Venezuela, un país en guerra consigo mismo
Vivimos momentos muy duros, en los que pareciera que el peor enemigo de un venezolano es otro venezolano.
Si partimos del supuesto de que en todo país quienes gobiernan realizan un gran esfuerzo para hacer que la economía crezca y sea lo suficientemente estable para que todos tengan acceso a la educación, al mercado laboral, a servicios públicos eficientes, con unas fuerzas del orden público garantes de la seguridad y la vida de sus ciudadanos, debemos tristemente concluir que en Venezuela, donde ninguno de estos supuestos se cumplen, estamos viviendo una especie de guerra civil.
Aquí nada es como debería ser.
Por un lado, tenemos una clase gobernante empecinada en acabar con la economía, la educación, la salud, la seguridad ciudadana, la producción nacional, la inversión extranjera; en fin, su objetivo es acabar con cualquier resquicio de civilidad.
En cuanto a las fuerzas armadas y policiales, las mismas no solamente no cumplen con sus funciones naturales de garantizar la paz, el orden y la convivencia pacífica, sino que dan suficientes indicios de ser los principales promotores del desorden social que padecemos los que aún no hemos pensado en hacer maletas para huir despavoridos de este infierno llamado revolución.
Mención aparte merece "nuestra" dirigencia opositora, ganada a la idea de jugar siempre a ser los buenos samaritanos que prefieren poner la otra mejilla cuando de diálogo y de trampas electorales se trata, y se esmeran en dar un claro mensaje ante el Vaticano y el mundo; es decir, Urbi et Orbi, que los malos son los otros, como si propios y extraños no estuviéramos suficientemente enterados de la situación desesperante que se vive aquí en Venezuela.
La clase política opositora ha derivado en una especie de junta de redacción de noticias de un periódico digital, ignorando tercamente que somos nosotros los ciudadanos quienes padecemos lo que ellos denuncian como si hablaran desde un país lejano. "Que hay más pobres, que no hay medicinas, que vivimos una tragedia humanitaria, que la delincuencia está desbordada, que la corrupción ha tocado todos los estratos sociales, que vamos de mal en peor, que la economía va a la deriva", eso ya lo sabemos de sobra, lo que queremos de ellos es que nos digan qué estrategias serias y viables proponen para salir de este desastre. Ojalá que su respuesta a nuestras exigencias no sea utilizar la hambruna como herramienta de propaganda electoral para las venideras elecciones de gobernadores y alcaldes, porque ahí sí es verdad que llegarían al colmo de la miseria humana.
Solo sentimientos tan terribles como la avaricia, la ambición ciega de poder, el odio y el resentimiento pueden justificar el proceder de la clase gobernante para conducirnos a la situación dramática que vive actualmente el país.
Ahora bien, ¿cuáles son los sentimientos que dominan a la dirigencia opositora para justificar su sumisa y cobarde actitud frente a aquellos que llevan un buen tiempo destruyendo de manera ininterrumpida a la nación? ¿Ambiciones personales? ¿Mezquindad? ¿Egoísmo? ¿Miedo? ¿Traición? ¿Complicidad? Solamente ellos tendrán que explicar algún día qué los hizo recular ante cada oportunidad que tuvieron de cambiar el rumbo de Venezuela y negarse, bajo cualquier pretexto, a accionar y hacer efectivo ese cambio.
En cuanto a los venezolanos de a pie, cabe mencionar lo siguiente: mientras prevalezca ese sentimiento de viveza criolla, de aprovechar las pérdidas de otros para sacar provecho económico propio, no seremos capaces de generar los cambios que hagan viable una nación decente y próspera.
Cuando rescatemos el espíritu de concordia, el deseo de convivir como hermanos, respetando las opiniones de cada uno, volveremos otra vez a vivir en un país bendecido como lo ha sido siempre Venezuela. Nos queda todo un año por delante para decidir si seguimos siendo protagonistas de esta tragedia nacional o nos convertimos en constructores de una nueva realidad apta para la vida y el progreso. Si luchamos todos juntos por ese cambio, pronto veremos ese anhelado amanecer.
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