlo.
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