Tulio Hernández: “El chavismo es un cadáver insepulto”
El sociólogo presentó Una nación a la deriva, libro que contiene una selección de los artículos que ha publicado en el suplemento Siete Días de El Nacional en las últimas dos décadas
Tulio Hernández acaba de presentar Una nación a la deriva, libro en el que reúne varios de los artículos que ha publicado en el suplemento Siete Días de El Nacional para celebrar las dos décadas de su columna en el diario.
La obra editada por Libros El Nacional comienza con textos sobre una época que llama de ruptura: la Venezuela de finales de los ochenta y comienzos de los noventa."En esos años se produjo lo que se llamó el gran viraje: una ruptura con la tradición populista y clientelar de Acción Democrática. Los venezolanos creíamos que estábamos en una larga fila para llegar a una torre de petróleo en la que nos regalarían un barril. El gran viraje dijo que no, que teníamos que ser venezolanos competitivos sin papá Estado. Entonces la gente, cuando no vio el barril, rompió el carnet. Se rompió la filiación”.
—¿Usted también pensó que le tocaría ese barril?
—Aunque yo era un crítico militante del MAS y luego cercano a La Causa R, en el fondo todos creíamos que el futuro de Venezuela era magnífico. Éramos la única sociedad de América Latina que confiaba en un mejor porvenir. Queríamos cambios, pero nadie se imaginaba que nos podía ir mal. El futuro era magnífico, transparente, hermoso, incluso para los que cuestionábamos el sistema.
—¿Qué hecho lo hizo cambiar? ¿En qué momento se dio cuenta de que no era ese el camino?
—El libro comienza con una reflexión sobre el 27 de febrero de 1989. En ese momento comprendí que algo estaba muy mal, que habíamos perdido el rumbo. Luego, con Hugo Chávez, asistí coleado a una rueda de prensa que dio en sus comienzos en el Ateneo de Caracas. Invitó solamente a subir a los militares jóvenes que lo habían acompañado en el golpe de Estado. Le dijo a los civiles: ‘Esta noche subo con los muchachos’. Me di cuenta de que era un proyecto militar. Otro momento importante fue el apartheid ideológico en Pdvsa. Entendí que venía un proyecto político totalitario, disfrazado en un discurso democrático, algo novedoso que hizo Hugo Chávez.
—A muchos en el extranjero les cuesta creer que esta situación es inédita.
—El mundo siempre ha tenido una fascinación por los líderes revolucionarios. Evita, Juan Domingo Perón, Hugo Chávez, Fidel Castro, tuvieron el encanto de ese discurso antiestadounidense que les gusta a los europeos y a la izquierda de su continente. A ellos les gusta que nos pasen cosas que ellos no tolerarían. En el fondo hay un gran eurocentrismo, un desprecio hacia nosotros. Piensan que necesitamos un caudillo que nos oriente y nos salve.
—Hay un capítulo titulado “La república del odio”, un sentimiento que algunos analistas consideran que es preponderante en el país. ¿Es el caldo de cultivo de esa peste de la que habla?
—Venezuela ha vivido con una idea trágica que es el culto a Bolívar, un país que ama exageradamente a una sola persona, por eso la vuelven a traer los gobernantes. Bolívar es lo que quisiéramos ser, pero también podemos ser sus traidores. También hemos vivido en un discurso de clases. Presumimos que no somos clasistas como los colombianos o ecuatorianos, pero eso no es verdad. En el fondo hay un gran resentimiento con las élites. Eso no se ha resuelto, Chávez lo comprendió y lo llevó a su máxima expresión del odio. Acción Democrática tenía un discurso de resentimiento. Se nota cuando se lee la poesía de Andrés Eloy Blanco. Toda esa idea de la oligarquía, del pata en el suelo. Hay que tomar el cuenta el color de nuestras misses, modelos. Un inconsciente colectivo maltratado.
—El libro termina con un texto llamada “La esperanza”, en el que describe lo que vivió en la marcha del 1° de septiembre.
—El chavismo es un cadáver insepulto. Se encuentra en terapia intensiva, vivo porque está conectado a unas máquinas, que son el ejército pretoriano y los colectivos nazi-fascistas. Estamos en un renacimiento. Especialmente se siente en lo cultural. La cantidad de editoriales, obras de teatro y exposiciones anuncia un renacimiento. Ahora, un cadáver insepulto puede vivir muchos años en terapia intensiva. Mi alegría no es inocente, pues estoy convencido de que estamos en una nueva época en la que se tendrán que recoger los platos rotos del bipartidismo y las ruinas morales e institucionales del chavismo. Toca una reconstrucción como la de la posguerra europea.
—¿Y qué lugar considera usted que ocupa el diálogo en esta situación?
—Es indispensable. El chavismo no va a desaparecer. Será un factor fundamental en el futuro político. El diálogo es un fracaso para el gobierno porque el totalitarismo se sustenta en la idea de no dialogar con el otro porque es inferior moralmente.
—¿El diálogo como transición?
—Totalmente, porque tiene que ser negociada. Siempre es mejor el diálogo que una matanza. La gente tiene que entender que lo más sabio de un proyecto democrático es hacer todo lo contrario al chavismo y tratar de llevarlo al terreno de la política normal. Hay que jugar a tres bandas. Por un lado el diálogo, por otro la protesta diaria –no necesariamente grandes– y por otro la presión internacional. Nadie sabe cómo será el final. Si se da una rebelión serena, tiene que ser con estos tres factores. Nunca un golpe, que nos llevaría nuevamente al militarismo.
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