Guerra mundial comercial: ¿guerra asimétrica del siglo XXI?
Tal como se esperaba desde hace varios meses, con la llegada de la nueva administración Trump ha comenzado una nueva etapa de la economía global, de competencia despiadada entre los países de todo el mundo, ante la inevitable realidad del desafío económico de la República Popular China, el cual amenaza con aplastar a sus competidores económicos de no darse un cambio radical de las reglas internacionales del comercio en función de realidades geopolíticas que el fenómeno de la globalización había aparentemente superado en pro del bienestar general universal.
Hace 50 años, los gobiernos de Europa, Estados Unidos y otras potencias industriales no tenían ningún inconveniente en que miles de fábricas se trasladaran a China y otros países con mano de obra más barata, menores o nulos impuestos y regulaciones ambientales casi nulas o inexistentes, que generaban una economía de escala muy superior a la de sus países de origen, lo cual reducía los costes de producción, los precios finales de venta al público y aun así, multiplicaba las utilidades de los empresas multinacionales.
El detalle estaba en que deslocalizar la industria de Occidente a Asia generó la pérdida de empleos industriales a toda una generación de operadores de los países más desarrollados, mientras creaba una dependencia muy grande de dichos países, en cuanto a productos muy básicos o vitales para la seguridad nacional de las mismas potencias occidentales.
Lo ocurrido durante la crisis del covid-19, cuando las medicinas básicas y suministros médicos más comunes e incluso los equipos médicos como los ventiladores de las unidades de cuidados intensivos dependían de las fábricas en China y la India, fue la primera demostración contundente de que este sistema global fue diseñado para un mundo en paz, en el que no hubieran guerras, ni chantajes o extorsiones geopolíticas.
Igualmente, la crisis de suministro de equipos militares y especialmente de municiones al gobierno de Ucrania no se puede entender sin la debilidad estructural de Europa para producir activos tan simples como la pólvora y el metal para los obuses, debido a que estas industrias están fuertemente reguladas, a diferencia de países como la República de Corea (Corea del Sur), que como potencia industrial puede responder a estas emergencias.
El caso particular de Taiwán, donde se concentra la mayor parte de la producción mundial de semiconductores de alto rendimiento, es un ejemplo de estas políticas en las que una hipotética invasión militar de la República Popular China para retomar su soberanía, llevaría a un colapso mundial de la industria electrónica mundial durante años, en caso de destrucción o cierre de la producción de dichas factorías.
Por tales razones, las grandes potencias, comenzando por Estados Unidos, no pueden permitir que industrias esenciales, especialmente aquellas que utilizan patentes estadounidenses, queden fuera de su control político para asegurar su seguridad nacional.
Por ello, la construcción de varias gigafactorías de semiconductores en Arizona, así como la obsesión convertida en política de Estado de traer a la mayor cantidad de empresas posibles al territorio estadounidense, tratando de revertir efectos como la pérdida de 5 millones de empleos y 90.000 empresas industriales, que se mudaron fuera de Estados Unidos por políticas de libre comercio establecidas por el gobierno de Bill Clinton, según afirmaciones del mismo presidente Trump.
En esta era de la 4ta Revolución Industrial, apelando al término creado por Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, conocida en algunos espacios como «la segunda era de las máquinas» es demasiado obvio, que el propósito de Trump no es crear más empleos, puestos que las modernas factorías industriales solo usan una mínima fracción de las enormes plantillas de trabajadores de las fábricas tradicionales, sino que busca una revolución industrial, que convierta a su país nuevamente en la «fábrica del mundo» al combinar todas las últimas tecnologías en el diseño y funcionamiento de dichas empresas.
No se debe subestimar la capacidad, ingenio y determinación de la clase empresarial estadounidense, que acompaña abiertamente al gobierno de Donald Trump, que desea para ellos las protecciones y apoyos que tienen los empresarios de otros países como Japón, cuya reconstrucción y peso económico mundial fue posible gracias al Ministerio de Industria y Comercio Internacional (1949-2001) que generalizó las técnicas de Calidad Total de Deming a un nivel que jamás se llegó en su país de origen, lo cual lo hizo protagonista del «Milagro Japonés». Igualmente, muchas personas desconocen que el padre del Singapur Moderno, que encabeza a nivel mundial indicadores sanitarios, educativos y de atención a pensionados, tomó prestado ideas para su modelo de Puerto Rico, lo cual es significativo para entender que estamos en una nueva era de competencia económica mundial por los recursos financieros, materiales y humanos a una escala nunca antes vista.
La idea de crear una «Visa Dorada» o tarjeta oro para dar la residencia permanente en territorio estadounidense a toda familia que pague una cantidad de 5 millones de dólares es una oferta muy atractiva para los empresarios que desean huir de países donde sus gobiernos están obsesionados con «los impuestos a la riqueza», de forma de jugar a un modo Robin Hood del siglo XXI, tomando recursos de «los ricos para los pobres», con lo cual se está buscando que dichas familias se trasladen con sus integrantes y recursos a territorio estadounidense, como de hecho está haciendo buena parte del empresariado latinoamericano que vive en Miami, Florida, o los oligarcas rusos en Londres, antes de la invasión de Ucrania.
Parte de la negociación y levantamiento de las sanciones financieras y comerciales a la Federación Rusa, al poner fin a la guerra de Ucrania, están sin duda motivadas a que los 900 oligarcas que controlan la economía y los recursos de dicho país se asienten en Estados Unidos, huyendo de las sanciones europeas, trasladando sus recursos financieros.
Esta estrategia se hace evidente con el anuncio del mismo Trump de desear darle residencia permanente a los extranjeros que se gradúen en universidades estadounidenses, para retener dicho talento humano.
En este sentido, se entiende la desesperación política por echarle mano a los recursos minerales de Groenlandia, bajo la excusa de ser un territorio imprescindible para la seguridad militar estadounidense.
La mentalidad transaccional de la administración Trump, reconocida pero rechazada de plano por muchos países, debido a lo novedoso de decir públicamente la prioridad de sus aspiraciones materiales sobre cualquier argumento ideológico o moral, es una realidad ya inocultable a la cual deberán adaptarse los demás países o verán a sus empresarios sustraídos o arruinados por esta implacable guerra comercial mundial.
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