El vicio de los golpistas
En la historia latinoamericana y en el resto del mundo, no existe un golpista que no haya terminado siendo dictador, perseguidor de las universidades y los intelectuales, de los estudiantes y los sindicatos, de los gremios y, por supuesto, de las organizaciones populares que reclaman peticiones largamente postergadas.
Esta círculo, que no es vicioso pero sí que está lleno de vicios propios de las organizaciones del hampa internacional, no deja de ser llamativo porque, al poco tiempo, estos golpistas establecen lazos con todos aquellos sectores que han corrompido las instancias del gobierno y del Estado en función de sus viejos y perversos intereses que enarbolaron como fundamentos de su asalto al poder.
En el fondo de cada golpista siempre arde un deseo de llegar al poder para “componer las cosas”, pero terminan componiendo las cosas para su propio y voraz enriquecimiento. Hoy vemos en Venezuela como aquellos que eran llamados irresponsablemente “ángeles de la revolución” se convirtieron en demonios de la acumulación de grandes capitales que guardaron en el exterior. Podemos decir, sin faltar a la verdad, que cuando los venezolanos hacen algo lo hacen a lo grande: los militares y los supuestos izquierdistas que los acompañan se han dado maña para sacarle el jugo a la naranja, hasta la última gota.
Hagamos un pequeño repaso de las manos derechas de Hugo Chávez: el teniente Andrade, jefe del Tesoro nacional, rico y tranquilo en Estados Unidos; y Ramírez, nuestro admirado experto petrolero que no es, aspira a ser presidente, aunque se le enreda la lengua al hablar y toda su gente se ríe cuando dice “dojo, dojito”. En cambio, la oposición no apela a eso porque todo ciudadano tiene derecho a su forma de hablar, incluso Gonzalo Barrios, a quien se le tomaba el pelo por eso. Pero lo de Ramírez y su tribu no es su forma de hablar. Ramírez, su esposa, su suegra y su cuñado son señalados por presuntamente guisar con los dineros públicos. Y lo que es peor, por proteger al hijo de un revolucionario decente y luchador durante el 23 de Enero contra la dictadura. Murió pobre pero su hijito, ahijado de Douglas Bravo (quien lo rechazó) guisó con los seguros de Pdvsa y muchos más.
Hoy está cobardemente escondido, luego de que se le descubrieran cuentas en Europa. Y Carruyo, cuyo hijo chocó en Miami y dicen que cambió al acompañante muerto y lo puso de chofer. Luego escapó en un avión privado. ¿Qué significa todo esto, a qué cloaca nos conduce esta mafia golpista que protege e inhabilita los juicios que deberían incoarse contra estos delincuentes?
Maduro sabe que la única manera de salvarse del destino judicial que le espera es renunciar y asilarse en Cuba. Que quienes lo acompañan tienen acusaciones que sobrepasan lo político y tocan la delincuencia internacional por narcotráfico, terrorismo y lavado de dinero. En su caso son delitos perfectamente manejables si se atreve a un acto que aleje a usted y a su esposa de los delincuentes que lo rodean.
Hable con los jóvenes militares que no están contaminados, con aquellos que juraron ante la bandera y son respetuosos de la democracia y, luego, reflexione para maquillar su salida de la historia. Su imagen transcenderá de otra manera.
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