¿Esto se está terminando?
Cuando estaba la reacción antiguzmancista en su apogeo, después del Septenio, todo indicaba que se fortalecería la lucha por lo que se entendía entonces como una recuperación de la democracia, pero un suceso inesperado cambió el rumbo del proceso. Francisco Linares Alcántara, líder del movimiento, caudillo célebre y jefe del Estado, murió de manera repentina. El atacado Guzmán volvió por sus fueros. A mediados de 1945 predominaba un ambiente de calma en el país, sin que los nubarrones estorbaran el paisaje del presidente Medina Angarita, pero en octubre un movimiento armado lo echó del poder. En noviembre de 1957 se observaba tranquilo a Pérez Jiménez, mandando a sus anchas, pero en enero del año siguiente escapó al exilio debido a un cuartelazo afortunado. ¿Qué lección sacamos de estos sucesos, susceptible de servirnos para mirar con cuidado lo que hoy pasa en Venezuela?
La mayoría de los derrocados pensaba que tenía la sartén por el mango, que podía dominar los escollos de su sendero. Sus sabuesos vigilaban al adversario, o sabían cómo apretar las tuercas ante aventuras peligrosas, o sus allegados aseguraban que todo se encontraba bajo control. Sin embargo, no estaba en sus manos el dominio de unas realidades que debían desplazarlos para que sus voceros se ocuparan del reemplazo. Las fuerzas políticas tienen sus mañas y sus planes, que los dominadores de un tiempo determinado solo pueden pronosticar o manejar a veces. Un detalle que parece trivial, un mal paso de los hombres fuertes que de pronto resbalan, una pradera que se incendia para apagarse más tarde, rumores sin fundamento que se esparcen según la orientación del viento, distancias inesperadas en el interior de una cúpula, pujas subalternas que no encuentran desenlace, señales extrañas que provienen del vecindario… preparan el terreno para mudanzas que no parecían accesibles en la víspera. La política no sigue un itinerario predeterminado, ni siquiera durante el predominio de los regímenes autoritarios. Es hija de los vaivenes o habitualmente depende de ellos. Nadie la prepara en su escritorio para que funcione según unos designios que parecen infalibles, aunque esté rodeado de bayonetas y billetes. Casos como el de Gómez mandando por la fuerza durante 27 años hasta la hora de la muerte son excepcionales, pese a que el tirano no dejara de perder el sueño ante numerosas evidencias de inestabilidad.
Si así han funcionado y funcionan las vicisitudes políticas, ¿se debe esperar a que funcionen solas para esperar resultados?, ¿hay que aguardar a que se den a su real manera, como si gozaran de plena autonomía, sin hacer nada para acompañarlas? Cuando se mira hacia los pormenores, como se ha tratado de hacer en los párrafos anteriores, se quiere llamar la atención sobre la lentitud del reloj de la historia, que es distinto al que mueve nuestras actividades de todos los días, más urgida de respuestas inmediatas en torno al destino personal. El destino de las sociedades sigue un calendario moroso que invita a la impaciencia, pero que obedece a fuerzas establecidas desde antiguo contra las cuales no puede predominar la voluntad personal. Solo una agregación de voluntades, fraguada a través de largos períodos de maduración, encuentra la meta de un cambio substancial. No se cambia la historia como se cambia uno de camisa, sino solo cuando la camisa está deshilachada y no aguanta un nuevo viaje a la tintorería.
La dictadura de Maduro es como una de esas camisas deshilachadas, cuya meta es el tarro de la basura. No hay lavandero que le quite las manchas. La sociedad quiere estrenar nueva indumentaria, pero la prenda no se confecciona de un día para otro, ni siquiera en momentos cruciales. La dictadura tratará de remendarla, anda en eso con más contumacia que solvencia, pero hará lo posible para usarla sin exhibir el tamaño de sus miserias. Quizá el sueño del madurismo sea el mismo del gomecismo, aunque la actualidad no se lo permita. Pero su arma es la misma, con los retoques que sugiere la evolución del almanaque: la represión. Frente a ella, la sociedad debe sentir que la mudanza no sucederá mañana, tal vez, especialmente porque no consiste solo en el estreno de un flamante figurín, pero también que parece inminente el advenimiento de un nuevo tiempo histórico sobre cuyo comienzo nadie tiene fecha precisa.
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