lunes, 22 de julio de 2024

“Ya no tengo motivos para vivir”: Ida Gramcko en su centenario (VI y última entrega)

 

“Ya no tengo motivos para vivir”: Ida Gramcko en su centenario (VI y última entrega)



PRODAVINCI  21/07/2024

Ida Gramcko. Circa 1950: Autor no identificado © Archivo Fotografía Urbana

Cuando se aprestaba a salir de la funeraria donde se velaban los restos de su hermana, la artista plástica Elsa Gramcko (Puerto Cabello, abril de 1925 – Caracas, marzo de 1994), quien había fallecido de manera inesperada, Ida se volvió para mirar el féretro y declaró que ya no tenía motivos para seguir viviendo. Varios amigos la oyeron, tal como han confirmado el doctor David Malvé Buongiorno, su último siquiatra de cabecera, su amiga Ivonne Drujan y la hija de esta, Doreen Druja.

—Esa noche la llevamos a su casa -recuerda Doreen-. En la madrugada nos llamó la persona que la acompañaba para decirnos que Ida no respondía. “Algo pasa”. Le había dado un derrame del que nunca se recuperó. Primero estuvo en una clínica en Santa Mónica, hasta que se agotó el seguro. Se buscó apoyo, se tocaron las puertas del Conac, pero todo fue inútil, no se consiguieron los fondos para mantenerla en la institución privada. Fue trasladada al Clínico Universitario y entre algunos amigos contrataron una enfermera para no dejarla sola ni un momento. En el Clínico son, o eran, no lo sé, muy estrictos con los horarios de visita y sus amigos no querían que muriera sola. La enfermera tenía instrucciones de llamarnos si, fuera del horario de visita, que siempre cumplíamos, ocurría algo excepcional… Y así fue, en efecto. 

Un año antes, en 1993, había sufrido un infarto al corazón. Ya presentaba ciertas manifestaciones de mal de Parkinson («el “síndrome cuenta monedas” con la mano derecha», precisa su biógrafia, Gabriela Kizer), pero fue el infarto el que marcó el momento de dejar de fumar sus célebres cigarrillos kool, que ella llamaba “kulitos”.

La poeta María Antonieta Flores, una de las mayores especialistas en la obra de Gramcko, recuerda que: «Ida era fumadora hasta que le dio el infarto en 1993. Había sobrevivido a un cáncer de útero. Estaba sola en su acogedor apartamento de El Pinar y se sintió mal en la noche. Llamó a Elizabeth Schön, pero era muy tarde. Estuvo tomando té para el malestar del estómago y cuando, al día siguiente, Elizabeth la buscó y la llevó al médico, le diagnosticaron el infarto, la internaron en la clínica Attias. Cuando me enteré (me lo informó David Malavé, su último analista), me fui a la clínica. Estaba en terapia intensiva. Una enfermera me dejó pasar un momentico para que la viera.»

El infarto fue un campanazo. Nada volvería a ser igual. «No solo tuvo que dejar el cigarrillo -dice María Antonieta Flores-. Tuvo que dejar su hogar y regresar a la casa familiar, donde aún vivía su hermana Elsa, casa que quedaba enfrente de la de Elizabeth Schön. Ese retorno no fue grato para Ida. Eran pérdidas de independencia. Después de episodio, yo la acompañaba a caminar. Caminábamos todo el bulevar de Sabana Grande, porque ella estaba buscando una medalla de San Rafael para regalársela a David Malavé, quien iba a viajar a Europa. Era 1993. Era octubre. Cuando él regresó ella había escrito un breve ensayo: Extraña identidad. Ellos habían hablado sobre ese tema. Le dio el original a él y a mí, una copia a carbón. Un verdadero privilegio.»

Al aludir a la mudanza adonde los Puche-Gramcko, la biógrafa Gabriela Kizer afirma que «la relación entre las hermanas, que ya era compleja, se fue tornando cada vez más tensa. Si hasta mediados de los 70, una Elsa afectuosa, vital y con un estupendo sentido del humor recorría los basureros en busca de desechos mecánicos y materia roída, el relato impreciso de una deuda que contrajo en la última exposición que realizó, cierto maltrato por parte de galeristas, la necesidad de talleres y ayudantes que no podía costear, o –como le dijo ella misma a Teresa Alvarenga en una tristísima entrevista a la que finalmente accedió en 1979– el hecho “decisivo y terriblemente doloroso” de que ya no le encargaran obras, la llevaron a dejar la escultura. Ese mismo año le confesó a Mara Comerlati que buscaba “un hueco donde meterse con sus emociones”. Ese hueco lo encontró en la bebida y el encierro.» 

De hecho, Doreen Drujan confirma que Ida vivía muy preocupada por la intensa depresión de Elsa; y consideraba muy inapropiado que su terapeuta mantuviera medicada con Valium a una Elsa tan desganada que su dieta consistía prácticamente en Valium con ginebra. Ida le rogaba que volviera a su arte, pero Elsa la despachaba con un gesto despreciativo. Por cierto, Ida no bebía, para ella era demasiado importante su conciencia como para alterarla con alcohol. Eso sí, a pesar de ser diabética se daba atracones de helado.»

La poeta Belén Ojeda, quien había conocido a la maestra Gramcko en 1989, cuando esta coordinaba el Taller de Poesía del Celarg y se convirtió en su gran amiga, precisa que, cuando le dio el infarto, Ida vivía en El Paraíso y Elizabeth (Schön) le pidió que se trasladara a la casa de sus padres, donde vivían Elsa y su esposo, Carlos Puche, de manera que la cercanía les facilitara atenderla y cuidarla. Ese último año, Ida vivió en esa casa de Los Rosales. Cuando le dio el ACV (accidente cerebrovascular), fue llevada a la clínica Atías y varios amigos que cuentan que, al visitarla allí, era Belén quien les abría la puerta y los ponía al tanto de la situación. 

—Ella venía con un malestar -evoca Belén Ojeda-. Decía que sentía un dolor en la cara, quizá eran avisos del ACV que la llevó al coma. 

La gran poeta Ida Gramcko, cuya figura está pendiente de ser valorada por el país y cuya obra requiere de urgente reedición y exégesis crítica, permaneció en el hospital cerca de un mes. Siempre sin conciencia. «Fue cosa como de un mes», -calcula Doreen Drujan-. «Hablamos con el médico y le preguntamos si le podíamos poner música. Con un walkman, le puse ‘La danza de los nibelungos’ de Wagner, así como una pieza que cantábamos en Nochevieja, en la casa de Alfredo Cortina y Elizabeth Schön donde nos reuníamos siempre, la canción tradicional alemana de navidad «O Tannenbaum», con la que ellas habían crecido en el seno de la colonia alemana en Puerto Cabello y mi mamá conocía a la perfección por haberse educado en Austria. El caso es que, pese a que el médico le había hecho exámenes que establecían una ausencia total de actividad cerebral, al oír esta canción, a Ida, que yacía casi inmóvil en su cama de hospital, se le salieron dos lágrimas.»

La cosecha de lágrimas había despuntado desde mediados de los años 80, cuando murió, de un infarto, el único novio-marido-mentor que Ida tuvo en la vida: el periodista y editor español José Benavides, quien había nacido en 1910 (era, por tanto, catorce años mayor que ella), y murió el 1 de agosto de 1985 en Caracas, donde llegó a sus treinta años, procedente de Francia, en cuya ciudad mediterránea, Niza, se había desempeñado como cónsul de la República Española. Caída esta, no le quedó sino huir a Venezuela, donde se convirtió en fundador del periódico de Miguel Otero Silva, en 1943; de la Escuela de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela, en su primera sede en la Casona de San Francisco; y de la AVP, Asociación Venezolana de Periodistas, más tarde CNP, Colegio Nacional de Periodistas. En suma, un gran venezolano. 

La siguiente muerte que constituiría un golpe brutal para Ida fue la del siquiatra Álvaro Martínez Arcaya. «Ida había acudido a decenas de siquiatras», dice Doreen Drujan. «No solo en Caracas, llegó a consultar uno que atendía en Maracay, adonde iba cada semana, y quien la puso a darle golpes a un cojín y a decir groserías. Esto fue un shock para sus amigos, quienes no dejaron de asombrarse cada vez que oían a la sublime y mística Ida Gramcko decir algo como: “Coño, chico, pero qué es la huevonada…”. Ante las protestas generalizadas, ella aducía debía encontrar canales para liberarse. En fin, un absurdo. Por suerte, el siguiente, y su penúltimo terapeuta, fue el doctor Álvaro Martínez Arcaya, una eminencia. Estudió Medicina, Siquiatría, Sicología y Filosofía. De manera que, además de su médico tratante, era su interlocutor. Fue él quien la puso operativa hasta el punto de que ella volvió a escribir. Con sicoterapia. Sin medicación. Su pérdida fue terrible para Ida, quien, por suerte, ya tenía cerca a David, quien fue un gran apoyo para ella.»

En la actualidad, David Malavé es conocido como codirector, con su esposa, Artemis Nader, de la editorial Kalathos, que se ha echado a los hombros la tarea de divulgar la literatura venezolana en España. Como hemos contado en anteriores entregas de esta serie, Malavé fue llevado por sus padres a La Capilla, como se llamaba al grupo integrado por los Cortina-Schön, las hermanas Gramcko y sus respectivas parejas, los escritores Oswaldo Trejo, María Antonieta Flores y Edgar Vidaurre, así como varios científicos del IVIC y sus parejas, entre otras personas (no muchas más). Igual que Doreen Drujan, quien nació en 1964, Malavé, nacido en 1962, los percibía como modelos y tutores, dada la estatura intelectual de los mencionados y la densidad de sus tertulias, que jamás desbarraban a lo banal, pero no dejaba de advertir las excentridades de la cuadrilla.

— Ida -dice el doctor Malavé- tenía una conexión con la filosofía y con el mundo esotérico, entendido este con mucha profundidad. A partir de la filosofía platónica, creía en la metempsicosis [según la cual las almas transmigran después de la muerte a otros cuerpos más o menos evolucionados, según los méritos de la existencia anterior]… Era una gran lectora de Jung, pero, claro, originales sí eran todos. Podían pasar horas discutiendo o declamando. Elsa era adorable, un ser maravilloso, pero era estalinista y defendía las masacres de Stalin. En cambio, Ida era una cazadora de nazis (a veces le daba por asegurar que los alemanes de Puerto Cabello eran nazis). Hacían teatro, se disfrazaban. Desde luego, leían de todo, de Ionesco a Madame Blavatsky. Por un tiempo, les dio por la exploración espiritista y hacían sesiones donde pasaba de todo, aseguraban que se había esparcido un olor a rosas y a jazmín… escuchaban golpes en la mesa. Uno decía: “Está presente Schubert, el de la Sinfonía Inconclusa”. Por otra parte, tenían un efecto contagioso sobre la gente, que con ellos se volvía nihilista [cosa que Doreen Drujan experimentó a los seis años] o lírica. Un día, el chofer de Elizabeth me dijo: “Mire este helecho, doctor. Parece emergido del fondo del mar”.»

Doreen da fe de esto al explicar que ir a casa de Cortina y Schön era como ingresar a un mundo mágico. «Alfredo, cuando no estaba trabajando en la construcción de un perpetuum mobile (una máquina capaz de funcionar eternamente), estaba haciendo perfumes, inventando artilugios… Y, si estábamos en el magnífico jardín de su casa, de pronto ellos veían pasar a La Aparecida… Era un ambiente prodigioso, de gran candor y a la vez muy profundo. No quiero decir que ellas fueran inocentes. Ida era terrible y Elsa también, pero me refiero a algo muy existencial, a entender la vida desde lo más profundo. Bueno, prueba de esto es decir: No quiero vivir, y amanecer con un derrame. Es una intensidad muy poco común. Era un grupo del todo excepcional. Después de vivir años en el extranjero, he comprendido que eran la esencia del mejor venezolano.»

—A Ida -sigue Malavé- la horrorizaba la idea de ser enterrada viva. Hablaba de eso con frecuencia en las “consultas” que tenía conmigo, sesiones que eran más lecciones para mí que terapia para ella. Pero el caso es que me hizo jurar que me asomaría a su urna para asegurarme de que estaba muerta de verdad. “Júrame que me vas a pasar un veneno en la vena”, me dijo muchas veces, a lo que yo, naturalmente, me comprometí.»

La muerte de Ida se produjo en la noche del 2 de mayo de 1994, tenía 69 años. Las horas que faltaban para el amanecer fueron compartidas, en la funeraria por Elizabeth Schön, Carlos Puche y Belén Ojeda hasta que muy temprano en la mañana empezaron a llegar los amigos. Antes de que la llevaran al Cementerio General del Sur, Malavé, por esos días enredado en la maraña de exámenes y deberes de sus prolongados estudios, se obligó a orillarse al féretro de Ida para susurrarle: “Ida, te juro que estás muerta. Completamente muertica. Ya puedes descansar”.

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