jueves, 1 de junio de 2017

Historia natural del librito azul

Historia natural del librito azul

Chávez y Maduro

Esa mostrenca Constitución debía ser la viga maestra del legado de Chávez
¿Quiénes redactaron la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela? Corrientemente, se acepta que el librito azul que Chávez solía blandir admonitoriamente en su show de televisión se compuso a partir de una propuesta firmada por el propio comandante eterno.
La propuesta destilaba los tópicos de El árbol de las tres raíces, extravagante cacharrería ideológica integrada, a partes iguales, por máximas bolivarianas, citas de Simón Rodríguez y alguna doctrina igualitarista atribuida al general Ezequiel Zamora, el latifundista en quien la historiografía marxista venezolana ve una prefiguración de Emiliano Zapata. Los bigotazos de Zamora inspiraron, quizá, esa mitología.
Zamora fue muchas cosas, entre otras, un hacendado esclavista, caudillo de montonera del siglo XIX, pero en absoluto un Thomas Jefferson: si pudiésemos recorrer las galerías desiertas de su cerebro, el estruendoso eco de nuestros pasos, rebotando en las paredes desnudas de ideas, podría ensordecernos.
En esto de poner a rodar la bola de estiércol de una nueva Constitución, el escarabajo que fue Chávez no hacía sino seguir la tradición criolla según la cual bajo la piel de cada espadón golpista debe haber un Pericles. En 1999, Chávez se sentía Simón Bolívar en Angostura, 1819.
Tal como recuerdo la aurora de la revolución bolivariana, nutridos pelotones de expertos en derecho constitucional vieron llegar su día de suerte. Los programas de opinión se llenaron de aduladores doctores que llevaban agua al molino de Chávez. Oíamos hablar a toda hora del abate Sieyès, del Tercer Estado, de Benjamín Constant. El verbo “relegitimar” se conjugaba en todos los modos y tiempos.
Quizá alguien en Venezuela recuerde aún que el tránsito de la Constitución de 1961, vigente por entonces, a la “norma” bolivariana requería disolver el antiguo Parlamento bicameral y arbitrar un modo siquiera decoroso de elegir a los diputados constituyentes. Muchas reinterpretaciones del espíritu legislador de la Carta de 1961 se hicieron entonces para allanarle diligentemente el camino del poder omnímodo a Chávez.
El portaviones Chávez arrasó en la elección de la Asamblea Constituyente de 1999. La fórmula electoral, astutamente urdida por un socarrón Licenciado en Matemáticas, permitió que una cohorte de “desconocidos de siempre” ocupase las curules.
Al votar por Chávez votabas por todos ellos y alzabas hasta la Asamblea una horda obsecuente. En el populoso tarjetón electoral figuraban sus fotos de carnet y una escueta leyenda despachaba sus antecedentes con la fórmula “luchador social”. El matemático socarrón llegó a ser presidente del Banco Central de Venezuela.
Los contados opositores elegidos, menos del 10% de la Cámara, reunían en conjunto a los mejores expertos. Tanto así, que los chavistas se hacían instruir a escondidas por los diputados de oposición en los más elementales usos de la vida parlamentaria. Hay que decirlo todo: Chávez contó con algunos talentos sin probidad.
Los bolivarianos aprendieron a exigir campanudamente que a tal o cual materia de interés colectivo se le otorgase “rango constitucional”. Reclamaban que fenómenos como la inflación, los precios del petróleo o el cambio climático obedeciesen la normativa constitucional. ¡Era la feria de los disparates!
En la bancada bolivariana figuraban antiguos compañeros de ruta del Partido Comunista, entre ellos (¡horror!) muchos sociólogos. Menudeaban popularísimos cantantes de música llanera y actores de telenovela. También voces feministas. Un poeta aldeano presidió la comisión que redactó el farragoso y cursilísimo preámbulo del librito azul.
Esa mostrenca Constitución debía ser la viga maestra del legado de Chávez, aunque él no tuvo empacho en violarla canallescamente tan pronto le fue necesario. Es también la misma Constitución por la que se baten nuestros gallardos jóvenes y por la que son vilmente asesinados en las calles.
Tomado de El País, edición América. 

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