Publicado el: 28 Junio, 2017 EL-INFORME.COM
Cuando las instituciones de un sistema político son absolutamente incapaces de cumplir sus fines, colapsan, y ese sistema se derrumba desde adentro. Esta explosión del núcleo interno es lo que en física se llama implosión. La instalación del modelo de Estado chavista, militar, autoritario y centralizado, consagrado en la Constitución vigente de 1999, reprodujo las condiciones ideales para el proceso de implosión que hoy sacude la república.
La concentración de todo el poder del Estado y sus instituciones en manos del partido gobernante y su caudillo, destruyó en la práctica el principio democrático de la separación de poderes y, con ello, los pesos y contrapesos para sostener el equilibrio político y la paz social.
El resultado de este modelo es un Estado policía que gasta todos sus recursos en amarrarse al poder y no en resolver los problemas puntuales de la escasez de comida y medicinas, la inseguridad, el desempleo y, en fin, el dramático deterioro de la calidad de vida de los venezolanos.
En otras palabras, el Estado venezolano abandonó completamente sus responsabilidades constitucionales de gobernar, y sólo trata de mantenerse en el poder por la vía de la represión. Mientras esto ocurre, cientos de miles de venezolanos mueren en los hospitales; las industrias públicas y privadas desaparecen, y la economía, junto al país, se cae a pedazos, sin que el gobierno haga el menor esfuerzo por evitarlo.
Esta implosión tomó por sorpresa a los militares, quienes creyeron que el manantial del mítico apoyo popular a Hugo Chávez sería eterno y daría para todo; incluso para compensar las ineptitudes de sus herederos. Les cuesta entender que el gobierno cívico-militar ha quedado reducido a una ficción sin el menor apoyo en la calle. Muchos aún se resisten a aceptar la realidad. Con ingenuidad piensan que la implosión de la república de alguna forma será cuidadosamente selectiva y no tocará para nada a las Fuerzas Armadas. Esto es el resultado de la política corporativista adelantada por Hugo Chávez para convertir a las FANB en un partido político bajo su dirección, y aislarlo del resto de la sociedad.
Los tenientes y coroneles de los diferentes componentes de las FANB deben decidir si siguen ciegamente a sus superiores por un camino que conduce a la destrucción de la república y sus fuerzas armadas, o si hacen algo para detenerlo. La discusión que hoy se da en los diferentes niveles de las FANB entre Constitución Vs. Constituyente tiene muy poco que ver con la defensa del legado de Chávez y mucho con el concepto de defender la integridad territorial y mantener el orden para lo cual la fuerza armada fue creada.
Sin profundizar mucho en el debate político, los oficiales militares intuitivamente entienden que una elección constituyente debería conducir a un consenso social y no ser una jugada política para violentar las reglas del juego democrático, como abiertamente lo admiten Maduro y su grupo. Concebida como un arma para aplastar la voluntad de las mayorías, la Constituyente de Maduro solo traerá mayor caos y desorden, muy lejos de los fines de integridad y orden que por naturaleza persigue la Fuerza Armada.
Los militares tendrán que decidir si obedecen las órdenes de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, aunque estas vayan en contra de principios elementales de la doctrina militar estudiados en la academia. Sobre todo, aquellos enseñados por Carl Von Clausewitz y Sun Tzu cuando dicen que nunca ningún ejército podrá salir victorioso sin el apoyo del pueblo. Y menos aún si, como en el caso de Venezuela, el pueblo comienza a ver en ese ejército a su propio enemigo.
Hay algo que los militares jóvenes desconocen y los generales burócratas deliberadamente les ocultan. La fuerza real de un ejército no está en sus armas, ni en su capacidad bélica. Su verdadera fuerza está en el reconocimiento, el respeto, y apoyo del pueblo. Es la legitimidad y no las armas lo que le da la potencia real a la Fuerza Armada para cumplir con sus fines. Hasta Mao Tse Tung vio con claridad que la fuente de poder de un ejército proviene del pueblo y no de las armas, cuando escribió que una bomba atómica con todo su poder solo sería un tigre de papel frente a un pueblo unido.
La desnaturalización de las funciones de las FANB también ha creado condiciones que conducen irremediablemente a su colapso. En los últimos años se han multiplicado las plazas de generales sin tropa para satisfacer compromisos burocráticos y aumentar el control político sobre la institución militar. Esto, con el costo de debilitar su estructura de mando y sacrificar su capacidad operativa. Esos militares de alto rango son los defensores más entusiastas del régimen, y son también quienes se hacen los locos ante la grave crisis interna que sacude a las FANB.
Son los mismos militares que han fracasado en todas y cada una de las empresas básicas que han dirigido. Son los que han saqueado el tesoro público, comenzando con el Plan Bolívar 2000 y terminando con la entrega del Arco Minero del Orinoco a las transnacionales en cuestionables gestiones de una empresa minera militar. Son los mismos militares que han estado a cargo del reparto de la comida, fracasaron y no han rendido cuentas. Son los militares que tienen expedientes de corrupción y narcotráfico; pero las investigaciones son sepultadas por el secreto militar, al tiempo que son premiados con ascensos, puestos en el gobierno y soles.
Al igual que el Estado venezolano abandonó sus funciones para solo ocuparse en mantener el poder por la vía de la represión, las FANB son controladas por redes de complicidades que la han sometido y obligado a abandonar sus fines para convertirse en el único sostén burocrático y militar del régimen. La consecuencia de esto ha sido descomposición moral, deserciones masivas de oficiales de carrera y el consecuente debilitamiento operativo de la institución.
La implosión de la república es un evento en desarrollo que amenaza con destruir todas las demás instituciones incluyendo a las FANB, a menos que exista una fuerza interna más poderosa que lo impida, asumiendo que aún haya tiempo para detenerla.
Humberto González Briceño
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