Serenidad y firmeza
Cabeza fría y fortaleza en las convicciones democráticas deben ser el talante y la actitud pertinente tanto de la ciudadanía como de la dirigencia democrática en esta hora aciaga del país cuando el oficialismo ha perdido toda la sindéresis necesaria de gobernante alguno que se respete.
El chavismo suma al agotamiento y fracaso de su proyecto, a su incompetencia y su propensión enorme a la corrupción, el miedo cerval a perder el poder. Es por ello que actúa con una irresponsabilidad colosal debido a la posibilidad cierta de perder de calle las elecciones parlamentarias de diciembre. Un revés muy serio que acercaría el fin de su ya larga y catastrófica pasantía en la dirección del Estado. En la diarquía del régimen compiten entre ellos por ser el más radical sin medir las consecuencias.
Se ha provocado una crisis con Colombia de potenciales efectos y consecuencias peligrosas para las relaciones entre ambos países que puede, eventualmente, llevar la sangre al río. Los atropellos cometidos contra supuestos o reales contrabandistas e indocumentados son, como dijo monseñor Luckert: “Un atropello y una barbaridad”. Los mismos están provocando una reacción muy fuerte en la opinión pública colombiana que conmina a sus líderes a adoptar posturas fuertes y contundentes que escalarán el conflicto. Creo que desde el incidente del Caldas la situación nunca había sido tan grave y tan preñada de peligros para las relaciones entre ambos países y para la paz, sí, para la paz.
Contrabandistas, mafiosos y paramilitares colombianos seguro que los hay, pero su trabajo lo facilitan colegas venezolanos particularmente poderosos como la mafia militar-cívica que hace posible un trasiego ilegal de mercancías de tal magnitud. Sobre estos y la acción de las fuerzas guerrilleras colombianas –aliadas del chavismo– el gobierno hace mutis.
El régimen persigue tres objetivos: instalar la idea de que la crisis de abastecimiento no es responsabilidad suya sino de la acción concertada de actores externos al país, en esta ocasión de sectores de la derecha colombiana y los paramilitares; hurgar en las vetas del chovinismo y la xenofobia para tratar de recuperar el apoyo nacional perdido e impedir la realización de los comicios de diciembre.
Alguien dirá que se trata de la repetición de la misma película, que las cosas no pasarán a más, y quizá no le falte razón. Pero provocar constantemente conlleva el riesgo de que el gobierno colombiano termine, presionado por razones políticas internas: el enfrentamiento Santos-Uribe por ejemplo, por responder fuera de los mecanismos diplomáticos. Por lo pronto, el jueves 27 de agosto el conflicto escaló con la llamada a consulta de los respectivos embajadores luego del fracaso de la reunión de los cancilleres. El viernes 28 con la extensión a otros municipios tachirenses del innecesario y desproporcionado estado de excepción. El supuesto plan del gobierno es extender el estado de excepción a todas las entidades federales fronterizas. Ojalá y este lamentable episodio termine pronto y con los menores costos posibles para ambas naciones. En medio de todo esto Maduro se va de viaje, mayor ausencia de seriedad y responsabilidad imposible.
Cualquier salida a la crisis tiene que pasar por la voluntad del soberano expresada en votos. Sobre todo cuando se está en vísperas de una elección nacional. Impedir la realización de los comicios o su realización en condiciones adversas solo serviría para alentar salidas no institucionales preñadas de ilegitimidad, ilegalidad así como ineficaces y traumáticas.
Las pretensiones continuistas del régimen –hoy en riesgo por el rechazo nacional– los induce a adoptar conductas reñidas con la conveniencia e intereses reales de la nación, es probable que las mismas aumenten a medida que se acerquen los comicios. Es por ello necesario tener una actitud firme y serena para evitar las intenciones de estos irresponsables gobernantes o para que entiendan que el costo político a pagar por sus acciones les será demasiado alto.
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