Déspotas vs demócratas. ¿Ganará Venezuela?
Ante la marcha de los acontecimientos, que esperamos desemboquen en una solución electoral, democrática y pacífica que asuma la responsabilidad de tratar de eliminar, o al menos, morigerar las vicisitudes por las que atraviesa el país, se intensifican las pasiones, las ambiciones y se transgrede alegremente, con una visión extremadamente cortoplacista, la frontera entre las convicciones privadas y la vida pública, ignorando adrede el principio fundamental: “Solo es bueno lo que es útil a la sociedad”.
Las difíciles circunstancias por la que atraviesa el país y los enormes obstáculos que existen para tratar de resolverlos requieren de todos los ciudadanos una actitud cónsona con el desafío planteado. La demanda que expresa la gente común, de búsqueda de soluciones racionales a las dificultades presentes a través de la fuerza de la unión, debe ser satisfecha plenamente por las diversas organizaciones e individualidades que fungen como dirigentes tanto del esfuerzo unitario de oposición como del régimen que desgobierna. No obstante, vemos estupefactos cómo grupos y personas, especialmente del lado del gobierno, que en lugar de acompañar las justas demandas por mayor democracia y participación ciudadana que se expresan todos los días sin distingos de ninguna naturaleza, incurren en el error de olvidar el aspecto central de la acción política: crear símbolos de identidad nacional a través de una visión incluyente, solidaria y unitaria que exprese y construya la alternativa democrática frente al vergonzoso caos en que han sumido a la nación. Por el contrario, muchos de ellos, pseudos dirigentes de nadie y de nada, algunos seducidos por la riqueza fácil y la impunidad que les otorga la camarilla gubernamental y otros que aspiran a ocupar relevantes posiciones por acumular supuestos méritos que solo su exacerbado ego reconoce, se empecinan en ofrecer una maqueta de compartimientos estancos, carentes de mensaje y de planes para el rescate de la sociedad venezolana y pletóricos de semillas de fracaso por la improvisación, negligencia, intolerancia, atomización, confusión, escepticismo y decepción que su actitud ha causado entre todos los ciudadanos. Desgraciadamente, ese es el aberrante legado que el que se fue le dejó al chavismomadurismo.
El país espera de aquellos que aspiran a trascender de la categoría de dirigentes a la de líderes, conduzcan y realicen, para usufructo de todo el país, la concreción de expectativas de modernización endógena, que hagan triunfar las luces de la razón y racionalidad sobre las ambiciones individuales, las mentiras, la ideología aviesamente interpretada y las apetencias por privilegios. Asimismo, espera que sean capaces de deslastrarse del pasado y de la tradición electorera y que se pongan al servicio del futuro y la modernidad. Así, y solo así, es cómo el país acepta la noción de lo que es un líder político.
Los pseudos dirigentes, que a diario nos explican los fútiles motivos que tienen para poner en duda el sabio concepto que la unión de todos es el instrumento indispensable e insustituible para alcanzar la victoria, deben comprender que sus aspiraciones personales, por muy legítimas que sean, están subordinadas al interés de la colectividad. Diderot, en su Enciclopedia, escribía: “El hombre que solo escucha su voluntad particular, es enemigo del género humano....”.
La lucha por construir una Venezuela distinta y mejor no ha de ser el triunfo del cálculo personal, sino que debe ser la obra de una acción sustentada en la conciencia nacional y encaminada a poner el orden político, social e institucional en una sociedad que se desgarra aceleradamente y a la que se le niega el derecho, por represión u omisión intencionada, a ser protagonista de su propio destino. Bajo ningún concepto se debe permitir que las ambiciones personales de algunos advenedizos, tránsfugas, aventureros y mercaderes de la política lleven al fracaso la gran oportunidad que tenemos, de recuperar el derecho de ser lo que queremos ser.
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