Cuando la OEA expulsó al castrismo
El final de la historia ha sido muy triste y muy bochornoso
LA HABANA, Cuba.- Algunos intelectuales de la Isla, al analizar la situación que sufre el pueblo cubano, reflexionan sobre ciertos hechos históricos que la prensa nacional, fiel a la dictadura, no ofrece en detalles, en aras de analizar el enredo que formó Fidel Castro a partir de 1959.
Guillermo Rodríguez Rivera, poeta y profesor universitario, expresó en una revista habanera que “Cuba apostó por ayudar a que la Revolución se expandiera y no se preocupó por resolver nuestros problemas”. Luego termina refiriéndose al aislamiento que sufrió Cuba, al romper América Latina con ella.
Se refería a la expulsión del régimen castrista de la Organización de Estados Americanos (OEA), la asociación de naciones más antigua del mundo, fundada el 14 de abril de 1890.
Para analizar aquella historia, primero digamos que la OEA no cometió un acto arbitrario, ni se apresuró en absoluto en expulsar al castrismo.
En la temprana fecha del 19 de abril de 1959, a los tres meses y unos días del triunfo de la Revolución, Cuba envió una invasión a Panamá, compuesta por ochenta cubanos y decenas de panameños adiestrados en La Habana. Desembarcaron en el poblado de Nombre de Dios y terminaron detenidos.
El 13 de junio de 1959, otra expedición armada de cubanos partió desde Oriente hacia Santo Domingo y fue derrotada. Días después, República Dominicana rompió relaciones diplomáticas con Cuba.
El 14 de agosto fracasó otra invasión organizada desde Cuba hacia Haití. A los pocos días, Haití rompió relaciones con Cuba.
Así, continuaron ocurriendo invasiones a otros países latinoamericanos, que ocasionaban el rompimiento con Cuba.
Ante esa situación, el Canciller Raúl Roa, aleccionado por Fidel, asistió a reuniones en la OEA para protestar. Conocedor de lo que estaba ocurriendo en Cuba, acusó a la OEA de crear un ambiente hostil contra el régimen. Es posible que, ya retirado, haya recapacitado sobre esa historia, tan mal contada por él.
A mediados de 1960, numerosos países miembros que componían la OEA propusieron condenar al régimen castrista como injerencista y aprobaron un documento, conocido como Declaración de San José. Sus propósitos estaban claros: afianzar la paz del continente y dar solución a las controversias que surgieran entre los estados miembros, procurar la solución ante problemas políticos, jurídicos y económicos y promover su desarrollo económico. Y se planteaba, sobre todo, el rechazo a toda forma de totalitarismo.
Cuando Fidel recibió el documento montó en cólera, y el 26 de julio de ese año amenazó con convertir a Los Andes en la Sierra Maestra del continente. Continuó con más ímpetu su estrategia de expandir la violencia revolucionaria en esos países, utilizando el dinero del pueblo, adiestrando a miles de latinoamericanos en repartos apartados de la capital habanera para crear guerrillas rurales, fomentar guerras civiles, gracias a cargamentos masivos de armas que venían clandestinamente de la Unión Soviética.
El 2 de septiembre de 1960, Fidel Castro convocó al pueblo a un mitin en la Plaza de la Revolución. Con la Declaración de San José en las manos, preguntó a las masas: “¿No creen ustedes que es mejor romperla?”
La multitud respondió que sí. Luego Fidel expresó que, cumpliendo un reclamo de más de un millón de cubanos, rompía aquella bochornosa declaración. Pero como tantas veces, mentía.
En ese espacio urbano apenas caben 180 mil o 250 mil personas, cuatro por cada metro cuadrado, según datos exactos.
En Cuba había entonces unos siete millones de habitantes. Por lo tanto, sólo entre el 2 o el 3 por ciento de la población total, estuvo de acuerdo con aquel gesto prepotente, propio de un dictador.
Cuatro meses después, en un discurso del 11 de febrero de 1961, Fidel Castro expresó que continuaría promoviendo revoluciones anticapitalistas en América Latina, y un año después, el 25 de enero de 1962, es que la OEA decide expulsar al régimen castrista, con el apoyo de gran parte de los países miembros.
El final de la historia fue muy triste y muy bochornoso para el Comandante Invicto: no logró ni una revolución anticapitalista, y el pueblo cubano quedó más pobre que nunca.
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