domingo, 24 de abril de 2016

Las obras del odio

Las obras del odio

 
Decir que el odio mueve la historia no parece sensato. Cuando buscamos las causas de los hechos de los hombres, los historiadores no nos hemos atrevido a una afirmación tajante sobre el odio como motivación de los hechos colectivos. Salen al frente otros resortes, como el crecimiento del poder de una autoridad que busca expansión, como los intereses de un grupo social determinado o como las necesidades materiales de una comunidad, sin que un elemento tan digno de atención ocupe la primera plana. Ni siquiera en el caso tan protuberante del fascismo alemán se le atribuye a tal motivo el establecimiento de una autocracia inhumana, sino a procesos antecedentes que se relacionan con la prepotencia de los ganadores de la Primera Guerra Mundial. Después se alimentaron los sentimientos destructivos de una colectividad humillada, pero no provocaron en esencia las situaciones monstruosas que siguieron. Si así nos movemos en la búsqueda de una comprensión admitida por todos, detenerse en la animadversión que sienten unos hombres por otros hombres para dar luz sobre situaciones concretas puede ser aventurado.
Pero miremos un poco algunas cosas nuestras, para ver si el odio ha estado presente como motor capaz de mover conductas colectivas. La reacción de Boves y sus mesnadas durante la Independencia, por ejemplo. Ocurrió entonces un fenómeno de aniquilamiento de importantes núcleos de población que no obedeció a un sentimiento tan importante como la fidelidad a la monarquía, sino a las pasiones atizadas por el caudillo contra las clases acomodadas. Ni siquiera se requirió el maquillaje de las convicciones morales para hacer una devastación. Se agitó la bandera de la venganza contra los miembros de la aristocracia blanca, para llegar a una matanza de grandes proporciones. Las malquerencias de un individuo se conectaron con los sentimientos de una multitud, soterrados hasta entonces, para que la candela devastara la pradera del mantuanaje o de quienes se le parecían. En el caso del primer levantamiento de Zamora contra el orden establecido también se advierte un fenómeno semejante. Sus tropas anunciaron que seguían al líder para matar a los venezolanos que sabían leer y escribir, o que delataran su maldad por la blancura de la piel. No dejaron de señalar que hacían batallas por la tierra escamoteada, pero abundaron las proclamas de matanza contra los alfabetizados y los bien vestidos. Dado que no predomina entonces un programa político, sino algo que no pasa la escala de los rudimentos, pensar que los movió el odio contra el prójimo no puede considerarse como irresponsable.
Como tampoco parece exagerado ver algo de lo mismo, pero más filtrado, en los insultos públicos de Guzmán contra sus gobernados, cuando el país vive una supuesta época de “civilización”. No me importa lo que piensen mis gobernados, mandó a decir a través del periódico, me tiene sin cuidado lo que se atreva a mascullar un indio del Caroní o un pulpero enfranelado de Barquisimeto, afirmó sin rubor. ¿No hay, en medio de estos olímpicos menosprecios, evidencias de repugnancia tras las cuales aparece una búsqueda de sujeción manejada por cierto tipo de odio frente a quienes debe cuidar y respetar? No creo que resulte excesivamente forzada esta posibilidad de entender el asunto, centavos más o centavos menos.
Y de la pregunta de los centavos pasamos a la pregunta de las lochas: ¿el régimen chavista no odia a  los venezolanos? Si juzgamos por su desprecio de las grandes mayorías y por su burla de la voluntad popular, pero especialmente por el hecho de confinar a la sociedad en un estado de precariedad y abandono sin siquiera parpadear, por el hecho de fabricar con paciencia de orfebre un estado general de calamidad en cuya hechura no pueden estar presentes algunos mínimos sentimientos de benevolencia y compasión, merecen cuadro de honor en el repertorio de los protagonistas detestables que se señalaron antes y que le hicieron gran daño a Venezuela debido a su ánimo movido por la detestación de quienes no se le parecían, o de quienes no querían sentarse en su patíbulo, o de quienes eran indignos de su despiadada voluntad. Pese a que todo esto les puede parecer demasiado subjetivo, se los dejo como alternativa de explicación para ver de a cómo nos toca.

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