La majestad del cargo
Resulta que Luisa Ortega ha mentido desde su podio en el Ministerio Público, cuando declaró que, ante las sentencias 155 y 156 del TSJ, nuestros diputados de la MUD “no reaccionaron”, “no hicieron nada”;
Aquella gigantesca mayoría que apoyó un proyecto personalista en 1998, hoy en día rechaza desde sus entrañas a todos los que están en el poder por haberles impuesto la supervivencia como única aspiración en la vida. También está resentida y llena de sospechas acerca de la corresponsabilidad que tienen, sobre la debacle, el puñado de disidentes que apenas comienza a asomarse.
No celebro que nunca es tarde porque aún no sé si habrá dicha que justifique la mora con la que están reaccionando algunos que fueron leales a los causantes de esta tragedia, pero estoy dispuesta a valorar sus argumentos -quizás insinceros- en defensa de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Y hago la crítica con la tranquilidad de saber que no inhibirá a alguno de sumarse puesto que no están movidos por arrepentimientos o temores, sino por cálculo: no son mayoría. Y nosotros que sí lo somos, no estamos investidos de autoridad, como ellos.
Esta es la escena para las alianzas, retrasadas por esta pequeña porción de figuras de poca relevancia que cree que podrá rescatar las simpatías perdidas de aquella masa. Ideológicamente no pueden, pues eso que han llamado “una corriente de pensamiento” en realidad sólo era un proyecto personalista, populista y autoritario, de modo que no tienen doctrina sino fe y el que la avala ya no está.
Aun así, como no confundo la majestad del cargo con la del nombre, apoyo a la Fiscal General de la República en tanto ella actúe apegada a la ley, dando valor al principio republicano que exige poderes independientes que se controlen recíprocamente. Pero no apoyo la actividad política de quien ocupa ese cargo, puesto que asoma intenciones sobre las que quiero advertir: Resulta que Luisa Ortega ha mentido desde su podio en el Ministerio Público, cuando declaró que, ante las sentencias 155 y 156 del TSJ, nuestros diputados de la MUD “no reaccionaron”, “no hicieron nada”; y lo dijo estrenando un tono despectivo que imitaba mal a aquel otro orador.
Primero el mentís: el 30 de marzo pasado, desde el propio Palacio Federal Legislativo, el Presidente de la Asamblea Nacional, apoyado y acompañado por la bancada de la MUD, desconoció las sentencias 155 y 156 de la Sala Constitucional del TSJ y las rompió ante las cámaras de televisión. Fue más de lo hecho por la Fiscal General de la República, el 28 de junio pasado, con respecto a las sentencias 469 y 470 de la Sala Constitucional del TSJ, porque ella no las rompió en cámara como Julio Borges.
El medio es el mensaje, dijo McLuhan y Camus advirtió que, en política, son los medios los que justifican el fin. Con esta declaración Luisa Ortega no fue coherente con su manifiesto interés por la reconciliación política que es imprescindible para el logro de la paz, aunque en el fondo todos escucháramos su grito desesperado pidiendo auxilio a la Asamblea Nacional para que, por favor, ratificara al vicefiscal que podría ser clave para evitar que ella termine destituida y/o presa, ofreciéndole a cambio su apoyo en la arena institucional a través del Ministerio Público. Este mensaje tenía 2 destinatarios más: al llamado “chavismo”, le dijo que se deslindaba de la MUD y del Gobierno -que ahora mal llaman “madurismo”- ofreciéndose como su líder, y a la antipolítica le hizo el servicio de darle un nuevo argumento para que intente destruir a la MUD.
No está sola. Su esposo, el diputado oficialista Germán Ferrer, dice apoyarla pero sigue sin ir a las sesiones del parlamento donde hace falta. Además, opera políticamente a través de un programa de televisión con una lista de invitados digna de análisis. Otros les acompañan, culpando a la MUD de la violencia que todos sus voceros insisten en evitar y de la que nadie acusa a quienes la auspician públicamente; tampoco dejaron de ensañarse con la reacción del Presidente de la Asamblea Nacional a la carujada reciente, demostrando desprecio por la institucionalidad que dicen querer reivindicar. Les acompañan algunos periodistas que se dejan llevar por la marea; se nota el dinero y talento invertido en la producción de cuñas que no serán transmitidas por ningún canal de televisión sino por plataformas virtuales y que no son patrocinadas por ningún partido político, sino por etiquetas en redes sociales. No, esto no es casualidad sino una nueva versión de la alianza que la antipolítica hizo en 1998 y que marcó el inicio de nuestra actual tragedia nacional.
Una alianza que de llegar al poder, será peor que lo que estamos viviendo.
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