Joaquín, el chileno que ha recorrido Latinoamérica con su moto y su mascota
Jhoandry Suárez. PANORAMA, 6-2-2017
Cortesía: "Juaco y Kiara" (página de Facebook)
Joaquín Lagos cambió la casa de sus padres en Concón, Chile, por una motocicleta marca LTL. Su compañía, por la de un personaje de cuatro patas, su golden retriever, Kiara. Junto con él, embarcó también en su vespa la convicción de recorrer toda Latinoamérica para cumplir su sueño de ver salir y esconderse el sol en un mismo lugar, Costa Rica.
“Es un sueño de niño: ver el sol salir y esconderse en el mar el mismo día. Entonces, una persona en Argentina me dijo que solo pasaba en Costa Rica. Pero no me iba conformar con ir en un avión, sino con vivir más el camino, compartir con la gente, vivir experiencias. No importaba cuanto tardara”, relata en su paso por Maracaibo rumbo a Maicao.
Con voz pausada transmite la serenidad que lo acompaña en los viajes. Narra con hilaridad lo que ha sido su travesía desde el sur del continente, la cual inició una mañana de marzo, cuyo día no recuerda, al estilo quijotesco, hace tres años, cuando cruzaba la cordillera de Los Andes y se adentraba en Argentina, con una moto que tuvo que aprender a manejar.
Partió con dos condiciones que no pudo negociar. La primera, de su madre Vicky: terminar de presentar su tesis para graduarse de ingeniero comercial. La cumplió. La segunda, de su padre Jaime: que jamás se le ocurriese cruzar la frontera de México con Estados Unidos. Asegura que también la cumplirá en su momento.
Las costas de Chile que tanto le fascinaban recorrer, se extendieron fuera de sus fronteras ahora a Argentina, Uruguay, Brasil y Venezuela. Prefería bordear por el mar cada país al que llegaba. “Siempre busco la costa porque me gusta mucho”, reconoce el joven de 28 años.
Entre las tantas anécdotas que ha vivido en su recorrido, suelta sin tanta pompa que tuvo un encuentro en 2014 con el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica, a quien buscó no por su posición política, sino por sus ideales.
“Estuve una semana en Montevideo y quería conocerlo. Casualmente él estaba en una gira en Estados Unidos y llegaba para esa fecha. Lo busqué en una finca que me dijeron que era de él, le envié una carta y fui al Palacio de gobierno (Palacio Estévez). Allí lo esperé, luego regresé a la finca y alguien de seguridad me reveló que estaría en un show en la ciudad”, rememora.
Ignorando las indicaciones del equipo de seguridad en ese momento, con su porte delgado sorteó cualquier obstáculo y llegó hasta el primer mandatario.
“Lo abracé, conversamos un rato como dos minutos, me preguntó un par de cosas: ¿Por qué era el viaje? ¿De qué parte de Chile soy?, al final me pidió que me cuidara”, relata.
Continúa con emoción: “Me pareció una persona transparente, me interesa mucho su forma de pensar y de ver la vida. Sentí que era un hombre tranquilo, con conciencia limpia”, describe Joaquín.
Entre los hechos más insólitos, Joaquín recuerda que un día fue confundido con un ángel. Él se había accidentado y una persona se detuvo a auxiliarlo. En ese momento notó que lo miraban con asombro, como si fuera una aparición. “Lo emocionante es que me ofreció lavarme los pies, el tipo era medio religioso”, cuenta.
Mientras que en un colegio en Brasil no fue visto como un santo, sino como un héroe con vocabulario español por la osadía de su viaje. Y todo porque un profesor, quien le ofrecía alojamiento, lo invitó a dar una charla a unos adolescentes. “Lo que más me preocupaba era que no sabía hablar portugués, apenas dar las gracias, pero un chico estuvo muy atento, me preguntaba cómo podía hacer para tener un sueño. Al día siguiente su mamá llamó porque su hijo llegó inquieto, preguntando por países”, revela y ríe de la situación.
Y así va soltando historias que le vienen la memoria, sin caer en calificaciones como “las mejores” o “peores”. De hecho, cuando lo cuestionan y le piden comparar lugares que ha visitado o a la gente prefiere evadir las preguntas.
“He aprendido a no hacerlo. Todos los días para mí es algo nuevo” asegura y reflexiona: “Un lugar puede no tener mucho atractivo turístico, pero si la gente es buena, el lugar es bueno. A veces el paisaje lo llevan dentro”.
Su copiloto para conocer estos paisajes interiores, exteriores, de montañas, selvas, playas, urbanos, rurales, se llama Kiara, su perra golden retriever. Montada en un sidecar, adosado a la moto, y lentes que la protegieran del viento, lo acompañaba. De allí, que en Facebook creara un “fan page” como “Juaco y Kiara”, una especie de bitácora pública.
“Todo el viaje lo pensé con ella, es mi mejor amiga, teníamos un vínculo muy fuerte y no la quería dejar”, expresa y si el lector ha sido atento, notará un “teníamos”, que asoma que Kiara ya no está. En Brasil, al año y medio de haber partido, a sus ocho años y medio de edad, murió; por lo que el chileno decidió dejar la moto en el país amazónico y regresar desmotivado a su hogar.
Un tiempo después, le regalaron otro golden retriever bautizado como Baloo. Entonces, reanudó el periplo.
Un tiempo después, le regalaron otro golden retriever bautizado como Baloo. Entonces, reanudó el periplo.
“A veces me apoyé en Kiara, de hecho en su cumpleaños la llevé a un campo de girasoles, y ahora en Baloo para sortear alguna dificultad. Por eso tiene que haber un lazo”. Lazo que se evidencia con el amor que demuestra a su mascota una vez montada en la motocicleta.
Su entrada a Venezuela fue desde Brasil. La antesala: la Gran Sabana, la cual define como “la capital de la naturaleza”. Allí vio cómo se alzaba el Salto Ángel con su estela de agua, se bañó en las cascadas de la zona. “Solo me faltó conocer el Roraima”, apunta como tarea pendiente.
De la Gran Sabana, a Caracas, a Margarita, luego a la Colonia Tovar, Mérida. “A veces pasaba por caminos en los que me encontraba lugares que me impresionaban y pensaba “quizá nadie ha pasado por aquí”. Y así fue conociendo las maravillas del país mezcladas con la generosidad con las que se topó.
“Mucha gente piensa que la humanidad está un poco egoísta, pero he vivido en carne propia todo lo contrario; la humanidad en sí es muy bondadosa y muy solidaria”, afirma enfatizando que esto lo ha ayudado a llegar tan lejos.
Además, recuerda que en Mérida tuvo la oportunidad de volar en parapente con Baloo, en Portuguesa en un vuelo ultraliviano. “No me arrepiento ni un momento de haber venido para acá”, y así elogia a nuestro país en su última parada aquí en Maracaibo, ya preparado para cruzar para Colombia.
¿La travesía culmina en Costa Rica? Joaquín tan solo responde: “El sueño se termina en ese país, pero el viaje sigue a México”. Hasta allí, pues tiene clara la condición impuesta por su padre de no cruzar a Estados Unidos. Aunque ya ha atravesado la frontera del convencionalismo en una motocicleta con un perro.
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