« 23 de octubre de 1997
Queridas Hermanas del Carmelo de Lisieux,
Con esta carta me dirijo a vosotras como testigo a favor de Santa Teresa.
Mi historia comenzó en noviembre de 1996. Aunque había sido bautizada y confirmada, llevaba varios años sin ser practicante y a veces incluso decía cosas insultantes sobre la Iglesia. Entonces, ¿por qué, durante varias noches, sentí una llamada apremiante de Santa Teresa, pidiéndome que fuera a Lisieux? Era una llamada urgente, fuerte (Santa Teresa me impedía dormir, a pesar de que yo decía que ya no creía en nada, ¡el colmo!) para que fuese a Lisieux.
Llegué a Lisieux por la mañana, justo a la hora de una celebración en la capilla del convento de las Carmelitas, durante la cual el sacerdote hizo muchas referencias al libro «Historia de un Alma». Me conmovieron tanto los pasajes leídos por el sacerdote que, al salir de la capilla, compré inmediatamente el libro y empecé a leerlo durante la comida. Apenas pude separarme de él mientras continuábamos nuestra peregrinación. Después visité la casa de Teresa y seguí hasta la Basílica. Al principio la recorrí bastante deprisa, pero en cuanto salí sentí la necesidad de volver. Tenía demasiadas preguntas en la cabeza y necesitaba hablar con un sacerdote. ¿Por qué me ocurría todo esto? Todavía le agradezco a aquel sacerdote que me escuchara pacientemente, y recuerdo especialmente una de sus frases. Me dijo: «Si Santa Teresa está interesada en ti, lo que te está pasando no ha terminado, ¡no ha hecho más que empezar!».
Era cierto, no había terminado. La semana siguiente leí frenéticamente el libro Historia de un Alma. De nuevo recibí una llamada de Santa Teresa, pidiéndome que diera un nuevo paso: pedir el sacramento del perdón a un sacerdote, pero no en cualquier sitio, sino en la iglesia de Notre-Dame des Victoires de París. ¡Qué impaciencia esperando ese día! Pero qué paz interior sentí después de haber dado este paso y de haber comulgado en la celebración eucarística a la que el sacerdote me había pedido que asistiera. Sentí en ese momento, y fue muy fuerte, cuál era la misericordia y el amor de Cristo por cada uno de nosotros. Yo era una oveja descarriada, pero Él no me había abandonado y, gracias a Teresa, volvía a mostrarme el buen camino.
A esto siguió lo que yo llamo un periodo de prueba, durante el cual me dejaron a mi aire. Por supuesto, asistía regularmente a la misa dominical. Pero es tan fácil dejarse llevar y volver a caer en viejos y malos hábitos. Es tan fácil no rezar todos los días, encontrar excusas «buenas». Y, sin embargo, la oración hecha en serio da tanta alegría, tanta sensación de paz interior. Pero para comprenderlo, he necesitado una vez más la ayuda de santa Teresa. Por mí misma, era y sigo siendo demasiado débil.
Desde este verano, creo que lo he comprendido, aunque a veces no sea muy valiente. La oración se ha convertido en algo muy importante para mí, necesito este tiempo de compartir con el Señor, me da tal dosis de amor durante estos momentos. Me encanta rezar al Señor con Santa Teresa y la Virgen María.
P. R. »
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