En 1978, el nacimiento de nuestro cuarto hijo, una niña, después de tres niños y siete años de espera, nos llenó de alegría. Sin embargo, sin motivo aparente, Jo, mi marido, se hundió en una profunda depresión. A pesar del consuelo de la oración hecha por las comunidades amigas y del grupo de oración de la Renovación Carismática, los años transcurrieron sin que su condición mejorara: no tenía gusto por nada. Ante sus numerosos intentos de suicidio, el psiquiatra vino a pedirme que les hablara a los niños de la posibilidad de un desenlace fatal, porque para él la recuperación era imposible. No lo hice.
Fue entonces cuando un día de marzo de 1983, un amigo me invitó a participar en el pele-polios* en Lourdes, porque había escasez de enfermeras. ¿Qué hacer? ¿Quedarme en casa y cuidar de mi marido y de nuestros hijos, o ir sintiendo que abandonaba a mi familia? Después de orar, le propuse un pacto a la Virgen María: «Necesito respirar. Yo cuidaré de tus hijos enfermos, mientras tú cuidas de Jo y de nuestros hijos».
A finales de septiembre, en Lourdes, todo iba bien. Confiaba en María, pero todas las noches, por teléfono, ¡recibía desde casa un “saludo de tristeza”! Sin embargo, el viernes la voz de Jo había cambiado. Pensé: "Está cansado de los niños, está feliz de verme regresar». El sábado por la mañana, de regreso a casa, ¡encontré a un marido sonriente! ¡Por primera vez en cinco años! Y me dijo: «El viernes por la tarde sentí como si se rasgara un velo en mi cabeza, una gran luz barrió las ideas de tristeza y muerte, y me envolvió la paz. Me sentí vivo. ¡Quería alabar al Señor!».
Y yo, ¿qué había hecho ese viernes por la tarde? Superando mi horror al agua fría, fui a las piscinas y llevé allí en espíritu a Jo y a los niños. El pacto con María volvió a mi memoria.
¿Pero duraría esta mejora? Fuimos prudentes, mientras Jo volvía a tener una fe viva. Un poco más tarde, el P. Christian, monje de Bellefontaine, confirmó nuestra experiencia: “Si uno se beneficia de una conversión-curación, es para ayudar a los demás”. Posteriormente nos envió a muchas personas que se sentían mal consigo mismas. ¿Qué teníamos para ofrecerles, además de escucharlos?
Finalmente, en la fiesta de la Ascensión de 2006, Jo fue ordenado diácono permanente.
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