González Urrutia entre pensionados: “Nuestra dignidad no se pisotea más”
Fotografía de Helena Carpio
El auditorio está a reventar. No hay aire acondicionado, el calor oprime, pero sigue entrando gente cuando ya no quedan sillas y escasean los espacios para esperar de pie. La convocatoria fue modesta, apenas un par de tuits, pero sobrepasó las expectativas: el Auditorio Naranja de la Universidad Central de Venezuela tiene un aforo de 300 personas, pero hay más del doble, advierten los bomberos universitarios en el micrófono. Dejar las puertas de emergencia libres, abrir espacio en el pasillo, salir en calma en caso de emergencia, recuerdan.
—Tienen que dejar las puertas abiertas, por si nos tiran una lacrimógena… Si Maduro se entera que estamos aquí —dice una pensionada apoyada en la pared, y ríe como si fuera una travesura.
La audiencia entrecana intercambia la emoción y la indignación por igual. Hay muchas gorras de la UCV, una que otra tricolor, una bandera de la Mesa de la Unidad Democrática y varias pancartas que esconden a regañadientes. “Pensionados son un cero a la izquierda”, “Bono no es salario”, “Morir de hambre es igual que morir en protesta”, se lee en algunas de ellas.
—Quiero pedirles, con todo respeto, no queremos banderas partidistas. Ese es el compromiso que hicimos con las autoridades —dice el maestro de ceremonia, que ya ha subido varias veces al podio para decir que el acto está por comenzar.
—Yo soy egresada de la UCV y la UCV es libre —responde alguien en la tercera fila.
—¡Nos han robado! —declara una voz ante las cámaras de canales televisivos en los primeros asientos.
De un lado de la audiencia, abren y cierran con cautela una cartulina amarilla: “Aquí estamos los decrépitos”, se lee.
Es difícil pedir que no hablen de política a estos cientos de pensionados y jubilados, quienes llevan más de una hora esperando al candidato opositor Edmundo González Urrutia. Este martes 9 de julio de 2024 es el quinto de los veintiún días de campaña presidencial. El candidato —también pensionado y jubilado— prometió asistir a este encuentro en medio de la intensa agenda de visitas a distintos estados del país. Ya abrió la campaña con una caravana en Caracas, visitó Barinas y tiene previsto visitar Anzoátegui, Carabobo, Portuguesa, Monagas y Zulia antes de regresar a la capital para el cierre.
—Mi nombre es Sergio Otero Castro y tengo 65 años. Soy jubilado, docente y actualmente me dedico a sobrevivir —responde—. Me imaginaba mi vejez estudiando, con mucho tiempo libre para hacer lo que realmente quise hacer.
La mayoría —si no todos— los asistentes comparten un mismo reclamo: una vejez digna, la contraprestación de sus años de trabajo, que no se puede alcanzar con una pensión de apenas 130 bolívares al mes, equivalente a unos 3 dólares. Las autoridades no aumentan el salario mínimo —ni la pensión— desde marzo de 2022, cuando esos 130 bolívares equivalían a 29 dólares.
—Pienso que mi retiro tiene que ser lo más decente posible y satisfecho de haber cumplido una labor —dice José Arias, 76 años, secretario general de la Asociación de Jubilados del Ministerio de Ambiente—. Económicamente, el poco ingreso que percibo es a través de mi jubilación y mis hijos.
Pagada por el Instituto Venezolano de Seguros Sociales (IVSS), la pensión es el retorno de los aportes laborales de toda una vida. En Prodavinci estimamos que los trabajadores que se retiraron en 2020 aportaron al seguro social 57 veces más del monto que recibirán en pensiones durante toda su vejez. La pensión perdió 97% de su valor entre 2001 y 2020. No es una dádiva del Estado, no es suficiente para sobrevivir.
—Mi idea era salir jubilada, viajar, porque me gusta viajar. Vivir con mi pensión —recuerda Lidia González, de 68 años, veintiuno de ellos como empleada de la Electricidad de Caracas—. Nunca esperé que íbamos a llegar a este punto.
Desde el micrófono anuncian que el candidato ya está en la Ciudad Universitaria. Piden abrir espacio en el pasillo central y advierten que se sentará entre los asistentes. Minutos después, a las dos y media de la tarde, se escuchan los aplausos. La multitud explota en consignas: “Y va a caer —corean—. Este gobierno va a caer”.
—Llegó el amigo de todos —se escucha en las cornetas.
Arropado por la multitud, sólo se ve la mano del candidato, quien saluda mientras avanza lentamente hasta su puesto en la primera fila del auditorio. Lleva una libreta negra, con su discurso preparado.
Los pensionados son uno de los grupos más vulnerables en Venezuela. Es la única parte de la administración pública que no tiene asignadas las bonificaciones extraordinarias creadas por la presidencia, que no inciden en los beneficios laborales, y son pagadas de forma discrecional a través del Sistema Patria. Hay bonos distintos para los funcionarios públicos activos y jubilados, también hay bonos especiales por sectores —para estudiantes, incluso para pastores evangélicos—, pero no para los pensionados. A diferencia del salario mínimo, estos bonos sí han aumentado en los últimos dos años.
Cuatro representantes sindicales de jubilados y pensionados exponen sus exigencias ante el candidato: pensiones que alcancen para pagar comida y medicinas, recuperar la seguridad social para tener protección, recuperar la vida de los millones de pensionados que se sienten en el abandono.
Edmundo escucha atentamente, con miradas fugaces a las múltiples cámaras que graban sus movimientos. Hace apenas tres meses era tan solo el presidente de la Plataforma Unitaria, un personaje con un rol político, pero desconocido para la mayoría. Tras una serie de irregularidades en el Consejo Nacional Electoral, su nombre se usó para reservar la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática en las postulaciones. El plan era sustituirlo, pero eventualmente, y en acuerdo con María Corina Machado, la ganadora de las primarias opositoras, Edmundo se mantuvo como el candidato definitivo de la oposición.
Pese a sus declaraciones prudentes y discursos pausados, en un país donde la política a veces se mide por el tono de voz, Edmundo ha sido víctima frecuente de ataques desde la campaña del candidato a la reelección.
—Decirle decrépito es una ofensa para todos los jubilados —dice en la tarima uno de los representantes sindicales.
Edmundo González nació en la ciudad aragüeña de La Victoria, a 88 kilómetros de Caracas, en agosto de 1949. Menos de un año después del golpe de Estado que derrocó el gobierno democrático del escritor Rómulo Gallegos, y que dio inicio a una década de dictadura militar en Venezuela. Tenía ocho años el 23 de enero de 1958, cuando cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y se inició un proceso democrático que se extendió por cuatro décadas. Los pensionados son justamente la generación que forjó y vivió todo el período de democracia venezolana.
—Las personas de la tercera edad, que todos somos profesionales o trabajadores, no nos merecemos que nos denigren por nuestra condición —dice Nancy Caricote, 76 años, profesora jubilada de la UCV—. No será una tarea fácil pero ojalá se pueda restaurar y restablecer esa consistencia económica, para que tengamos cómo comer, vestirnos y atender nuestra salud. Yo pienso que lo merecemos.
Los pensionados son uno de los grupos de votantes más importantes en esta elección, unas cinco millones de personas. El registro electoral definitivo para estas presidenciales tiene 21.6 millones de electores, alrededor de 7.77 millones de venezolanos (no todos con edad de votar) viven en el extranjero, pero sólo 69 mil venezolanos de la diáspora están registrados. La mayoría de la migración venezolana es joven y ya desde 2022 se advierte que nuestra pirámide poblacional está cambiando, envejeciendo.
El pasado 30 de mayo se anunció la creación de un nuevo Ministerio para los Adultos Mayores, se prometieron mejores ingresos y se impuso un nuevo tributo a las empresas privadas, que deben pagar el nueve por ciento de sus nóminas para un fondo destinado a mejorar las pensiones. Han pasado dos meses, pero aún en plena campaña las autoridades no han anunciado aumentos.
“No queremos bono, no queremos CLAP”, corean en la audiencia.
Las palabras de Edmundo cierran el acto. Tiene un discurso escrito. En solo cinco minutos y medio condensa los reclamos de los asistentes. Una pensión “absolutamente injusta”, una población condenada a la soledad por la expulsión forzada de hijos y nietos, la angustia y humillación que implica ser jubilado en Venezuela.
—Un poder que desprecia a quienes aportamos la experiencia, no merece estar ni un día más al frente de la conducción del país —afirma—. Convirtamos el deseo de cambio en votos. Cuento con todas las venezolanas y los venezolanos, y ustedes cuentan conmigo. Nuestra dignidad no se pisotea más.
El equipo del candidato sale por una puerta lateral. Afuera lo esperan las cámaras de los medios audiovisuales. Dentro del auditorio suenan aplausos y los asistentes comienzan a dispersarse.
En la tercera fila, a un lado de la tarima, Jorge, de 70 años, recoge su bandera y sus dos pancartas. Vino en autobús desde el estado Carabobo. De su cuello cuelga un carnet de Pequiven, antigua filial de PDVSA, donde por treinta años fue técnico bomberil.
—Reclamamos un dinero que es nuestro, que trabajamos. Cuando llegamos a esta etapa pegan las brisas del hambre, de las enfermedades.
Dice y enumera: hipertensión, artrosis y párkinson.
—Pero aquí estoy por ustedes. Por la familia que vas a tener, por los niños de este país. Yo ya estoy de pasada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario