Sainete y entremés rojito
El teatro tiene sus orígenes en ritos antiguos que se remontan a la época prehistórica. Su evolución más acabada aparecerá en Grecia, varios siglos antes de Cristo, en forma de tragedia y comedia. Con el correr del tiempo se incorporarán cuatro subgéneros más: la comedia, el sainete, el auto sacramental y el entremés. En el caso del sainete estamos hablando ya de una obra corta, de uno o más actos, frecuentemente cómica, de ambiente y personajes populares, que se representa como función independiente; mientras que el entremés es una pieza de carácter cómico y de un solo acto, que originalmente se representaba en el entreacto de una comedia.
La precisión anterior es necesaria para entender en su real alcance dos hechos políticos que, como parodia, se escenificaron en Caracas, el pasado martes 27 de octubre.
En el primero está involucrado Óscar Pérez, inspector de la Brigada de Acciones Especiales (BAE) del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), así como sus acompañantes. Pérez fue quien piloteó el helicóptero que voló a poca altura por varias zonas de Caracas, exhibiendo una pancarta en la que se leía “Art. 350. Libertad”; luego de esa pintoresca exhibición, sobrevoló por zonas cercanas al Palacio de Miraflores y enrumbó su aeronave hacia el Tribunal Supremo de Justicia, y lanzando dos granadas sobre el edificio y realizando varios disparos al mismo objetivo.
Junto con la acción anterior, Pérez (el Rambo venezolano) divulgó por las redes un video en el que pide a la población civil salir a la calle y dirigirse al Fuerte Tiuna para reencontrarse con los “hermanos de las Fuerzas Armadas Nacionales”, con el único fin de restablecer el orden constitucional.
Producto de la temeraria y absurda acción que solo entusiasmó a pocos ilusos de la oposición, cientos de tanquetas conducidas por militares adeptos al gobierno salieron de Fuerte Tiuna y ocuparon los alrededores de Miraflores, el TSJ y otras zonas estratégicas de la ciudad para defender “su revolución”.
No me cabe duda de que el guion del anterior sainete pudo estar inspirado en la experiencia vivida por el presidente de Turquía Recep Tayyip Erdoğan, quien compartió largas horas con Maduro, a raíz de su visita a Turquía, pocas semanas después del intento de golpe de Estado que sufrió el primero. Nicolás tuvo información de primera mano de las extremas medidas adoptadas por su colega y que, en muchos casos, violaron los derechos de presunción de inocencia. En las purgas que llevaron a cabo, Erdoğan llegó a despedir a 127.000 funcionarios, entre ellos jueces, profesores y funcionarios de la administración pública, por ser simplemente sospechosos de estar ideológicamente identificados con los golpistas.
Casi en paralelo al hecho anterior, en los espacios de la Asamblea Nacional se produce un bochornoso entremés revolucionario, cuyo papel principal es escenificado por el coronel Vladimir Lugo. Con arrestos propios de oficial de alta gradación que se siente protegido por varios subalternos armados hasta los dientes, uno de los cuales tiene precisas instrucciones de grabar la escena para la posteridad, se confronta con el presidente de la AN, Julio Borges, en los espacios en los que este es la máxima autoridad. Como lo exige el género, la función es muy breve y se inicia cuando Borges le reclama a Lugo, respetuosamente, por qué habían sido agredidas dos mujeres dentro de la AN por guardias bajo su mando. Apoyado en su poder militar, el coronel pretende justificar lo injustificado. Entonces Borges le cuestiona el show que quiere montar grabando la conversación entre ambos y le recuerda que él es el presidente de AN. Ahí ardió Troya. Al militar se le vuelan los tapones y arropa con su arrogancia, gestos y alta voz al alto funcionario civil, resaltándole varias veces que no le importa que sea presidente de la Asamblea, pues él es comandante de la unidad militar y maneja sus conflictos como le da la gana. Acto seguido, mientras de palabra le dice “le agradezco se retire”, su gesticulación corporal es violenta al indicarle con el fuerte movimiento de su brazo derecho que se vaya por donde vino, llegando al extremo de empujarlo suavemente por el pecho y luego, cuando Borges se voltea para irse, lo empuja entonces con violencia por la espalda. Allí concluye el entremés que desternilla de la risa a Nicolás, Diosdado, Winston Vallenilla y sus respectivos séquitos.
Creo que las chapuzas anteriores no son más que expresiones oblicuas de un fallido autogolpe de Estado que se esfumó entre protestas y trancas a lo largo y ancho del país. Hay que tener cuidado con cualquier salida militar. El ejército en los cuarteles, cumpliendo con sus obligaciones con apego a la Constitución y las leyes, bien lejos de la política.
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