A votar por un recomienzo
Dentro de tres días, Venezuela determinará su rumbo futuro a través de una votación de importancia histórica impar. Todos los anteriores regímenes opresivos que la República ha sufrido, desde los Monagas hasta Pérez Jiménez, fueron dictatoriales pero no totalitarios. Vulneraban la libertad y la soberanía popular, agravaban la explotación del trabajador por el oligarca, pero no frenaban –como esta vez se ha hecho– el gradual desarrollo de la economía ni procuraban, a través de un totalitario lavado de cerebros, pervertir la propia esencia de la cultura nacional. Se mostraban a ratos serviles ante potencias extranjeras, pero jamás abrieron sus aparatos de poder y de seguridad a una penetración y un control foráneos tan directos como los hoy existentes. Por ello, es cuestión de vida o muerte para la nación que, a través de la reconquista del Poder Legislativo, el pueblo logre frenar la enajenación y dar el primer paso hacia un recomienzo emancipador.
En primer término, debe ser un recomienzo de liberación nacional. Cuando Venezuela, hace cien años, dio el paso de país cafetero a petrolero, pudo liberarse de su inmensa deuda externa y comenzar a erguir la cabeza en el concierto de las naciones. Se inició un proceso de desarrollo diversificado que nos transformó en nación emergente y respetada. Lamentablemente, desde 1999 se vive una involución hacia la condición de país preindustrial y dependiente de importaciones y de préstamos, debido a la destrucción casi completa del aparato productivo no petrolero. Hoy en día, en situación de penuria social extrema y de humillación internacional, Venezuela pide a gritos un viraje hacia la reactivación de la producción y los intercambios diversificados, para volver a un crecimiento largamente interrumpido.
En segundo lugar, urge una inmediata liberación política ciudadana, mediante un retorno a la democracia, y el respeto a la Constitución y los derechos humanos. El pluralismo, la tolerancia y la descentralización del poder deben sustituir al actual régimen despótico y ultracentralista. Para lograr estos objetivos, junto con los de soberanía nacional, la oposición democrática y la ciudadanía indignada cifran sus esperanzas en la correlación de fuerzas existente: un régimen exhausto y desprestigiado, presionado interna e internacionalmente para que reflexione, recapitule y ceda en la medida de lo necesario. No que desaparezca como por arte de magia, pero sí para que acepte la apertura inmediata de negociaciones políticas y económicas de fondo. Es probable que ello requerirá que el propio bando gobernante efectúe cambios en su alta dirección y representación.
Por último, estos comicios parlamentarios deben servir para promover, de ahora en adelante, una creciente realización –efectiva y no palabrera– de las aspiraciones de justicia social profundamente arraigadas en el ánimo del pueblo venezolano. Es totalmente falsa la versión, difundida por sectores del socialismo dogmático por un lado y del capitalismo recalcitrante por el otro, de que la cita electoral del 6 de diciembre representa un enfrentamiento entre la “izquierda” y la “derecha”. Es, en realidad, una contienda entre la autocracia y la libertad. Ambas categorías pueden abarcar expresiones tanto izquierdistas como derechistas, pero únicamente la libertad brinda posibilidades de su realización efectiva, por auténtica voluntad del pueblo y no por deformante imposición burocrática. El auge de una coalición democrática que abarca tanto a capitalistas como a socialistas democráticos de ningún modo implica el triunfo exclusivo ni de estos ni de aquellos, sino la exaltante posibilidad de dar futura cabida a los movimientos reivindicativos sociales y populares en un molde de legalidad y de respeto mutuo, sin violencias ni voluntarismos rabiosos.
¡A votar todos!
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