Es notable que el Evangelio esté enmarcado por dos invitaciones a acoger en casa a María: la de san José en el umbral de la encarnación: «¡No tengas miedo de acoger en tu casa a María, tu esposa! » - y al discípulo amado: «Ahí tienes a tu madre», en el momento en que Jesús está a punto de expirar.
La piedad mariana tiene su origen en esta invitación dirigida a san José y a san Juan, y nos es dada como herencia. Nuestra Regla de Vida traduce esta invitación con estas palabras: «Jesús nos llama hacia sí hasta hacernos partícipes de su amor filial hacia su Madre y nos encarga revelar el don que hace de Ella a los hombres». Para alcanzar la plenitud de la estatura de Cristo, para crecer en el orden de la gracia, es necesario vivir en intimidad con la Madre de Dios. Ésta es la experiencia del Abad Desgenette* y del Padre Lamy**: se desesperan de la inutilidad de sus esfuerzos. Invocan a María... Y se les concede una fecundidad inesperada.
¡Esta experiencia es una buena noticia para todos nosotros! Porque podemos pasar por pruebas como estos dos sacerdotes; las pruebas de la separación de un ser querido, del sentimiento de olvido, de la inutilidad de nuestros esfuerzos, del envejecimiento, de la dificultad de transmitir lo recibido, de la incomprensión ante nuestras propias reacciones...
En estas situaciones buscamos significado. Siguiendo los pasos del Padre Lamy, hay que tener cuidado, sin embargo, de no confundir la fertilidad con el éxito o una solución mágica. Es una fertilidad en el orden de la gracia.
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